El timo de la tolerancia
¿Es el respeto la solución a todos los problemas? Cuando alguien se manifiesta no lo hace con la intención de exigir respeto, sino derechos. Esa es la palabra clave, la palabra que se ha olvidado con el tiempo. Cuando se habla de tolerancia no se habla de derechos, y eso siempre es bueno para los que detentan el poder.
El valor de las palabras se transforma con el tiempo, según varían la mentalidad de la gente y las exigencias de lo políticamente correcto.
Es curioso el caso de la palabra matrimonio, la cual, según algunos, debe ser de utilizada exclusivamente en referencia a las parejas heterosexuales, pretendiendo de esta manera obligar a crear un nuevo término para las parejas homosexuales, aun cuando éstas firmen un documento que les otorga los mismos derechos y deberes que a los primeros. Por esta regla de tres habría que crear nuevos términos para familia o hijo según a quién nos estemos refiriendo.
Otra de las palabras que está últimamente de moda es nazismo, la cual ha pasado de referirse a la ideología pangermanista totalitaria que causó la muerte de millones de personas a referirse a cualquier actitud supuestamente antidemocrática. Claro que, quien utiliza la palabra nazi lo hace básicamente con la intención de desprestigiar insultando y no de hacer referencia a ningún término histórico.
Pero hay un ejemplo más significativo de cómo se transforman las palabras con el tiempo. Me refiero, apreciado lector, al término tolerancia, un término que todos hemos aceptado como positivo cuando esconde, en realidad, una perversión de los intereses sociales, un sedante para las masas.
Tolerar significa "respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias". Ciertamente, esta definición parece ideal, pero esconde una trampa. La persona que tolera no tiene por ello que dejar de ser, por ejemplo, homófoba. En mi anterior texto expliqué cómo Lech Walesa se consideraba a sí mismo una persona tolerante, pero no quería ver a una pareja de hombres besándose bajo su ventana. Realmente, Lech Walesa lo que hace es utilizar el concepto de tolerancia con su significado primigenio, sin pasarlo por ningún tamiz de la modernidad. Porque, recordemos, se puede tolerar cualquier cosa, lo bueno y lo malo, pero eso no implica que queramos mezclarnos con ello u otorgar derechos a alguien. Es decir, se puede tolerar la existencia de, por ejemplo, otras razas, pero eso no significa que queramos mezclarnos con ellos ni otorgarles derechos. Así que cuando pedimos a una persona que sea tolerante, ¿qué le estamos pidiendo exactamente? Sólo respeto.
Ahora bien, ¿es el respeto la solución a todos los problemas? Cuando alguien se manifiesta no lo hace con la intención de exigir respeto, sino derechos. Esa es la palabra clave, la palabra que se ha olvidado con el tiempo. Cuando se habla de tolerancia, que no es nada más que una versión moderna de la cortesía, no se habla de derechos, y eso siempre es bueno para los que detentan el poder. No puedo imaginar a Martin Luther King en una marcha por la tolerancia racial, sólo puedo imaginármelo en una marcha por los derechos civiles. En cambio, en la actualidad nos conformamos con pedir tolerancia, una palabra tan manida que ha habido que añadirle un cero para que tenga algo más de fuerza y credibilidad.
Por eso, los escraches son tan significativos y marcan un punto de inflexión en el sentir de la gente. Es el momento de exigir derechos. Y exigir derechos implica que se acabó el tiempo de la tolerancia y el respeto, para dar un paso más allá y hacerse escuchar.