Casas tristes

Casas tristes

Gente sin casa, casas sin gente. No se entiende, y si se entiende, peor. Afortunadamente, en este lúgubre paisaje hay luz: los Centros Sociales Okupados Autogestionados. Se fortalece el tejido social y las redes de apoyo mutuo, y se genera una bella simbiosis. El CSOA se acaba convirtiendo en un servicio esencial del barrio, y éste se empodera, despierta y eclosiona.

Hola. Si te da pereza leer este artículo ahora, puedes ver el vídeo del final, que dice más o menos lo mismo.

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Mi ciudad es como una jaula con la puerta abierta. De vez en cuando necesito salir, pero siempre acabo volviendo.

Cuando estoy dentro me siento agobiado, encerrado. Si tengo dinero, desahogo mi estrés drogándome, gracias a la inmensa oferta de ocio nocturno que me ofrece mi jaula. Pero como estoy más tieso que una cucaracha, sólo me queda pasear. Un paseín corto, además, que hace frío.

Paseo, y miro alrededor, busco. Me sale vapor al espirar, la calle está bastante vacía. Apenas encuentro sitios donde ir. No sin dinero. No encuentro bibliotecas, talleres, un sitio donde cocinar, donde pintar o esculpir o hacer yoga o ensayar una obra o estudiar o jugar o leer o debatir o conectarme a internet o cantar o fumar o drogarme o follar o reunirme, no encuentro servicios gratuitos como comedores sociales, centros de acogida a gente con problemas, consultas jurídicas y psicológicas, ludotecas para los niños, baños, transporte, centros educativos, huertos, animales, sólo encuentro el mismo banco del mismo triste parque de siempre, es como el columpio de la jaula... No encuentro ni siquiera un espacio con un sofá, una estufa y un balcón con maceta para, simplemente, estar.

Sigo mi paseo y veo zonas de la jaula donde la gente vive apelotonada una encima de otra, peleando, o peor, sin pelear y acumulando bilis, y sin euros para drogarse en la inmensa oferta de ocio jaulero. Veo también majestuosos y vetustos edificios abandonados, vacíos y tristes, agonizando lentamente mientras las ratas, las palomas y los hongos van mellando su osamenta. Silenciosas víctimas de la especulación, moles fantasmales con eco en el salón, pasillos destripados por los ladrones de cobre, y en la cocina alguna cucharilla polvorienta que se quedó rezagada cuando los demás cubiertos huyeron. Miles y miles de gigantes en descomposición. Y miles, y miles y miles.

Gente sin casa, casas sin gente. No se entiende, y si se entiende, peor.

Gente con casa y sin trabajo que necesita salir y estar con otra gente y sentirse útil. Solo puede ir al bar, a gastar el dinero que no tiene, y encima se volverá alcohólica (total...).

Gente sin casa y sin nada condenada a pasar el día en el viejo columpio jaulero con un brick de vino reciclado y babeado, y a ir recogiendo las migajas que caen al fondo de la jaula hasta que no las distinga de sus propios dientes.

Gente con casa y trabajo, insensible y ciega al drama humano que está sucediendo a pocos metros de su portal. ¿Qué le pasa a la gente de mi jaula?

Afortunadamente, en este lúgubre paisaje hay luz, una lucecilla precaria y temblorosa como una vela, y a la vez firme y eficiente como un faro: los Centros Sociales Okupados Autogestionados.

En mi ciudad hay un puñado de personas que no aceptan la realidad, no soportan vivir en una jaula llena de apestoso excremento, no conciben otra vida más que la de luchar por la justicia social. Esta gente, cuando no puede más, revienta una cerradura y libera un edificio triste. Entonces lo restaura, lo limpia, le pone de nuevo el cobre, el agua, los muebles, lo decora y lo abre a la gente del barrio para que ésta lo gestione de forma horizontal. ¡Hop! Ya tenemos un CSOA. Y nos ha costado 0 euros (o poco más). Eso sí, sólo se abren casas que llevan abandonadas mucho tiempo y que no son de nadie, o que pertenecen a malignos especuladores, nunca a familias ni nada de eso.

Poco a poco, el centro va ganando adeptos, llenándose de actividades, el barrio se va implicando en su gestión, las vecinas van teniendo ideas y un sitio donde desarrollarlas, y sobre todo una comunidad de personas a las que conocen y en quien pueden confiar... Se fortalece el tejido social y las redes de apoyo mutuo, y se genera una bella simbiosis. El CSOA se acaba convirtiendo en un servicio esencial del barrio, y éste se empodera, despierta y eclosiona.

Estos pequeños héroes anónimos están, no obstante, bastante mal vistos por una parte de la sociedad. Concretamente, la parte de la sociedad que nunca ha estado en un CSOA. Los poderes del Estado, incomprensiblemente, no sólo no agradecen y alaban este gran trabajo que deberían estar haciendo ellos, sino que se alían para destruir lo que los vecinos construyen. Y no tienen ningún pudor en hacerlo con violencia.

Cada desalojo de un centro social es una herida profunda para la sociedad, para el barrio, para la gente sin casa, para la gente con casa y sin curro, y para una parte de la que tiene casa y curro, que al final ha comprendido que solo juntas salimos adelante, y que un barrio unido jamás será vencido.

Mi ciudad está llena de jaulas con la puerta cerrada, esperando que alguien la abra.

Diez, cien, mil centros sociales.

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