'Izquierda radical' e impostura populista: la socialdemocracia frente a sus responsabilidades
A falta de comprometerse de forma decidida con una amplia renovación, los socialdemócratas han dejado, una vez más en nuestra historia, un espacio para otra izquierda, que tampoco tiene un verdadero proyecto pero que, por el contrario, posee un discurso movilizador y justicialista, vengativo y violento y que utiliza todas las herramientas del eterno populismo.
Populismos y sinrazones
La llamada nacionalista y populista se encuentra en el origen del Estado-nación moderno: la nación y el pueblo se identifican mutuamente, desde la Revolución francesa hasta las luchas anticolonialistas por la liberación nacional en Asia y en África, pasando por Estados europeos como Italia, por los Estados latinoamericanos de principios del siglo XIX o incluso por la creación del Estado polaco después de la Primera Guerra Mundial, por ejemplo. Y la figura emblemática de un antipueblo, de un enemigo de la nación, será siempre necesaria para la cohesión nacional: los nobles cosmopolitas, los judíos, los dominantes prusianos o austríacos, los colonizadores españoles, franceses, ingleses...
Así, cada vez que la nación se encuentra en peligro o siente que lo está, el populismo regresa con la pretensión de refundar la nación contra el enemigo de turno. Más incluso que la crisis económica, la crisis de identidad nacional o la inseguridad cultural(1) alimenta el motor del populismo, como ha demostrado la República de Weimar, que se hundió en el nazismo a pesar de haber salido de la crisis económica (2). En la nueva fase de la globalización capitalista que estamos viviendo actualmente y que ha erosionado significativamente el poder de los Estados-nación, los populismos, lógicamente, causan furor. Y el enemigo del pueblo será todo aquel que ataque a la nación: la globalización y su carácter cosmopolita, por supuesto, el imperialismo estadounidense y sus lacayos, Israel en primer lugar. Cierto sector de la izquierda, el llamado "radical" o "a la izquierda de la izquierda", se encuentra al mismo nivel que este nacionalismo, supuestamente de autodefensa del pueblo contra las fuerzas multinacionales: Europa, el FMI, el Banco Mundial.
De hecho, como sucede a menudo en la historia, en torno a la defensa de la nación se agrupan los revolucionarios de derecha y de izquierda, como los llama Zeev Sternhell (3) . Como se puede apreciar en Francia en 2015 con la convergencia "objetiva" de Jean-Luc Mélenchon y de Marine Le Pen contra Europa y en defensa de Syriza. En la Rusia postsoviética encontramos unidos contra la democracia occidental a los comunistas supervivientes -nostálgicos del desaparecido régimen- junto con los partidarios de Putin y diversos grupos de extrema derecha, una alianza que ha vuelto a hacer uso del término "rouge-brun" de los años 1990. [En francés, el color marrón designa a los de ideología nacionalista de derechas, al igual que el rojo se utiliza para los extremistas de izquierda, de ahí la composición rouge-brun o "rojo-marrón"]. Por el contrario, durante un mitin en Grecia en 2012, "al son de las canciones revolucionarias de Mikis Theodorakis se encontraban junto a los manifestantes todos los diputados del partido de extrema derecha pronazi Amanecer Dorado, los diputados de Griegos Independientes (una formación a la derecha de la derecha) y algunos diputados de la izquierda radical de Syriza. Todos unidos contra la mal llamada troika y contra el Gobierno".
De la misma manera, en Argentina, la guerrilla urbana de Montoneros, que agrupaba a leninistas y a nacional-católicos, antisemitas virulentos veteranos de la Tacuara, se mezclaba a su vez con el gran movimiento peronista, en la extrema derecha de López Rega y de los corporativistas del sindicato peronista. Porque, tal y como teorizaba Ernesto Laclau en los años 1970, para alabarlo ya, el populismo es un instrumento polivalente de movilización (4) contra la ideología dominante. La síntesis que éste realiza puede tomar diversas formas (diversidad de los populismos), desarrollar múltiples discursos (pluralidad de los populismos-ideologías) y, sobre todo, movilizar, reunir diferentes tipos de grupos sociales (dimensión multiclasista).
En efecto, en esta época, el pueblo ya fue exaltado e instrumentalizado por la extrema izquierda, en particular por los castristas en América Latina y por los maoístas en Francia, que pensaban que podían situarse en la vanguardia del movimiento y liderarlo. Pero es más bien el pueblo quien derrota a la izquierda a medida que ésta se desvía hacia el populismo y hacia la violencia. ¿Quién controla al movimiento populista? ¿Los "populistas de izquierda" o los de derecha? La historia tendería más bien a mostrarnos que el nazismo triunfó en Alemania, liquidando a su "ala izquierda" pocos meses después de su llegada al poder, que López Rega hizo pasar por la metralleta a un centenar de montoneros en 1973 desde el regreso de Perón, quien les expulsaría del movimiento algunos meses más tarde, y que Jomeini, poco después de llegar al poder, asesinó y persiguió a sus ideólogos y partidarios de izquierda...
Porque, incluso antes de acabar con ella físicamente, el populismo disuelve a la izquierda simbólicamente, provocando una notable pérdida de su sentido. Se corrompen las palabras, se subvierten los valores, se invierten los frentes en los combates. "Los de arriba y los de abajo" tienden a sustituir a la derecha y a la izquierda, el símbolo tradicional de la sumisión de la mujer se blande como un estandarte de la emancipación de los pueblos excluidos, la extrema derecha defiende la laicidad, los revolucionarios latinoamericanos llaman a Cristo, los veteranos de la KGB a la Iglesia Ortodoxa, la "izquierda de la izquierda" defiende la religión especialmente cuando es la musulmana, el antisemitismo se llama antisionismo y la violencia se hace justicialista.
Porque la verdad estaría siempre y de inmediato del lado del pueblo y garantizaría el derecho que merecen aquellos que combaten por él. En nombre del pueblo, se permiten todos los compromisos con el autoritarismo. Vladimir Putin, Hugo Chávez, Bachar el Asad son hoy en día los héroes de la izquierda populista porque defenderían su nación contra el liberalismo. Y Syriza pacta una alianza con el partido de derechas Griegos Independientes para seguir el reclamo antieuro del pueblo. Pero, a fin de cuentas, la Rusia de Putin es más desigual, más represiva y más expansionista que nunca; la Venezuela chavista se ha convertido en una catástrofe humanitaria de penuria, violencia y corrupción; la Siria de Asad ha caído en una guerra de destrucción e inestabilidad por haber preferido a los islamistas en vez de a los demócratas. Y la Grecia de Tsipras, después de fanfarronadas y promesas engañosas de una salida de la eurozona, se ha sometido a un acuerdo peor que el que habría conseguido de haber creado mucho antes una proposición conjuntamente con los socialdemócratas.
Fracaso de la socialdemocracia.
Ciertamente, las socialdemocracias en Europa y en América Latina tienen una gran responsabilidad en el desarrollo de los populismos, radicalismos, autoritarismos de todo tipo, debido a que no han sabido hacer frente a la realidad de la nueva fase de la globalización, que pulveriza las fronteras y las certezas nacionales. A la vez, prohíbe los compromisos entre el capital, que se ha convertido en anónimo financiero transnacionalizado, y el trabajo, todavía local y también precario y enrarecido en la actualidad. La redistribución directa del capital laboral e indirecta hacia el Estado de bienestar se ha detenido: sólo el pequeño capital nacional y el trabajo tienen impuestos severos. Se impiden los aumentos salariales debido a que la producción está sometida a los accionistas, a la presión del desempleo masivo y a una gran desmovilización sindical. El descenso del nivel de vida, el miedo a bajar de categoría social y el sentimiento de invasión por parte de las poblaciones musulmanas --que rechazan las lenguas, las culturas y las costumbres europeas-- atormentan a las clases populares y medias.
Construidas a través de las luchas obreras y electorales en el marco de los Estados-naciones, las socialdemocracias fueron los grandes actores del Estado de Bienestar de los años 1930 en el norte de Europa y en Suecia especialmente, de los Treinta Gloriosos en el sur de Europa a partir de 1945 y del Estado de Bienestar en algunos países de América Latina entre los años 1960 y 1970, sobre todo en la Venezuela de Rómulo Betancourt (refugio de los que se oponen a las dictaduras que asuelan la región y alternativa progresista no comunista a los regímenes militares). Así, estas luchas crearon las sociedades más prósperas, más igualitarias y más democráticas de la Edad Moderna. Más tarde, se deterioraron por el crecimiento demográfico, la degeneración de los partidos políticos (de acuerdo con la "ley de hierro" de Robert Michels), la transnacionalización cultural y, en especial, el fin del sistema de Bretton Woods, la liberalización de los flujos de capital y la informatización de las finanzas internacionales.
El gran mérito de la "tercera vía" de Blair (5) y del "nuevo camino" propuesto por los reformistas latinoamericanos en los años 2000, fue el de hacer hincapié en la importancia de tener en cuenta la globalización y las alianzas políticas, situándolas en un punto central para construir un nuevo proyecto socialdemócrata. Pero el blairismo pecaba de un exceso de liberalismo económico y de un antikeynesianismo dogmático, además de que la vía latinoamericana era un proyecto apoyado por intelectuales sin partido político y por líderes de partidos decrépitos o demasiado trabajados internamente por un tropismo de izquierdas.
El Partido Socialista francés, tan corto de vista como sus homólogos europeos, también está sumido en problemas internos y, contaminado por el camino fácil del multiculturalismo y el igualitarismo, ha renunciado a defender la cultura, a adaptar el elitismo republicano a la masificación de la escolarización y a redefinir una estrategia global de emancipación individual y de redistribución colectiva acorde a los nuevos tiempos. Por tanto, no pueden distinguirse los gobiernos de derecha de los de izquierda, que alimentan igualmente el rechazo a la democracia parlamentaria. Los partidos socialdemócratas, cada vez más endogámicos y profesionalizados, aplican (salvo excepciones abucheadas o ensalzadas como un milagro) la promoción de los mediocres (apparatchiks vagos y a menudo poco cultivados, de los que Martin Schulz podría ser un arquetipo) que, si mantiene mal que bien cierta clientela local, no autoriza el entusiasmo y el compromiso de mayorías dinámicas.
O podría intentar impulsar un amplio consenso sobre un verdadero proyecto socialdemócrata europeo. Un proyecto que se atreva a señalar la obsolescencia del sistema nacional para imponer una armonización fiscal y social en el seno de la Unión y proponer a Europa los términos de una alianza equilibrada de productores (patronal y salariado) frente a la especulación transnacional. Un proyecto que ose defender por igual las lenguas europeas y los valores occidentales resultantes tras luchas centenarias por la defensa de los derechos del ser humano, la igualdad entre hombres y mujeres, y la libertad de credo, de expresión, de humor, de sátira y de crítica.
A falta de comprometerse de forma decidida en esta amplia renovación, los socialdemócratas han dejado, una vez más en nuestra historia, un espacio para otra izquierda, que tampoco tiene un verdadero proyecto pero que, por el contrario, posee un discurso movilizador y justicialista, vengativo y violento y que utiliza todas las herramientas del eterno populismo. Por tanto, esta izquierda es radical en su discurso y así se muestra en sus actos cuando la ocasión se lo permite: el terror de los "camisas rojas" chavistas, la "justicia popular" de los escraches en Argentina o en España, la complacencia culpable con respecto a los islamistas desde septiembre de 2001 y reiterada tras el 7 de enero de 2015 en París. Sin embargo, tanto la batalla contra las desigualdades como la lucha en favor de la emancipación de las personas no deben esperar nada de los populistas, ya que si llegan al poder no tendrán poder en la materia e incluso podrían ser peligrosamente dañinos. Le toca a la socialdemocracia aceptar el reto de una política progresista audaz, transformadora y movilizadora, aunque ya sea muy tarde...
Este post fue publicado originalmente en la edición francesa de 'Le Huffington Post' y ha sido traducido del francés por Diego Jurado Moruno