Adolfo Suárez y Pedro Sánchez: del "puedo prometer y prometo"... ¿a la dimisión?
El presidente del Gobierno emuló a Adolfo Suárez cuando su partido le escogió como candidato a la Presidencia en 2016. Este lunes podría ser el segundo presidente en dimitir: el primero y único fue el líder de UCD.
Hace unos años, en mayo de 2016, Pedro Sánchez escogió emular a Adolfo Suárez cuando fue escogido por su partido para aspirar a la Presidencia del Gobierno en las elecciones del 26J. Durante un acto en Móstoles, Sánchez quiso recuperar aquella fórmula que había hecho famosa Suárez antes de las primeras elecciones tras el franquismo: “Puedo prometer y prometo”, un leitmotiv al que Sánchez apellidó “decencia, diálogo y dedicación”.
Sea casualidad o no, lo cierto es que el actual presidente del Gobierno puede emular, de nuevo, a Adolfo Suárez si este lunes anuncia su dimisión, pues el primer presidente de la democracia tras la dictadura franquista fue también el primero en dimitir. El primero y el único, un título que puede llegar a perder en unos días. Por algún motivo, Sánchez parece querer vincular su carrera política con la de Suárez.
Este mismo viernes, de hecho, quien fuera uno de sus principales asesores, Iván Redondo, los comparaba en La Vanguardia recordando la primera dimisión de Sánchez, cuando dejó su acta de diputado para no votar una investidura del Partido Popular: “Muchos tuvieron que acudir a los libros de historia, como vuelve a suceder ahora, para recordar a alguien dimitiendo. Y la referencia siempre era una: el primer presidente, Adolfo Suárez. […] Tanto Pedro como él comparten una gestión de la jefatura de Gobierno que acepta serenamente tanto la crítica como la inútil descalificación global, la visceralidad y el ataque personal. Doy más que fe”.
Pese a las equiparaciones, y aunque la memoria sea corta, la dimisión de Adolfo Suárez se produjo en un contexto mucho más convulso que el actual. Si bien hay quien hoy persiste en deslegitimar un Gobierno emanado de las urnas, Suárez escogió dimitir tratando, si acaso, de evitar un golpe de Estado que, a pesar de todo, llegó a producirse un mes después.
“No me voy por cansancio”, manifestó Suárez en un discurso televisado el 29 de enero de 1981: “No me voy porque haya sufrido un revés superior a mi capacidad de encaje. No me voy por temor al futuro. Me voy porque ya las palabras parecen no ser suficientes y es preciso demostrar con hechos lo que somos lo y lo que queremos”.
Si Sánchez anunciara su dimisión el lunes, se parecería a la de Suárez en que un presidente abandonaría el cargo. Serían iguales en superficie, pero muy diferentes en fondo. El entonces líder de UCD, cuyo cargo abandonó también ese mismo día, se fue porque pensaba que eso era lo que necesitaba el país. El actual presidente del Gobierno se preguntaba en su carta si todo esto merece la pena en lo personal. La cuestión que planteó Suárez fue otra: “Hay encrucijadas en nuestra propia vida personal como en la historia de los pueblos en las que uno debe preguntarse, serena y objetivamente, si presta un mejor servicio a la colectividad permaneciendo en su puesto o renunciando a él”.
“Me voy, pues, sin que nadie me lo haya pedido”, prosiguió Suárez, “desoyendo la petición y las presiones con las que se me ha instado a permanecer en mi puesto, con el convencimiento de que este comportamiento, por poco comprensible que pueda parecer a primera vista, es el que creo que mi patria me exige en este momento”.
Suárez desempeñó diferentes cargos durante el franquismo y llegó a ser secretario general del Movimiento Nacional, es decir, del partido único del franquismo, Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Sin embargo, llegó a creerse su papel como figura clave en las transformaciones democráticas del país. Manuel Vázquez Montalbán lo comparaba con “el mito del general de la Rovere”.
Esto decía el célebre Montalbán sobre Suárez: “El general de la Rovere era un general de la resistencia italiana y una vez la policía de Mussolini detiene a un delincuente menor, que se parece mucho al general de la Rovere, lo infiltra en la cárcel y le hace jugar como tal general para conseguir información de los presos auténticos de la resistencia, pero este hombre se imbuye de tal manera de su condición de general de la Rovere que acaba asumiendo que le fusilen porque se niega a revelar lo que ha se ha enterado con el contacto con los verdaderos resistentes. Sin ser Suarez evidentemente un delincuente, su peripecia se parece bastante: yo creo que es un hombre convocado por el Rey y lo que había detrás del Rey para dirigir la transición, porque era un hombre que venía de las filas del Movimiento, porque representaba la juventud creadora por así decirlo dentro de las filas del Movimiento, y que luego en la medida que va construyendo su personaje del facilitador de la transición, se lo va creyendo y lo acaba asumiendo el día del golpe de Estado de Tejero, cuando él y Gutiérrez Mellado estuvieron magníficos y Carrillo también, a la altura del desafío de los militares: entonces ya era realmente el general de la Rovere”.
Entre ambos discursos, hay un asunto que sí se repite, el del apego al cargo, y además de una manera muy similar. Suárez señaló: “Nada más lejos de la realidad que la imagen que se ha querido dar de mí con la de una persona aferrada al cargo”. “Toda persona ha de tener vocación de poder, voluntad de continuidad y de permanencia en el marco de unos principios”, apuntó. Y, ahora, Sánchez habla también de esa imagen que se ha querido hacer de él: “A pesar de la caricatura que la derecha y la ultraderecha política y mediática han tratado de hacer de mí, nunca he tenido apego al cargo”. “Sí lo tengo al deber, al compromiso político y al servicio público”, escribe.
En su interlocución para dimitir como presidente, Suárez dejó también una reflexión que bien vale para el debate actual: “No me he quejado en ningún momento de la crítica. Siempre la he aceptado serenamente. Pero creo que tengo fuerza moral para pedir que, en el futuro, no se recurra a la inútil descalificación global, a la visceralidad o al ataque personal porque creo que se perjudica el normal y estable funcionamiento de las instituciones democráticas. La crítica pública y profunda de los actos de Gobierno es una necesidad, por no decir una obligación, en un sistema democrático de Gobierno basado en la opinión pública. Pero el ataque irracionalmente sistemático, la permanente descalificación de las personas y de cualquier solución con que se trata de enfocar los problemas del país, no son un arma legítima porque, precisamente pueden desorientar a la opinión pública en que se apoya el propio sistema democrático de convivencia”.