La prostitución: ¿servicio social necesario? ¿Prueba de libertad? ¿Y qué más?
Para defender la legalización de la prostitución, se apela a varios argumentos. Algunos ciertamente fantasiosos.
Se alega, por ejemplo, que tal trabajo es muy rentable y que las prostitutas ganan más que una ingeniera informática, pongamos por caso. Otras voces (que se dicen de mujeres prostituidas) sostienen que prostituyéndose obtienen un goce sexual incomparable.
Resulta difícil creer ambos alegatos: 1. que las prostitutas de calles, parques, rotondas, puticlubs (o sea, la inmensa mayoría) se hagan ricas, sobre todo cuando se conocen –incluso someramente- las condiciones en las que son explotadas. 2. que alguien pague por dar placer a la persona pagada. Si así fuera, la prostitución constituiría el único terreno donde el cliente no es rey, sino un mandado de la mandada.
A poco que se cavile, estos argumentos terminan dando un poco de risa...
Es preciso, pues, apelar a explicaciones más sofisticadas. Así, el argumentario progresista tiene estos dos pilares:
- Acepta que prostituirse puede ser un trabajo desagradable, pero añade: ¿no lo es la minería? ¿y pedimos acabar con ella? No, por supuesto, pedimos mejorar las condiciones de los mineros.
La comparativa con la minería es un clásico entre sensibilidades de izquierdas.
Presenta, sin embargo y de entrada, un gran fallo: suponer que la prostitución es tan necesaria como la minería...
Aceptamos, en efecto, la necesidad de la minería (de la pesca y de otros trabajos penosos y arriesgados) y, por lo tanto, dirigimos el esfuerzo social, no a su supresión, sino a la mejora de las condiciones en la que se ejerce.
Pero, aceptar la necesidad de la prostitución supone aceptar que los varones, estén donde estén y hagan lo que hagan, puedan usar para su placer el cuerpo de las mujeres. La tarifa no será la misma si se tata del broche de oro que ofrece una multinacional como cierre de encuentro entre ejecutivos o si se trata de las prostitutas destinadas a quienes trabajan en los invernaderos del Almería, por ejemplo. Pero todos han de tener a su disposición su respectivo "harén democrático", como lo denominó Ana de Miguel.
Y, para probar la necesidad de esa institución, alegan el hecho de que siempre ha existido. Lo de "siempre" es falso. Ciertamente, civilizaciones muy antiguas conocían la prostitución. Lo cual solo significa que esas civilizaciones ya eran patriarcales y, por lo tanto, en ellas los hombres y sus deseos se consideraban prioritarios. Las mujeres, además de otros trabajos (agricultura, ganadería, etc.) estaban al servicio de los varones, cargaban con el cuidado del hogar y los hijos y, por supuesto, sus cuerpos eran de libre acceso: acceso común en el caso de las prostitutas o privado en el de las esposas.
En cualquier caso, el argumento de "siempre ha existido" es ridículo. También siempre existió la esclavitud y siempre existió (y sigue existiendo) la pena de muerte.
- Una vez que se acepta que la prostitución es necesaria, se aplica al argumento buenista que apela al bienestar de las prostitutas, a la necesidad de darles derechos y garantías.
Ya asombra que, si tanto preocupa el bienestar de las mujeres prostituidas, los dueños de puticlubs no las declaren como camareras, limpiadoras, enfermeras, electricistas o lo que consideren oportuno. Y asombra que quienes ejercen la prostitución por cuenta propia no se den de alta como autónomas en calidad de profesoras de idiomas, masajistas, fontaneras, informáticas o cualquier otra cosa.
Digo eso porque oficialmente tampoco existe el trabajo de escritora, por ejemplo. Las mujeres que escriben cotizan como alfareras, pintoras o electricistas. ¿Qué escrúpulo insalvable legalista y puntilloso impide a prostitutas y proxenetas hacer algo similar?
Por otra parte, si quienes piden legalizar la prostitución de verdad lo hicieran pensando en mejorar las condiciones y la seguridad de las mujeres prostituidas, deberían estar pidiendo al mismo tiempo, con ahínco y como condición sine qua non:
- Que los clientes, antes de acceder al cuerpo de esas personas, tuvieran que presentar un certificado médico completo (actualizado cada mes, como mucho).
- Que, además del condón, fueran obligatorios los guantes profilácticos y las mascarillas (para ellos, claro) ya que una gripe, una bronquitis, una hepatitis B pueden contagiarse no solo mediante penetración genital sino con esputos, fluidos varios, respiración, contactos corporales, manoseos, etc.
- Que los inspectores de trabajo irrumpieran periódicamente y sin previo aviso en los burdeles para comprobar que todos los clientes están usando la parafernalia completa (preservativo, mascarillas, guantes) y que las condiciones de limpieza y salubridad son las adecuadas...
¿Piden los sindicatos de prostitutas que estas condiciones acompañen obligatoriamente la legalización? Pues no, claro que no. Ni por asomo. Lo cual, no es que me haga sospechar, sino que me confirma que los argumentos buenistas son simplemente una engañifa. Prédicas vacuas para engatusar a las almas cándidas.
En los otros argumentos de quienes abogan por legalizar prostitución no sé si merece la pena entrar.
Por ejemplo, en el de que el estigma que arrastran las prostitutas se debe a las abolicionistas. Da risa, la verdad, en primer lugar porque supone que cuando no había abolicionistas, la prostitución estaba bien considerada (¡!¿?); en segundo lugar, porque supone que los clientes sí las respetan (aunque el respeto no les impide manosear y penetrar cuerpos que no los desean); en tercer lugar, porque ignoran que el estigma es parte esencial del atractivo que la prostitución tiene para los clientes (y quien lo ignore, que se ilustre entrando en foros de puteros o que los oiga hablar del ganao).
Y, por último, un gran clásico: el argumento de la libertad. Ese que iguala la libertad de abortar con la libertad de prostituirse, ese que olvida que en la prostitución hay dos partes (mediadas por dinero y poder) y que, como señaló Françoise Héritier (sucesora de Claude Lévi-Strauss en el Colegio de Francia): "Decir que las mujeres tienen derecho a venderse es ocultar que los hombres tienen derecho a comprarlas".