Más allá de las bombas: diez años después de los atentados de Londres
Me negaba a creer lo que estaba pasando. Londres no podía estar siendo atacada. En la era de los medios sociales, sospecho que Londres habría reaccionado de una forma muy diferente, pero no tengo palabras para deciros cuánto espero que nunca tengamos que comprobarlo.
[Cómo Gran Bretaña sobrevivió y evolucionó tras el 7-J]
Hace ya diez años de aquello, pero en mi vida laboral sigue siendo igual de frenética. Puedo recordar mi despertar del 7 de julio de 2005 en mi piso del distrito de Clapham de Londres, con un profundo sentimiento de orgullo, que luego contrastaría con un sentimiento de profundo cabreo.
El 6 de julio habíamos producido una edición excepcional de Metro, el periódico gratuito más grande del mundo, donde trabajaba por aquel entonces. Fue el día en que el presidente del Comité Olímpico Internacional, Jaques Rogge, anunció que Londres había ganado la candidatura para ser la capital de los Juegos Olímpicos 2012. En nuestra humilde oficinilla, los allí presentes llegaron incluso a aplaudir y lanzar vítores. El personal de ventas y el editorial se unieron en un momento de felicidad colectiva. Y esto no es algo que pase en las salas de prensa. Hasta aquí llegó el sentimiento de orgullo.
El cabreo llegó por la más trivial de las razones, que cualquier londinense será capaz de entender. Aquella mañana, las noticias de radio sobre el tráfico informaron de que se había producido una sobrecarga eléctrica en el metro, por lo que habría algunos retrasos. Malditos retrasos. Recorrí el nada extraordinario trayecto hasta la oficina y eché mano de un ejemplar de Metro en Waterloo antes de coger la línea Jubilee en dirección a Surrey Quays, donde se encontraba nuestra oficina. Me sentía afortunado de no haber sufrido ningún retraso.
Pero no pasó mucho tiempo después de haberme bañado en la gloria de aquella edición olímpica sobre mi escritorio y de haberme terminado mis huevos revueltos --por alguna razón recuerdo que tomé huevos revueltos esa mañana--, cuando los acontecimientos empezaron a desatarse. Al principio, emitieron reportajes por televisión sobre explosiones de coches y autobuses. No sólo una explosión aislada, sino múltiples, por todo Londres. Tengo que hacer una confesión que todavía a día de hoy me atormenta: me las tomé a risa. Me parecieron chorradas sin relevancia. Mis compañeros aún se burlan de mí por esto. La verdad era que me negaba a creer que lo que estaba pasando pudiera ser verdad. Londres no podía estar siendo atacada, no hoy. No el día de la victoria olímpica.
Un canal de informativos en directo informó de un hombre a la carrera por el centro de Londres con una bomba sujeta a su espalda, con cables asomando por la mochila. Las noticias estaban equivocadas, pero también lo estaba yo. A medida que avanzaban las horas, comenzó a quedar meridianamente claro que un acontecimiento mucho más horrible había tenido lugar.
Intenté llamar a mis padres desde mi móvil, pero fue imposible porque no había señal, así que usé la línea fija de mi escritorio. Ellos no parecían demasiado preocupados, porque yo había estado expuesto a las noticias mucho más temprano que ellos y aún no había llegado el eco a Hampshire.
Tratar de contar una historia de la escala del 7-J en el tiempo que teníamos era casi imposible. Nuestro trabajo para la edición del día siguiente tenía que estar terminado para las 8 pm, para que pudiera ser maquetado para papel y listo para la imprenta a las 10 pm.
El recuerdo perdurable de aquel día es de una impresión de lentitud, de que todo tardaba muchísimo en hacerse. Uno de los peores enemigos de un periodista de la sección de noticias es el tiempo. Nunca hay suficiente. Pero en el 7-J la sensación era de que el tiempo se detuvo. Había tantísima información confusa que depurar que, al mediodía, de verdad pensé que ya había trabajado durante un día entero.
En los tiempos que corren, con las redes sociales y los carísimos y superchachis smartphones, difundir una noticia (con sus fotografías y vídeos y todo) es pan comido. No era tan sencillo en 2005, pero era posible. Empezamos a recibir emails de lectores que incluían fotografías de ellos mismos dentro de las estaciones de metro. Las imágenes eran de baja calidad, pero contaban sus historias con fuerza, así que hicimos un buen uso de ellas. La verdad es que no teníamos ningún sitio donde mostrar los vídeos. 2005 era un lugar muy diferente a 2015. Todavía faltaban ocho meses para que se presentara Twitter.
Entonces, las agencias empezaron a revelar sus fotografías de alta definición, esas que todos recordamos del caos que se produjo a ras de suelo. Algunas de estas fotos llegaron a definir el 7-J. Recuerdo que el ocho de julio observaba fascinado las diferencias entre las secciones de noticias en el tratamiento de la noticia, cuando habían recibido el mismo flujo apresurado de información que yo mismo había tenido veinticuatro horas antes. La disparidad entre las interpretaciones de las noticias, según la organización que las gestione, me sigue dejando alucinado.
Aquella noche, después de que se hubiera cerrado la edición, nos las vimos y deseamos para encontrar un taxi que nos llevara a casa. Todas las líneas de metro estaban cerradas. Por fin, unos cinco de nosotros nos apretamos dentro de un taxi que nos fue dejando individualmente por varias partes del sur de Londres. No hubo ningún espíritu de Dunkerque, ni cervezas, ni hashtags, ni desafíos a los terroristas, que yo recuerde. Volvimos a casa destrozados y conmocionados y, durante varios días, continuamos en este estado.
En la era de los medios sociales, sospecho que Londres habría reaccionado de una forma muy diferente. No tengo palabras para deciros cuánto espero que nunca tengamos que comprobarlo.
Hoy, The Huffington Post UK estrena la tercera parte de nuestra serie de los proyectos 'Beyond' -Beyond the Bombings [más allá de las bombas]. Antes de este hemos publicado Beyond Belief[más allá de las creencias] y Beyond the Ballot [más allá de los sondeos]. Cada una de estas series de publicaciones fue diseñada para tomar una forma elaborada, un punto de vista profundo con el que tratar asuntos muy sustanciosos, a los que la prensa digital a menudo se acusa de haber ignorado.
Con Beyond the Bombings hemos estado usando el enfoque de nuestra sección What's Working [lo que funciona] para un periodismo más constructivo y orientado a ofrecer soluciones. Publicaremos una entrevista con Gill Hicks, superviviente del 7-J, que perdió las piernas y se convirtió en un orador motivacional y un activista anti-extremismo.
Tendremos un blog de Esther Hyman, cuya hermana murió en los ataques y que está recaudando dinero para una persecución del extremismo en internet. También hemos escrito un informe sobre Paul Dadge, el 'héroe reticente' de aquella famosa fotografía, donde ayudaba a una mujer con una máscara protectora blanca, por las heridas a causa de una explosión.
Los atentados de Londres alcanzaron a personas de toda Gran Bretaña, incluyendo a nuestra propia editora de noticias, Jaqueline Housden, que estaba en uno de los trenes que fueron atacados y ahora vuelve al HuffPost UK después de haber dado a luz a su primer hijo.
Todas estas historias son asombrosos testimonios que destacan la capacidad que tienen las heridas para cicatrizar, sin importar cuán profundas sean. Confío en que disfrutéis de nuestra serie de publicaciones sobre los ataques del 7-J, diez años más tarde.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Diego Jurado Moruno