Casado el 'sin papeles' y otras cosas que no has visto de la sesión
Literal. Pablo Casado es un sin papeles. Así ha subido este miércoles a la tribuna del hemiciclo para contestar a Pedro Sánchez. Sin un solo papel en el que leer su discurso. Es cierto que llevaba aprendidas de memoria un catálogo de citas para colocar a discreción (y quitarse de encima el complejo del máster), demostrando una ilustración extraída de un recopilatorio más que de la lectura en profundidad de los autores citados.
El presidente del PP se ha dirigido a su bancada, que tras la caída de siete puntos en Andalucía y el auge de Vox le critica en los pasillos. Tiene también que convencerles de que él no es el resultado de la bronca entre Cospedal y Sáenz de Santamaría. Que tiene madera de líder. Y el gesto de subir sin un apunte del que echar mano por si pierde el hilo es más importante que anecdótico.
Por eso, en vez de mirar al presidente del Gobierno se ha centrado en hablar a los ojos de sus diputados. Hasta que ha arrancado los aplausos de los menos entusiastas, como Fátima Bañez o Iñigo Méndez de Vigo —que se ha acercado a felicitarle y darle palmaditas en la espalda—, rematando su intervención con una cerrada ovación de varios minutos de parte de los suyos. Normal que Pablo Casado se sienta eufórico y suba y baje los seis escalones desde su escaño al púlpito dando saltitos. Todavía no se acaba de creer que ahora ocupa el sitio en el que se sentaba su mentor, Aznar. Ese hombre que ha regresado del pasado y está casi tan henchido como Teodoro Martín-Egea, que no para de estirarse el traje y coger el móvil como James Bond.
Las citas de Isaiah Berlin, Antonio Machado, Esopo o Franklin han surtido su efecto. Aunque más efectivos han sido los hits habituales: El Gobierno depende de los votos de la kale borroka independentista para mantenerse en Moncloa; qué más tiene que pasar para que active el 155 en Cataluña; su socio Torra, etcétera.
El presidente del Gobierno se ha agarrado del cuello de la primera ministra May (justo el día que la primera ministra británica se hunde), mientras su bancada le observaba con distancia. El endurecimiento de su discurso, acusando a los independentista de manipular, y su defensa del diálogo como única vía no ha calado en ninguno de los demás grupos de la Cámara. Esquerra y el PdCat le han amenazado con pagar pronto el error de su discurso. Mientras, PP y Ciudadanos se aferraban a su mantra.
Ajustándose el nudo de la corbata y con un folio grande, Albert Rivera ha subido a la tribuna con la mitad del argumentario pisado por Casado, que como líder de la oposición sigue respondiendo el primero al presidente del Gobierno. Rivera ha hundido el puñal en la herida que se ha abierto entre los socialistas desde las elecciones andaluzas, los socios que quieren romper España. Pese a la repetición de conceptos con los defendidos por el PP, el líder de Ciudadanos tiene muy claro que acusar a Sánchez de "renegar de la tradición constitucionalista" y pedirle que "ponga la urnas" le seguirá dando rentabilidad electoral.
Ha usado el Brexit para ligarlo a Cataluña y señalar a "los socios de Sánchez", los Torra y los Puigdemont como ejemplo. Rivera ha aprovechado para erigirse en defensor de los disidentes de todo el mundo en donde hay una dictadura, como en su día hizo, mochila al hombro, Jorge Moragas. La cla de Ciudadanos, con muchos menos diputados que el PP, se ha visto amortiguada por la atención y los aplausos de los grupos de estudiantes situados en las tribunas.
Podemos ha sacado a pasear a Aznar, como padre intelectual de Casado, y el mensaje de la izquierda más izquierda ha quedado diluido. No sólo por el reparto de los tiempos entre las diferentes formaciones que se integran en la Coalición Unidos Podemos, sino porque tanto Pablo Iglesias como Alberto Garzón han subido a la tribuna con el peso del palo en Andalucía.
El tono moderado y de hombre de Estado de Iglesias, se pierde. Por más que ambos, Iglesias y Garzón, apelen al fracaso de la actual Unión Europea neoliberal que ha traído estos lodos. Los aplausos desde sus escaños fueron forzados, enfriados siempre por las intervenciones pactadas. Por muy respetables que sean los problemas de los pescadores gallegos, el dilema sacado desde la tribuna por el representante de En Marea sonaba a marcianada. No era el momento.
La sesión solemne y sus señorías
Desde la tribuna de prensa, la bancada del PP da juego. Pero hay un personaje que resulta fascinante, metáfora de lo que es el peloteo. Se llama Joserra.
¿Qué quien es Joserra? Aquel señor del PP que se presentó a las primarias populares para convertirse ahora en el hombre que lleva la cartera a Pablo Casado, le aplaude, le jalea y hace la rosca sin ningún pudor, aunque esté rodeado de los exministros de Rajoy, que sólo aplauden cuando no queda otro remedio.
Las dos bancadas de los viejos partidos están minadas. Hoy, muchas miradas se paraban sobre Soraya Rodríguez, la diputada de Valladolid que levantó la voz en la Ejecutiva del partido, junto con otros "tradicionales" como Prades, hombre de Susana Díaz. Se extiende el pánico entre los socialistas por cómo cala el discurso de "sus socios, los golpistas de Cataluña y los de la borroka" que lanzan Casado y Rivera. Tanto como en el Partido Popular asusta la pinza con la que puede pillarse los dados Casado, entre Vox y Ciudadanos.
Atentos a Aitor Esteban (PNV), que ha sido el único que ha sacado a relucir el caso Kitchen, los fondos reservados que utilizó el gobierno de Rajoy para espiar a los suyos y hacerse con las pruebas que revelaban la corrupción del partido, al tiempo que ha reprochado a Casado de "tener una cara muy dura" cuando acusa al actual Gobierno del uso de la abogacía del Estado. El sentido común del vasco ha vuelto a relucir en el hemiciclo cuando se ha mostrado asombrado por que "un joven líder de esta cámara [Albert Rivera] reniegue de la política del apaciguamiento y apueste por la política del palo y la zanahoria".