Esperanza torera y temeraria
Dice doña Esperanza, sexagenaria como yo, que quienes se pronuncian "antitaurinos" se descubren "antiespañoles". No es nuevo este estilo. "La calle es mía". "Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber déjame que las beba tranquilamente". ¿Le suenan de alguien cercano?
Parece que la estoy viendo ahora mismo. "Venga, súbeme un poco más, que no llego..." El maquinista hacía un esfuerzo y Laly desenganchaba una parte del kilim afgano de 300 años que, a modo de cortinaje, había quedado mal puesto en uno de los laterales del escenario. "Ya está, bájame. ¡Y termina de poner bien esa gasa del fondo, que está hecha un moco!" No había quien le rechistara. Tenía la autoridad de saber de lo que hablaba y de tratarse con los hombres, en los montajes, como uno más, sin aspavientos, pero como uno más: con su mono de trabajo, sus birras y su pitillo colgando de los labios, a la hora del corte para el bocadillo, en la tasca de al lado de cualquiera de los teatros por los que fuéramos. Horas después, cuando entraba, enfundada en uno de esos vestidos cortos y ajustados que tanto le gustaban, y llegaba a su pupitre de regiduría, junto al escenario, como ella prefería, por si ocurría un imprevisto difícil de detectar desde la cabina, situada al fondo del patio de butacas, nadie daba crédito. Aquel pedazo de mujer, de largas piernas vestidas de cristal y tacones de impresión era la misma regidora que por la mañana había llevado como una vela al equipo de 15 tíos durante el montaje y que, ahora, no salían de su asombro. Iba maquillada, con rojo en sus labios y, después de la función, si todos hacían lo suyo como debían, saldría con ellos a tomarla, para celebrar el trabajo bien hecho.
Foto Ros Ribas. El cántaro roto, montaje en el que Laly Salas fue mi ayudante y regidora. Aquí vemos a Anna Lizaran, Agustín González, Juan José Otegui y Nacho Martínez.
Viene esto a colación de nuestra ínclita y nunca bien ponderada Esperanza Aguirre que, a cuento de la Fiesta Nacional, se ha sacado unos cuántos disparates de la chistera o, mejor dicho en este caso, del castoreño y ustedes se preguntarán qué tiene que ver el culo con las témporas, pero resulta que sí, un poco de paciencia.
Dice doña Esperanza, sexagenaria como yo, que quienes se pronuncian "antitaurinos" se descubren "antiespañoles". Esto lo dice públicamente, ante los medios, con una rotundidad que no admite duda alguna. A este paso, aplicando ese filosófico concluir, no quedarán en España más españoles que los afiliados al Partido Popular, a condición, eso sí, de ser también aficionados a los toros; de ir a las procesiones con mantilla negra y collar de perlas; de jurar y chillar por donde quiera que vayan que la recuperación del país es un hecho que asombra al mundo y abogar, ya sin tapujos, por una España bien diferenciada: de alpargata, ignorancia y miseria, por un lado y de señoritos de buena familia, por otro, como toda la vida de Dios.
Dice, también, que por sus venas corre sangre taurina y que de ahí le viene la cosa. Dice que es torera y temeraria - y peleona, añadiría- y que este ha sido su año más temerario... ¡Joder, Esperanza, y perdona por el momentáneo tuteo, tú no sólo sabes bailar cha cha chá, sino que no dejas títere con cabeza! Encierras más peligro que las profecías de Nostradamus y La Nave del Misterio juntos. No es nuevo este estilo. "La calle es mía". "Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber déjame que las beba tranquilamente". ¿Le suenan de alguien cercano? Yo me acuerdo, se lo aseguro, doña Esperanza, y creo que la cosa pasa muy mucho de castaño oscuro.
Aquí estoy en momento ritual durante la representación de Carmen Carmen, de Antonio Gala.
Laly, mi queridísima amiga y colaboradora durante años, tenía una madre que era propietaria de una prestigiosa ganadería y un padre historiador y general del Ejército del Aire. Y era profundamente demócrata, antifranquista, antisexista, libre, honrada, trabajadora, culta y solidaria. Y, también, era española. Nunca, sin embargo, negó la españolidad a quien estuviese en contra de la fiesta de los toros. Nadie le dijo nunca que no podía ser una mujer de izquierdas por gustarle los toros, o ser hija de una ganadera. Serían argumentos absurdos, ¿no le parece? Nadie cuestionó a Hemingway su lucha contra Franco por el hecho de ser un apasionado de los toros. Hemingway no era antiespañol, era antifranquista, que no es lo mismo. Usted hila de manera curiosa para señalar como antiespañoles a quienes le conviene.
Extraña que no use el mismo método deductivo con usted misma, por haber elegido personalmente a sus consejeros, de tan comprobadamente perniciosa conducta pública, por no mencionar la suya propia. Trilero's Head Hunters es la empresa que la fichó recientemente, ¿no? Discúlpeme. Soy fatal para esto de los nombres. Debe ser la edad. ¡Un pobre sexagenario, usted ya me comprende...!