Erasmus interruptus
Si el Gobierno de Rajoy recorta en su contribución al programa Erasmus es porque no puede percibir ningún beneficio que no pueda ser cuantificado en euros al final del año. Pero eso sólo es un ejemplo más de lo corto de miras que es este Gobierno en temas de educación.
Al programa Erasmus, creado en 1987, se puede aproximar uno de diferentes maneras. Los hay quienes piensan, inocentemente, que es una forma de que los hijos de los pobres o de los obreros, si es que no es lo mismo, puedan estudiar en universidades extranjeras. Como si las universidades rumanas o italianas fueran mejores que las españolas. Los hijos de los ricos estudian en universidades privadas de prestigio, así que no te confundas.
Los hay también quienes piensan que Erasmus es una forma de fomentar el vicio entre la juventud y que lo único para lo que sirve es para subvencionar alcohol y condones a los jóvenes universitarios. Como si los jóvenes que no van de Erasmus no pensaran en fiestas, sexo y alcohol, sólo en estudiar en la biblioteca. Creo que la mayoría de los que hemos pasado por la universidad recordamos este periodo como uno de los mejores de nuestras vidas, si no el mejor, debido justamente a que era el de mayor libertad y el de menos responsabilidades, independientemente de si hemos ido de Erasmus o no.
Como profesor en una universidad receptora y que ha tenido y tiene alumnos Erasmus cada día en sus clases, debo confesar que tanto unos como otros tienen parte de razón. Si un universitario elige bien su destino, puede estudiar en una universidad pública de prestigio. Por ejemplo, estudiar filología inglesa en la universidad donde imparto clase, una universidad pública polaca, puede resultar muy beneficioso para un alumno español porque esa carrera en concreto está al nivel de las mejores del mundo. Desgraciadamente, hay otros factores que empujan a escoger un destino u otro: ya sea el clima, el nivel de vida, los compañeros, los gustos personales o si se ha corrido el rumor de que ligar es fácil.
Por otra parte, he tenido alumnos que creían tener una especie de patente de corso que les autorizaba a no seguir el ritmo de trabajo de sus compañeros y aun así aprobar las asignaturas por el mero hecho de ser Erasmus. Crasso error, por lo menos en mi caso.
La realidad es que, en su origen, el nacimiento del programa Erasmus tiene mucho que ver con la misma idea fundacional de la Unión Europea, es decir, sirve, entre otras cosas, para evitar conflictos entre los diferentes estados europeos debidos al desconocimiento y al desprecio por lo diferente. Cuando un universitario pasa parte de su vida en otro país, debe integrarse y aprender a colaborar, para lo que necesitará conocer de un idioma extranjero. Todo esto lleva a que se sienta parte de un contexto más amplio que el de su propio país y sea capaz de ver el mundo con una nueva perspectiva. La identidad nacional suele ir acompañada de un prejuicio contraproducente hacia otros países y culturas. Solemos valorar lo nuestro como bueno y lo de los demás como malo. El programa Erasmus es un antídoto contra este prejuicio maniqueo tan natural en el ser humano y que ha sido causa de guerras y conflictos.
Y los universitarios son los primeros que deberían curarse de estos prejuicios ya que serán ellos los que probablemente en el futuro ocuparán puestos de responsabilidad en organismos de gestión públicos o privados. Ellos serán los que marquen la pauta de los estados y de la empresa privada. Y yo prefiero tener dirigentes que no crean que el mundo se acaba en la pelusa de su ombligo, como le ocurre, por ejemplo, a nuestro inefable ministro de Educación.
Si el Gobierno de Rajoy recorta en su contribución al programa Erasmus es porque no puede percibir ningún beneficio que no pueda ser cuantificado en euros al final del año. Pero eso sólo es un ejemplo más de lo corto de miras que es este Gobierno en temas de educación.
Esperemos que el Erasmus interruptus del ministro Wert se quede en un gatillazo sin más historia.