Europa, última parada de un largo y cruel trayecto
Durante seis meses, Yarmouk sufrió el asedio del ejército sirio. La ayuda humanitaria necesaria para subsistir quedó interrumpida. La población cuenta que durante todo ese tiempo en el que nada ni nadie entró en Yarmouk, se comieron todos los animales domésticos y los que no lo eran. Tuvieron que , hervir hojas, semillas y yerbajos para engañar al estómago. No se sabe a ciencia cierta cuántas personas murieron de inanición.
Imagen cedida por UNRWA
Europa es sólo la última parada del cruel y tortuoso trayecto de largo recorrido que emprenden los refugiados desde que comenzó la guerra siria hace cuatro años. Antes de llegar a su destino han pasado por un prolongado camino repleto de terror, hambre, frío y violencia. Escuchar los testimonios de las personas que vienen de Siria debería de ser obligatorio para despejar cualquier duda sobre nuestra obligación de acogerles y amortiguarles el tránsito hacia esta nueva etapa de su vida.
Si hay un lugar en Siria que puede ilustrar el drama y el sufrimiento de la población, ese es el campo de refugiados de Yarmouk. La fotografía de Yarmouk tomada el 18 de enero de 2014 se ha convertido en el icono del drama y de la barbarie de la guerra en Siria.
"Yo estaba allí ese día", me contaba Huda durante mi visita a Siria en el pasado mes de mayo. "Sujeté a una persona que murió en mis brazos". Su mirada, al igual que su voz, es como el acero. Su cara denota un gran cansancio acumulado. "Hace tiempo que he dejado de sentir nada, ni pena ni alegría. Después de lo que he visto a lo largo de estos cuatro años me he quedado completamente bloqueada" añade. "Aquel día, la escena era surreal. La gente llegaba muy sucia, muy delgada, las manos negras de quemar los muebles de sus casas para calentarse o cocinar. Unos lloraban, otros gritaban, las mujeres hacían el zaghareed (grito de emoción intensa). Llegaron niños que llevaban meses solos, pues sus padres no habían conseguido regresar tras el inicio del asedio del campo, en julio de 2013. Trajeron a una mujer en coma, era diabética y llevaba meses sin insulina". Huda baja la mirada y calla. No quiere seguir hablado de ese día. Sin embargo, tras un breve silencio arranca de nuevo expulsando todo lo que lleva dentro: "No puedo más, necesito tratamiento psiquiátrico. Tengo dos hijas y estoy desesperada por sacarlas de aquí, quiero mandarlas a un país seguro. ¿Tu tienes hijos?" pregunta. "Entonces me entenderás. Muchos de mis familiares han muerto, me han disparado en la calle. Sufrí la explosión de un coche bomba, me salvé gracias a Dios, pero vi al resto explotar por los aires. He estado a escasos metros de muchas bombas, he visto demasiados cadáveres... Mi madre se marchó a Suiza en 2012, cuando comenzaron a bombardear Yarmouk. Allí tengo un hermano. Ella murió el año pasado, no volví a verla, no pude despedirme de ella". Y mirándome fijamente a los ojos me dijo: "No soy sólo yo, estamos todos así, el teléfono suena constantemente, nunca son buenas noticias, sufrimos muchísima presión, nuestros familiares y amigos están padeciendo una situación terrible, necesitan ayuda constantemente, no puedo más, no doy a basto".
El relato de Huda es uno de los muchos que escuché ese día en los alrededores de Yarmouk. La entrada al campamento de nuevo no fue posible, pero como no lo es desde que en abril de este año el Estado Islámico irrumpiera en el mismo. Desde entonces, la ayuda humanitaria ha dejado de entrar en el campo.
Este campo de tan sólo 2,1 km cuadrados aglutina todos los ingredientes de la guerra siria. Por ello se ha convertido en uno de los peores escenarios del país. Su situación, a escasos seis kilómetros del centro de Damasco le convierte en un lugar estratégico para la toma de la capital. Es por ello que se lo disputan la práctica totalidad de los grupos armados involucrados en el conflicto.
El campo de refugiados de Yarmouk se estableció en 1957 con población palestina que había llegado a Siria después de la guerra árabe-israelí de 1948. Con el paso de los años se había convertido en el centro de la vida de la comunidad palestina en el país. En él vivían 160.000 refugiados palestinos y en sus calles bullían los comercios, los negocios y la cultura palestina. "Allí nos trasladamos a vivir cuando yo tenía diez años" señala Laila, una palestina de Yarmouk. "Crecí allí. Cuando me casé, mi familia y la de mi marido nos ayudaron a construir la casa. Era la casa de mis sueños. Tuvimos hijos, era feliz". Pero su voz se apaga a medida que me sigue contando, "Las bombas comenzaron a caer a finales de diciembre de 2012, huimos con lo puesto. Dejamos todo atrás. Mi casa está ahí, a quinientos metros de donde estamos. No tengo nada, soy palestina. Esa casa ha sido lo único que he tenido en mi vida. No puedo regresar, no sé siquiera si todavía existe".
El ejército sirio bombardeó Yarmouk para acabar con los grupos armados de la oposición que habían entrado en el campo. La inmensa mayoría de la población huyó, mientras que unas 20.000 personas permanecieron en él. La mayoría mujeres, niños, discapacitados y ancianos. En definitiva, todos aquellos a los que les fue imposible abandonarlo. Algunos hombres permanecieron para defender sus hogares de los robos, mientras sus familias intentaron ponerse a salvo en otro lugar.
"Desde que huimos de Yarmouk", continúa Laila, "hemos cambiado de casa varias veces. Siempre por seguridad, cuando se han acercado los combates. Afortunadamente durante todo este tiempo he mantenido el trabajo. Resulta muy difícil vivir en una guerra y, al mismo tiempo, tener que levantarte cada mañana y separarte de tu familia para ir a trabajar. No sabes si cuando te despides por la mañana, pasará algo a lo largo del día y no nos volveremos a ver. Pero tenemos que seguir viviendo, hay veces que en el camino al trabajo cae un mortero y veo a la gente morir, a veces demasiado cerca de mi. Otras veces he tenido que resguardarme en algún lugar y esperar hasta que han cesado los enfrentamientos para continuar mi camino. Ponerte a trabajar después de algo así es insoportable. A veces llegamos al trabajo totalmente desquiciados, en estado de shock".
Laila me cuenta que mantiene el contacto por teléfono con una amiga que todavía continúa dentro del campo. Son parte de los que no pudieron volver a salir tras el asedio del ejército sirio a partir de julio de 2013. "Un día me llamó llorando y me pidió ayuda, una bomba había matado a su hijo de seis años, de la misma edad que el mío, se habían criado juntos. Me pedía ayuda, pero no pude hacer nada, no se puede entrar en Yarmouk".
Una llamada interrumpe la conversación, Laila se pone nerviosa, tras unas frases rápidas cuelga. "Perdón, estoy esperando una llamada importante, pero no era esta", dice algo ruborizada, tras un breve silencio me hace una confesión: "La familia de mi marido embarcó en la costa libia hace unos días, no sabemos nada todavía, nos dijeron que llamarían en cuanto desembarcasen. Estamos muy preocupados". Laila no es la primera persona que me confiesa que salir de Siria es su único objetivo, a lo largo de mi viaje conozco muchos más casos. Es una constante en todas las conversaciones. Sin embargo, Laila no quiere hablar de ello. Regresamos a la conversación de Yarmouk, me dice que el campo está destrozado, no merece la pena regresar "¿Qué vamos a hacer los palestinos? Aunque sobrevivamos no podemos volver a nuestra tierra, ya conoces nuestra historia, y aquí tampoco tenemos ya un hogar al que regresar. Es mejor marcharse a otro país" sentencia.
Durante seis meses, Yarmouk sufrió el asedio del ejército sirio. La ayuda humanitaria necesaria para subsistir quedó interrumpida. La población cuenta que durante todo ese tiempo en el que nada ni nadie entró en Yarmouk, se comieron todos los animales domésticos y los que no lo eran. Tuvieron que , hervir hojas, semillas y yerbajos para engañar al estómago. No se sabe a ciencia cierta cuántas personas murieron de inanición. Las fotos de cadáveres desnutridos, mayoría ancianos y niños, comenzaron a aparecer en las redes sociales. Tras muchas presiones por parte de UNRWA, el primer convoy con alimentos consiguió entrar el 18 de enero de 2014. El momento del inicio del reparto de alimentos quedó retratado en la foto que abrió portadas en el mundo entero.
Por si no hubiese habido suficiente sufrimiento en Yarmouk, en abril de 2015 irrumpe en el campo el temido Estado Islámico. Los enfrentamientos entre los diferentes grupos armados, incluido el Frente Al Nusra, se recrudecen y durante los mismos un centenar de personas logra huir del campo. Me encuentro con ellos en una escuela gubernamental a escasos cien metros de la entrada principal del Yarmouk. La mayoría son mujeres y niños. En seguida llama mi atención Iman, una mujer alta, con el pelo largo recogido en una coleta que a pesar de estar extremadamente delgada y con ropa muy desgastada mantiene cierta elegancia. Fuma sin parar y con su inglés impecable me dice que les sorprendieron los combates en la calle. Por ello huyeron solas, con los hijos que en ese momento llevaban con ellas, el resto de la familia continúa en Yarmouk. Quieren volver, pero les da mucho miedo el Estado Islámico. No saben qué va a ser de sus vidas, mantienen el contacto por teléfono con sus familias dentro del campo. Algunas afirman que en cuanto puedan regresarán, sus hijos continúan allí y no pueden pensar en marcharse a ningún sitio sin ellos. De momento seguirán durmiendo en esta escuela hasta que puedan regresar.
Cuando me marcho, Imán me dice al oído que habla también italiano y francés y que ahora quiere aprender alemán. Su hija está en Alemania, no sabe cuando se podrá reunir allí con ella, pero mientras espera quiere aprender el idioma. Me despido con un abrazo diciéndola que no me cabe duda de que aprenderá alemán, pero no la digo nada de las demás dudas que me embargan.
A fecha de publicación de este artículo, UNRWA continúa sin poder entrar en Yarmouk. No sé si Imán consiguió reunirse con su hija. Sin embargo, sí he sabido por Laila que su familia llegó a salvo a Noruega, su última parada. Ahora le toca a ella y a sus hijos emprender el último tramo de este cruel trayecto que dura ya demasiados años.