Monstruos del río (y de la calle)
Guayaramerín es la mitad de la simbiosis comercial que mantienen Bolivia y Brasil. Guayaramerín aparece del lado boliviano, pobre y agitada; Guajara-Mirim del brasileño, ordenada y sosegada. La Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Delito dice que son solo una de tantas ciudades dobles enraizadas en la corrupción y el contrabando.
Los coches dan vueltas a la plaza y no la dejan. Una y otra y luego otra y así un rato. Cuando Dorian propuso que fuésemos a pasear, no pensé que se refiriera a esto. Pero ahí estamos, vuelta y vuelta y otra vuelta. En el centro de la plaza, clientes y prostitutas negocian el fin de fiesta al lado del señor de los helados; dos calles adelante aparece el río Mamoré, testigo silencioso de los barqueros que contrabandean pasta base de coca a Brasil cuando nadie mira o nadie quiere mirar.
Guayaramerín es la mitad de la simbiosis comercial que mantienen Bolivia y Brasil del lado norte de la frontera. Guayaramerín aparece del lado boliviano, pobre y agitada; Guajara-Mirim del brasileño, ordenada y sosegada. La Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Delito en La Paz dice que Guayaramerín y Guajara-Mirim son solo una de tantas ciudades dobles en la frontera entre ambos países, ciudades enraizadas en la corrupción y el contrabando.
Un grupo de barqueros pasa la tarde en Guayaramerín. Foto: Alejandra S. Inzunza.
El Mamoré es el centro de todo, un río lodoso, ancho y perezoso; un afluente del río Madeira y por tanto del Amazonas. El escritor Javier Reverte dice que el Amazonas es el río de la desolación -también sus afluentes- pero nadie en Guayaramerín estaría de acuerdo porque a todos les da la vida. Hace unos meses, el equipo del programa Cazadores de Monstruos, de National Geographic Channel, llegó a Guayaramerín a buscar pirañas. Dorian les hizo de guía.
"Vinieron por lo del chico", cuenta ensimismado. El chico es un señor de Guayaramerín que un día andaba con su barca por el río. Parece que se echó a nadar y en la inmersión se golpeó con una roca, nadie sabe. Parece que se hizo una brecha en la cabeza y que la sangre llamó la atención de las pirañas -que de otra forma te dejan tranquilo- y que las pirañas se dieron un festín con su carne. Cuando lo encontraron le faltaba la cara. El cazador de monstruos llegó a buscar a las pirañas, pero ni Dorian ni nadie puede detallar sus andanzas allá porque firmaron un contrato de confidencialidad con la cadena. Sí dicen -Dorian al menos- que todo el equipo andaba con mucho cuidado por los monstruos, los del río y los de las calle.
Vista del río Mamoré desde un área boscosa cercana a Guayaramerín. Foto: Alejandra S. Inzunza.
Dorian dirige Radio Bambú y Canal 8 televisión. Hace unos meses entrevistaba al alcalde y al jefe de policía cuando un tipo entró corriendo por la puerta de su casa/estudio de radio/plató de televisión. "Se ve que había robado una droga, qué se yo. La llevaba en el bolsillo y se metió en el cuarto". Un grupo de gente fue a buscarle ya cada uno con su pistola. Dorian trató de mediar para que no lo matasen, para que al menos no lo matasen allí, en su casa, con el alcalde y el jefe de policía en la habitación de al lado. "Jeje", ríe. Al final no lo mataron.
La cosa es que la droga permea la sociedad guayaramirense. Cientos de kilos de pasta base de coca circulan cada día de un lado al otro del río Mamoré. Brasil se ha convertido en el segundo consumidor mundial de cocaína -y derivados- y las bandas locales aprovechan los densos bosques del entorno para sus rutas. Guayaramerín ve incluso como en sus barrios han surgido pandillas de jóvenes que se meten al negocio de la droga. Más de uno está preso en Brasil por traficar.
Claro, el cazador de monstruos andaba preocupado. Dorian dijo que tenía que volver para la segunda quincena de enero pero a finales de mes aun no había llegado.
Distintas formas de camuflar cocaína en la frontera de Brasil con Bolivia. Foto: Alejandra S. Inzunza.
En la tercera o cuarta vuelta a la plaza, Chavela, la mujer de Dorian, nos contó la historia del sicurí. Ahora que el río está alto, explicaba, el agua llega a las casas más cercanas al cauce. A veces, si sube mucho, los vecinos pueden sentarse en el porche a pescar. En eso estaba uno de ellos cuando sus vecinos empezaron a gritarle. "¿Qué?", les contestó, "¿qué tengo?". Un sicurí colgaba apenas un metro por encima suyo, una anaconda enorme presta a enroscarse sobre su cuerpo y hacer papilla hasta de sus dientes. "Así de grande era", dice Chavela recreando su diámetro con los brazos estirados. El señor vivió porque todo el mundo actuó rápidamente, aunque Chavela se extraña de que el sicurí se acercase tanto al pueblo.
Vistos los vídeos del cazador de monstruos, no parece que un sicurí fuera a asustarle. Si no ha vuelto, murmuraban en el pueblo, quizá solo sea por el dengue. No por nada, pero el dengue aprieta mucho en Guayaramerín en esta época del año y los charcos son morada habitual de los mosquitos portadores. La última noche que pasamos allí nos sentamos a una mesa en la que todos lo habían sufrido. Dorian había pasado el dengue semanas antes, su hija el dengue y la malaria al mismo tiempo y Gabi, una amiga de Chavela, recién volvía de su idilio con la malaria.
Lo peor, decía Gabi, es que no podría beberse una cerveza en tres meses porque la malaria le deja el hígado muy débil a una. Se reía cuando lo contaba, pero Gabi insistía en que "más de uno ya se murió por beber en esos tres meses, antes que por la malaria; al menos siete". Y uno ya no sabe qué pensar.
Vista de Guajara-Mirim (Brasil) desde Guayaramerín (Bolivia). Foto: Alejandra S. Inzunza.