Lampedusa: Nosotros y los Otros
Hay una tendencia criminalizadora de la inmigración irregular que considera a las personas que quieren desplazarse por el planeta como peligrosos delincuentes. No todos, la verdad. Se trata al extranjero "pobre" (el extracomunitario, el gitano) como un enemigo, hostilmente. No se le permite llegar a nuestro mundo libremente, ni se le permite atravesar los espacios públicos.
Tomo prestado el maravilloso título del congreso que celebró la Asociación española de Ética y Filosofía Política en San Sebastián allá por junio de 2011: Nosotros y los Otros. Y es que la tragedia de los inmigrantes muertos en las proximidades de la isla de Lampedusa me hace reflexionar de nuevo sobre nuestra condición de "seres de encuentro": la función vital más básica del ser humano, en tanto que ser social por naturaleza, es el encuentro con el otro. Lévinas lo llamaba el "acontecimiento fundamental", la experiencia más importante, el más amplio de los horizontes.
La movilidad humana ha sido una constante en la evolución y la historia de la Humanidad. En la actualidad, el desarrollo de los sistemas de transporte y de las tecnologías de la información y de la comunicación hace que las personas y los lugares del mundo estén más conectados que nunca. Los nuevos patrones de migración, la diáspora, el trabajo transnacional y de temporada, el crecimiento exponencial de los viajes de negocios, el turismo global, han dado lugar a niveles sin precedentes de la movilidad humana. Al mismo tiempo, como consecuencia de esa movilidad acelerada, las comunidades y naciones se han cosmopolizado y globalizado internamente, por mor de la circulación de bienes, culturas y personas que acompaña a los flujos de movilidad humana, de turismo y migraciones.
Kapuscinski habla de la "Gran Oportunidad", del nacimiento de un nuevo Otro que resulta de la confluencia de dos corrientes contrapuestas del mundo contemporáneo: la globalizadora, que uniformiza nuestra realidad y su contraria, la que preserva nuestros hechos diferenciales, su originalidad e irrepetibilidad.
Hoy en día, en un planeta cada vez más globalizado, el encuentro y la convivencia con los Otros es inevitable. Así que la vida social se va convirtiendo cada vez más en un "encuentro con el Otro" (con el extraño).
¿Cómo recibir al Otro, al extranjero, en un mundo en movimiento? Básicamente hay dos respuestas: Con hospitalidad o con hostilidad.
Con hospitalidad, al menos pasiva u omisiva, permitiendo al extranjero atravesar pacíficamente nuestro territorio, acudir a él e instalarse en él, utilizando las vías y los espacios públicos como los pueden utilizar quienes ya habitan nuestro territorio, en las mismas condiciones, con las mismas cargas, con idénticas limitaciones, sin discriminarlo por ser extranjero. Tratarlo como no-enemigo cuando él no viene como enemigo y no nos agrede, no nos invade militarmente, no viene armado, sino desarmado, con ánimo de vivir o estar entre nosotros en son de paz -para laborar, comerciar, intercambiar, comunicar (se trataría de un deber puramente negativo).
Pero no todos los viajeros se desplazan en las mismas condiciones; ni su situación de origen es la misma (pensemos en los muertos de Lampedusa, la mayoría de origen eritreo y somalí). No todo el mundo puede acceder a los mismos recursos para la movilidad; no es lo mismo el turismo o los viajes de negocios que los migrantes, los trabajadores temporales, los solicitantes de asilo, los refugiados, el retorno de desplazados, etc. Los migrantes, como dice Gabriel Bello, están sometidos a una "vulnerabilidad asimétrica".
Por tanto, la exigencia de respuesta, de responder al otro migrante que llega aquí, es una responsabilidad también asimétrica, que atiende a esa mayor vulnerabilidad integral del migrante, que no presupone reciprocidad y que es irreversible porque consiste en dar sin esperar nada a cambio. Además, es una responsabilidad 'ilimitada', tanto como la deuda histórica de Europa y los europeos con sus colonias y todo lo expoliado mediante la violencia colonialista --dada nuestra responsabilidad, más o menos directa, en la génesis de su vulnerabilidad.
En este sentido, hablaríamos de una hospitalidad activa, que se definiría por acoger al otro, al extranjero, mediante un dar o hacer: cobijo, comida, descanso. Porque la hospitalidad guarda relación con los cuidados humanos mínimamente imprescindibles: abrigarse, comer, beber, descansar. Es la regla que impone San Benito de Nursia a los monjes benedictinos o el mandato que recoge el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 cuando dice que los seres humanos deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
En consecuencia, como mínimo, tenemos un imperativo de hospitalidad pasiva y la obligación de que el ordenamiento favorezca y tutele ir más allá de ella, hacia una hospitalidad activa. Decía el cubano José Martí que ayudar al que lo necesita no solo es parte del deber, sino de la felicidad.
¿Pero cómo recibimos en realidad al Otro, al extranjero? Con hostilidad, con cruel, deleznable y dañina hostilidad.
Por un lado, hay una tendencia criminalizadora de la inmigración irregular que considera a las personas que quieren desplazarse por el planeta como peligrosos delincuentes. No todos, la verdad. Se trata al extranjero "pobre" (el extracomunitario, el gitano) como un enemigo, hostilmente. No se le permite llegar a nuestro mundo libremente, ni se le permite atravesar los espacios públicos.
El resultado es la criminalización de los inmigrantes en situación administrativa irregular, a los que se somete, por ejemplo en España, a un régimen de excepción en los Centros de Internamiento para Extranjeros.
Pero además, se establece en la actualidad, en muchos países de la Unión Europea, un régimen sancionador hacia las personas que de manera solidaria ejercen la hospitalidad activa, la solidaridad activa con los inmigrantes irregulares mediante el acompañamiento, hospedaje, transporte y apoyo a personas en situación administrativa irregular.
En España, una activa campaña ha conseguido que la actual reforma del código penal no penalice esta ayuda solidaria. Pero en Italia, la ley 189/2002 Bossi-Fini introduce como delito la inmigración clandestina y penaliza la ayuda humanitaria a los inmigrantes irregulares, incluido el auxilio a los náufragos. Además, impone una multa de 5.000 euros a los inmigrantes culpables del delito de clandestinidad, de modo que ¡los 155 supervivientes del naufragio están ya siendo procesados!
En nuestro país, una vuelta de tuerca en esta política antihospitalaria y de hostilidad creciente hacia los inmigrantes irregulares ha sido el Real Decreto-ley 16/2012 de medidas urgentes para garantizar la sostenibilidad del Sistema Nacional de Salud y mejorar la calidad y seguridad de sus prestaciones, aprobado de forma apresurada, en menos de dos horas de debate parlamentario, y por el cual desde el 1 de septiembre de 2012 los migrantes indocumentados adultos solo tienen cobertura sanitaria de manera gratuita en situaciones de urgencia y, en el caso de mujeres, también en la atención al embarazo y la asistencia durante el parto. Y, a pesar de las excepciones contempladas en la ley, resulta alarmante comprobar que, en la práctica, se está privando también de asistencia a mujeres embarazadas y niños, así como se está cobrando el gasto por la asistencia en los servicios de urgencia. Médicos del Mundo ha registrado sólo en Castilla la Mancha más de 200 expedientes de denegación de asistencia médica. El caso de la reciente muerte de inmigrantes irregulares en varios lugares de España (Baleares, Sevilla) tras su paso por servicios de salud, es otro ejemplo de esta deriva antihospitalaria.
Decía Gonzalo Sánchez-Terán en una de sus cartas a Alfonso Armada: