Corazones valientes: los niños soldado de Pibor
Todavía recuerdo cuando conocí a los niños en Pibor. Estaban esperando el comienzo de la ceremonia que les liberaría del ejército. Sus uniformes les quedaban muy grandes, y sus caras transmitían un cansancio imposible de imaginar. En este contexto, ver a niño soldado es desgraciadamente muy común, pero nunca me acostumbraré a ello.
Todavía recuerdo cuando conocí a los niños en Pibor. Estaban esperando el comienzo de la ceremonia que les liberaría del ejército. Sus uniformes les quedaban muy grandes, y sus caras transmitían un cansancio imposible de imaginar. Llevábamos meses preparando el programa de reintegración de niños soldado en esta región tan castigada de Sudán del Sur. En este contexto, ver a niño soldado es desgraciadamente muy común, pero nunca me acostumbraré a ello.
El programa empezó tras firmarse el acuerdo de paz entre el gobierno y un grupo armado de la zona: la facción Cobra. Como parte del acuerdo se hicieron varias ceremonias de liberación. En una de ellas, en marzo de 2015, liberaron a 108 niños. Los había de todas las edades, algunos tan pequeños que no podían ni levantar el arma. En sus ojos veía el miedo y la desorientación que sentían, muchos no sabían cuántos años llevaban con Cobra. Ninguno sonreía, ni jugaba, ni hablaba. No parecían niños. Esta era una de las cinco ceremonias que apoyaríamos en toda la región de Pibor. En todo 2015 fueron liberados 1.755 niños y niñas.
Después de la ceremonia fuimos con los niños al centro de acogida que habíamos montado hacía solo unas semanas y se lo enseñamos. El responsable del centro les explicó los horarios del centro para comer, jugar y dormir. Después se quedaron todos parados, no sabían qué hacer. Llevaban años con sus actividades totalmente controladas y ahora, de repente, tenían tiempo libre. Nos pusimos manos a la obra. A algunos niños no les pudimos sacar ni una palabra, tenían la mirada perdida. Otros encontraron un balón de fútbol y se pusieron a jugar.
Es imposible de imaginar lo poco homogéneo que era el grupo. Hay menores que han servido en el frente, mientras que otros solo han cubierto tareas de apoyo como limpiar armas y cocinar, por ejemplo. Por ello sus necesidades son muy distintas, y cualquier programa que hagamos tiene que adaptarse al grupo.
Un día se me acercó un grupo de niños después de la sesión de dibujo, todos muy serios. Me enseñaron sus obras de arte con una media sonrisa. Me di cuenta de que todos habían dibujado un colegio. Me preguntaron, "¿Es verdad que vamos a poder ir al colegio?" No pude más que sonreír. "Claro", les dije, "estamos reabriendo colegios y en cuanto estén listos, ¡podréis ir!" En cuanto me oyeron decir eso se fueron corriendo hacia el resto del grupo. "¡Es verdad! ¡Vamos a ir al colegio!", y el ánimo de todo el grupo cambió por completo.
Pero antes de empezar los preparativos para entrar en el colegio teníamos que iniciar la tarea de reunificación familiar y el trabajo para preparar a las escuelas. Los profesores y los padres les tenían miedo, pensaban que irían armados a clase. Gran parte del trabajo es ayudarles a que entiendan que estos niños son víctimas, y que necesitan nuestra ayuda.
Trabajamos a contrarreloj, porque el momento en el que salen los niños del ejército es crítico. Estos niños necesitan muchísimo apoyo para poder salir adelante, para rehacer su vida como niños, y para tener una segunda oportunidad. No había tiempo que perder.
Con el paso del tiempo, los niños recibieron apoyo psicológico y por fin empezaron el colegio. Yo les volví a ver a todos a la vez durante sus vacaciones. Quedamos en el centro de acogida. ¡Vaya cambio! Llegaron al centro corriendo y haciéndose bromas entre ellos. Estuvimos casi tres horas hablando. Fue increíble escucharles. Al principio del encuentro los tres mayores nos dijeron que "nunca querían volver al ejército". El resto del grupo nos dijo que les encantaba ir al colegio, y sobre todo las clases de ciencias y de inglés. Yo les pregunté cuál había sido su momento preferido de los últimos meses y los que tenía al lado, un grupo de niños muy risueños, me dijeron que había sido el primer día de colegio, cuando estaban sentados en clase esperando al profesor. "¿Sabes por qué?" me dijo uno ellos, "porque ese profe venía a enseñarnos, y eso nos hace felices".
La falta de acceso a la escuela es solo uno de los problemas al que se enfrentan los niños de Sudán del Sur. Pibor es una de las zonas más marginadas del país. Las familias de esta región, en su momento, vieron el reclutamiento no solo como una forma de proteger a su comunidad, sino también como una oportunidad de que sus hijos estuvieran alimentados. UNICEF sigue trabajando con estos niños en Pibor, haciendo un seguimiento para reducir las posibilidades de que vuelvan al ejército. Sin nuestra ayuda, estos niños corren el riesgo de ser reclutados otra vez para luchar en una guerra que no es suya.
Ahora mismo se calcula que en todo el país hay 16.000 niños en el ejército o en el grupo armado de la oposición. No solo tenemos que seguir trabajando por su liberación, sino sobre todo para apoyarles en su reintegración a través de programas de alimentación, educación, formación profesional y apoyo psicológico.