¡Empieza la liga, empiezan las emociones!
Trabajar en el fútbol de élite es como vivir constantemente en una montaña rusa. Cuando ganas, experimentas un estado de euforia en el que te crees increíble, las emociones positivas se disparan, ríes, haces bromas con los compañeros del equipo. Y a la semana siguiente, zas, pierdes, en el momento en el que pensabas que todo estaba bajo control.
Qué sencillo es verlo todo desde fuera. Comienza la liga y hacía años que en este mes de agosto no me sentía tan tranquila. Trabajar en el fútbol de élite es como vivir constantemente en una montaña rusa. Cuando ganas, experimentas un estado de euforia en el que te crees increíble, las emociones positivas se disparan, ríes, haces bromas con los compañeros del equipo y tienes esa sensación de fluir por la que vale la pena darlo todo por el fútbol. Y a la semana siguiente, zas, pierdes, en el momento en el que pensabas que todo estaba bajo control y cuando sentías la seguridad de poder volver a repetir la hazaña. En días, pasas de la grandeza a la miseria. Y entonces te invade esa sensación de desasosiego e incertidumbre, y verbalizas continuamente frases como "estamos realmente jodidos" o "qué jodidos estamos", vamos, que viene a ser lo mismo, pero como no tienes capacidad para pensar en otra cosa, el cerebro gira y da vueltas a una misma frase, del derecho, del revés y viceversa,... como si se fuera a acabar el mundo.
Y los únicos que entienden cómo te sientes son tus compañeros de equipo, porque sufren igual que tú. Y a tu alrededor la vida sigue... en ese mundo paralelo de fruteros, comerciantes, sector servicios, amigos y familiares que no se dedican al fútbol. Y que jamás en la vida podrían imaginar o tener empatía con los extremos de la agonía y el placer, que se experimentan en el mundo de la montaña rusa.
A pesar de que la experiencia de tantos años te dice que la semana que viene puede que estés otra vez arriba, controlar ese estado emocional de abatimiento cuesta sudor y lágrimas. Sudor por parte de los jugadores, que se dejan la piel en cada entrenamiento para volver a sacar lo mejor de ellos, para acabar con la pesadilla de lo que no pudo ser el fin de semana anterior; y lágrimas de todos los que luchan por un mismo objetivo, y que a pesar de implicarse, buscar todas las soluciones que están bajo su alcance y trabajar entregando el alma, a pesar de eso, no siempre consiguen ni lo que desean ni lo que se merecen.
Y es que parte de la grandeza del fútbol está en que este juego es impredecible, salvo que jueguen Madrid o Barça, y tampoco siempre. Cuando crees que todo está hecho, que esta vez te llevas los tres puntos fijo, en dos minutos y el descuento cambias un marcador, como lo hizo Rubén Castro el año pasado contra el Valencia jugando en casa. El júbilo y la pasión se desatan en la grada, la gente se emociona de tal forma que consiguen cambiar su estado de ánimo y humor para toda la semana. El paro sigue, la crisis también, pero su equipo ha ganado... y eso es GRANDE.
El fútbol despierta y desata pasiones porque los aficionados proyectan en el campo y en su equipo la carga y el estrés de la semana. Unas veces para empujar y sumar, y otras para descargar la ira contra quien no tiene culpa de nada, y mucho menos de sus penas. Parte de la afición que acude al fútbol se cree con el derecho, por el simple hecho de sentir los colores de su equipo, de despreciar, criticar de forma injusta, hacer juicios de valor sobre un grupo de trabajadores que en la mayoría de las ocasiones se dejan la piel en el campo por ganar el partido.
Ningún jugador quiere perder, nadie quiere hacer mal su trabajo, pero no siempre las cosas salen como uno desea. Juega el rival, la suerte, el árbitro, las individualidades, el equipo, la estrategia, las condiciones climáticas, los problemas personales de cada uno de ellos... un sinfín de factores. Tener todas las variables que intervienen bajo control es imposible, y coordinar cada una de ellas para conseguir la máxima eficacia, es una tarea bastante compleja.
A lo largo de esta temporada os harán falta valores como el respeto, no solo entre jugadores, entrenadores y demás personal, sino de los aficionados hacia su equipo. Necesitaréis sacrifico, trabajo, constancia y perseverancia, que os ayuden a luchar por los objetivos. Paciencia, porque los proyectos no siempre se materializan cuando a uno le gustaría, a veces se necesita tiempo para coger confianza, para que el grupo se cohesione y suene la música como al director de orquesta le gustaría. Y un poquito de suerte, o por lo menos, que quien disponga de ella, la reparta de forma justa.
Hoy, desde mi tranquilidad, os deseo todo lo mejor a todos, especialmente a los míos. Aquellos con los que trabajé hace años, con los del año pasado, con los del anterior, y a todos los que os subís este fin de semana al vagón de la montaña rusa, y que tenéis vuestros sueños y vuestra esperanza puestos en pasar una liga tranquila y en que se alcance cuando antes el objetivo. Os deseo que podáis disfrutar, entregaros y que todo os salga bonito.