Este refugiado sirio hará lo que sea para recibir una educación
¿Y si eres un niño y tienes que tomar una decisión: seguir trabajando para que tu familia llegue a fin de mes o arriesgarte a emprender un peligroso viaje en un bote de refugiados que vaya de Turquía a Grecia? Ese era el dilema de Shrivan.
¿Y si eres un niño y tienes que tomar una decisión: seguir trabajando para que tu familia llegue a fin de mes o arriesgarte a emprender un peligroso viaje en un bote de refugiados que vaya de Turquía a Grecia? Ese es el dilema al que Shrivan, un chico de 16 años que huyó de Alepo (Siria), tuvo que enfrentarse hace tres años para ir a Turquía.
Shrivan es el pequeño de su familia y le encantan los ordenadores. En las conversaciones que mantuvimos con él, dejó claro lo orgulloso que estaba de ser uno de los mejores de su clase cuando iba al colegio en Siria.
"Éramos los mejores estudiantes y sacábamos las mejores notas", recuerda con lágrimas en los ojos. "Y ahora me dedico a cortar telas en una fábrica".
En 2013, Shrivan y su familia se vieron obligados a huir de su casa, ubicada en el barrio sirio de Sheikh Maqsood. Trataron de refugiarse una noche en casa de sus abuelos, a unas manzanas de la suya, con la esperanza de que se calmaran las cosas y pudieran volver. Pero nunca volvieron.
"Salimos con lo puesto", recuerda Shrivan. "No nos llevamos nada más".
Entonces, una bomba alcanzó la casa de sus abuelos. Bloquearon todas las carreteras y Alepo fue asediada oficialmente.
Shrivan explica que había un francotirador en una azotea cercana, por lo que la opción más segura era que toda la familia huyera a al-Ra'i, un pueblo de la zona próximo a la frontera con Turquía, para alejarse lo máximo posible de la guerra.
Sin esperanzas de volver a casa, la familia de Shrivan cruzó la frontera con rumbo hacia Gaziantep en busca de refugio. Shrivan, que por aquel entonces tenía 13 años, empezó a trabajar una semana después de llegar a Turquía. Hoy en día sigue trabajando seis días a la semana, 12 horas al día y, aun así, no reúne el dinero suficiente para mantener a su madre. Shrivan lleva desde hace tres años siendo víctima de la explotación infantil.
"Voy a trabajar todos los días. Me levanto por la mañana y voy al trabajo", nos describe su día. "Vuelvo a casa por la noche, duermo y me levanto para ir a trabajar otra vez".
No sólo han destruido el barrio en el que vivía Shrivan a base de bombardeos, sino que también nos comenta que se ha enterado de que han bombardeado su antiguo colegio varias veces. Hace unos días, según han informado varias fuentes, el régimen de al-Ásad ordenó llevar a cabo más de 260 ataques aéreos y casi 70 bombardeos en Alepo, que acabaron con la vida de cientos de civiles, entre ellos más de 50 niños. Esta campaña indiscriminada de bombardeos continúa destruyendo los hospitales y los colegios de la ciudad, a pesar de los intentos de declarar un alto el fuego. Los últimos informes indican que quedan unos 300.000 niños en Alepo y la mayoría no puede ir al colegio por el alto riesgo.
Shrivan no sabe si quiere ser médico para ayudar a acabar con el sufrimiento o si ser profesor de inglés para poder enseñar y viajar. Pero sí sabe que tiene que encontrar la manera de recibir una educación para cumplir uno de esos sueños. Su empeño en continuar con su educación le ha hecho arriesgar su vida por volver a Alepo para hacer varios exámenes que le ayudaron a aprobar el equivalente a 2º y 3º de la ESO. A pesar de los peligros que supone la guerra siria, Shrivan lo hizo.
Shrivan nos contó el mes pasado que se le había ocurrido algo mejor: iba a cruzar el Mediterráneo en una barca hinchable para ir al colegio en Alemania, siguiendo los pasos de miles de refugiados sirios y arriesgando su vida una vez más.
Shrivan sabe que muchos refugiados sirios han muerto ahogados en esos viajes en busca de refugio y seguridad. Pocos pueden olvidar la imagen del cadáver de Alan Kurdi, el niño sirio que murió en las costas de Turquía. Pero Shrivan cree que merece la pena arriesgarse si así va a tener una oportunidad de continuar con su educación.
"Estoy echando a perder mi vida aquí, trabajando", se queja. "No importa si es en una fábrica cortando tela 12 horas cada día o si es en una emisora de radio, no me va a llevar a ningún lado. Ni a mi familia tampoco. Apenas podemos pagar el alquiler, ¿cómo voy a ir al colegio si tengo que trabajar? Necesito irme, tengo que estudiar. He oído que la educación alemana es buena".
Todos los niños tienen derecho a la educación y ninguno debería arriesgar su vida por ir al colegio. 5300 euros bastarían para cubrir el coste de un año de escolarización en Turquía y, además, el dinero que perdería Shrivan por dejar de trabajar.
Cuando empezó la crisis de refugiados sirios, sentimos la responsabilidad de ayudar. Somos sirios y también nos vimos obligados a dejar nuestro país por motivos políticos en 2005, así que sabemos de primera mano lo que significa dejar todo sin saber si será posible volver.
En 2011, fundamos The Syrian-American Network for Aid and Development (SANAD), una organización independiente con sede en Washington que se dedica a apoyar a los refugiados sirios, a familias enteras y a niños que huyen del conflicto. La palabra SANAD ( ْسَنَد ) viene del árabe y significa "apoyo". Gracias a nuestro trabajo, en 2013 y en 2014 pudimos conocer a refugiados sirios que estaban en Turquía y saber más sobre lo que habían tenido que pasar. Así conocimos a Shrivan. Sus sueños y sus esperanzas siguen vivos y van a más, por lo que hemos podido comprobar al haber seguido en contacto con él pasados los años. Ahora estamos recaudando dinero para conseguir que Shrivan vaya al colegio el curso que viene sin tener que arriesgar su vida en el mar.
Ayudar a que Shrivan vaya al colegio es sólo uno de los proyectos de una iniciativa promovida por SANAD que busca empoderar a las familias de desplazados sirios. Es parte de nuestro proyecto actual, que empezó en 2013-2014: un documental llamado Tomorrow's Children: Syria's Not Lost Generation [Los niños del mañana: la generación no perdida de Siria]. Nos reunimos con ellos en sus lugares de refugio, escuchamos sus voces, antes silenciadas por las bombas y los tanques. Queríamos saber cómo podíamos ayudar. Los niños sirios se ven atados a la explotación infantil, viven en las sombras, pasan desapercibidos y son marginados. En Turquía, nos dimos cuenta de la necesidad de darles visibilidad. Sus historias tienen que salir a la luz y no podemos ignorar su lucha. Entrevistamos a seis niños que trabajan una media de 10 horas al día durante seis días a la semana. Son amigos que se enfrentan juntos a las peores adversidades, trabajan para mantener a sus familias y se les ha negado su derecho a una educación.
El objetivo de este documental, que esperamos presentar pronto, es concienciar y recaudar dinero para construir un colegio financiado por SANAD en la frontera de Siria y Turquía, un colegio en el que los niños sirios refugiados puedan aprender inglés y matemáticas. Creemos que mejorará sus condiciones de vida, les ayudará a protegerse de la explotación infantil y les preparará para un futuro mejor.
Para saber más sobre SANAD y el documental 'Tomorrow's Children: Syria's Not Lost Generation', entra en nuestra página web.
Este post fue publicado originalmente en 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.