Hospital Álvaro Cunqueiro, el negocio de la sanidad pública
Trasplante de órganos, centros de investigación y hospitales a la vanguardia eran la joya de la corona. Son el tipo de noticias que cualquier ciudadano español se sentía orgulloso de leer en los periódicos. Pero los tiempos cambian e, independientemente del signo político que gobierne, las privatizaciones y los recortes son ahora las noticias más destacadas de nuestra sanidad.
Barack Obama, en su intento de pasar a la historia cambiando el sistema sanitario público de Estados Unidos, contrató a especialistas españoles para que lo asesoraran. No fue casualidad, quería trabajar con los mejores, y España, durante mucho tiempo, fue el país de referencia mundial en materia de sanidad pública.
Trasplante de órganos, centros de investigación y hospitales a la vanguardia de la tecnología eran la joya de la corona. Son el tipo de noticias que cualquier ciudadano español se sentía orgulloso de leer en los periódicos. Pero los tiempos cambian e, independientemente del signo político que gobierne, las privatizaciones y los recortes son ahora las noticias más destacadas de nuestra sanidad. Lo que antes nos hacía sentir orgullo, ahora nos hace estar avergonzados.
El último ejemplo es el nuevo hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo. El llamado a ser uno de los hospitales más modernos de Europa abrió sus puertas el pasado mes de junio después de interminables retrasos. Todo parecía listo, pero nada más inaugurarse se consumó el fracaso.
Su sobrecoste ha sido de 1.000 millones, algo que resulta normal, pero a la vez difícil de entender en cualquier tipo de obra pública en España. ¿Por qué siempre aparecen sobrecostes?
El hospital iba a ocupar el lugar del antiguo hospital Xeral, mejorando las prestaciones y adaptándose a las necesidades de una población que asciende a 600.000 personas. El día de la inauguración, los trabajadores y los pacientes se encontraron con un centro hospitalario con 660 camas menos, cuarenta de ellas en los servicios de urgencia, once salas de quirófano menos de lo esperado y, lo que es peor, que el hospital no dispone de un laboratorio acorde con sus necesidades, teniendo que trasladar gran parte de las muestras al hospital Meixoeiro, que se encuentra a veinte minutos en coche. ¿Se imaginan estar esperando sus análisis y que les digan que tienen que repetir las pruebas porque la furgoneta de reparto ha tenido un accidente?
Hacer una simple resonancia se convierte en toda una aventura en el nuevo hospital. Pese a que el traslado de pacientes empezó a finales de agosto, el servicio de resonancias magnéticas no estará disponible hasta el mes de octubre. ¿La alternativa? Una unidad móvil cercana a la puerta principal del complejo.
El transporte público brilla por su ausencia, por lo que la mejor solución pasa por trasladarse en coche pero, ¿y si no dispones de él? Mejor no ponerse enfermo entonces. Pese a encontrarse en una zona poco habitada y lejos del centro urbano, algo que dificulta la movilidad de los pacientes, el hospital no dispone de aparcamiento gratuito. Todos, incluidos los trabajadores, tienen que pagar en el nuevo parking privado del hospital. Para que se hagan una idea: un paciente de cáncer que vaya a recibir su sesión de quimioterapia se gastará doce euros de media al día. Otros gastos como televisión, wifi, comida e incluso el agua van acorde con la nueva política de sanidad pública, más cercana a un centro comercial de lujo que a un servicio público.
El traslado de pacientes se ha tenido que paralizar debido a un brote de hongos y bacterias; en los últimos días se han caído los techos de algunas consultas e incluso se encuentran ya vídeos en Youtube que muestran los estragos causados por ratones que pasean por el centro. De momento, hay muchos perjudicados pero ningún culpable. Un ejemplo más del declive de aquello en lo que un día, no muy lejano, llegamos a ser los mejores.