Cuando el país nos necesitó
Con el 15M, los dolores particulares, que antes nos avergonzaban porque nos situaban en el papel de culpables de la desdicha -la culpa atenazadora de esa moral que no hemos sabido aún sustituir por otra- se convirtieron en dolores compartidos, y al hacerlo nos han permitido identificar al agente causal de los mismos.
Me preguntaban hace unos días por las razones de mi compromiso con este proyecto de transformación de nuestro país que venimos muchos simbolizando a través de este instrumento político que es Podemos. Están las razones de libro, las que saltan evidentes a la mente de cualquier ciudadano de bien, las que apuntan al hartazgo por la expropiación de nuestras instituciones por parte de un grupo de dirigentes que las han patrimonializado y saqueado en su favor y en el de una minoría de empresarios corruptores.También están las que revelan las cifras macro que arrojan organizaciones como Cáritas u Oxfam, que sitúan a nuestro país, dolorosamente, en vanguardia del ensanchamiento de la brecha de desigualdad, el aumento de la pobreza infantil o la precariedad de la generación más preparada de nuestra historia.
Pero lo cierto es que apenas sabía expresar las razones profundas, las latentes, las verdaderamente emocionales y movilizadoras. Y es que en esto creo que tiene mucha razón Carlos Fernández Liria cuando habla de la dificultad para empatizar con las grandes tragedias humanitarias de nuestro siglo: "Los seres humanos estamos hechos para sentir la muerte de un ser querido, incluso de bastantes seres queridos y no queridos. Pero el número 200.000 no nos dice nada emocionalmente".
Buceando en busca de esas razones profundas aflora la sensación de que dos grandes hechos sociales han sido los constructores de estos motores movilizadores. Y es que encuentro que en nuestro país han sucedido dos cosas: la primera es que los dolores, antes recluidos o invisibles, nos son familiares ya a la mayoría social, a esa clase media empobrecida de la que muchos nos sentimos parte. Y es que yo comparto esa realidad de una Mercedes, que vive en el tercero, y que cuida a los vecinos como si fuéramos sus nietos. Ella, a la que hay que ayudar para que pueda pagar el recibo de la luz porque se le fue la pensión en sostener a sus hijos, todos en paro. Yo convivo con las sesiones de Skype para compartir el cumpleaños de mi madre con mi hermano porque, con sus saberes al hombro, tuvo que marcharse de su tierra. Yo comparto mis días con quien se debate torturada entre si denunciar a quien no le permite cogerse una semana de vacaciones al año o seguir con lo que hay... porque no hay más. La universalización de la injusticia ha pulverizado ese desnivel prometeico -la dificultad de la empatía- del que habla Carlos.
La segunda es más profunda. La segunda nació con el 15M y es el germen de la reconstrucción de un Pueblo consciente de la infinita necesidad del pegamento de la solidaridad para seguir adelante. Con el 15M, los dolores particulares, que antes -y aún un poco todavía mientras escribo estas líneas- nos avergonzaban porque nos situaban en el papel de culpables de la desdicha -la culpa atenazadora de esa moral que no hemos sabido aún sustituir por otra- se convirtieron en dolores compartidos, y al hacerlo nos han permitido identificar al agente causal de los mismos.
Aquí no han fallado nuestros padres ni abuelos, que se han partido el lomo para darnos un mejor futuro a sus hijos y nietos. Aquí ha fallado una clase dirigente que se olvidó muy pronto de las razones por las cuales los habíamos puesto a gobernar nuestras instituciones.
Estas son reflexiones a vuela pluma, tal vez inasibles, pero ahí están. Me mueven y me van a seguir moviendo hasta que le devolvamos este país a su gente. No va a ser una tarea fácil, pero es sin duda la tarea de nuestra generación. Esta tarea me va a permitir mirar a mis hijos a los ojos algún día y decirles que le respondí a mi país cuando me necesitó.