Carta desde Estremera: "Que se acepte el resultado del 21D. Sin porrazos, por favor"
Oriol Junqueras escribe para 'El HuffPost' desde la cárcel madrileña: "Jamás me he escondido y sigo dando la cara".
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Los días pasan lentamente en prisión. Y la noción del tiempo se pierde entre esas paredes que te aíslan y esas puertas de hierro que se abren y se cierran cada día, a la misma hora. Suelen decir que el ser humano se adapta a todo. Tal vez deberían decir que se acomoda a todo puesto que la mejor manera de sobrellevar la reclusión, entre rejas, tal vez sea mantenerse ocupado y procurar no darse de bruces contra unos gruesos muros de hormigón.
En el lugar donde me encuentro, hay gente de todo tipo, algunos con largas condenas. Hay buenas personas y otras que dejaron de serlo. Hay gente condenada por delitos de todo tipo. Pero cabe decir que no hay nadie que tenga nada que ver con la industria de la corrupción de algunos partidos políticos. Le pregunté a Mariano Rajoy, en una carta que pudo leer Joan Tardà en el Congreso, dónde están los centenares de imputados o condenados del PP por corrupción. La callada por respuesta.
Soy padre de familia, quiero a mis hijos y a mi mujer, quiero a mis amigos, siempre me he comportado con rectitud, no he dejado de pagar ni una multa de tráfico, jamás he agredido a nadie, soy profesor universitario por vocación y presido un partido con 86 años de historia y sin mancha de corrupción. Pero estoy en la cárcel, sin juicio, pese a que jamás he rehuido dar la cara. Jamás me he escondido y sigo dando la cara en la medida que la permanencia en la prisión, y su régimen, me lo permiten.
Estoy en una prisión muy lejos de mi domicilio, al igual que Quim Forn, Jordi Cuixart y Jordi Sánchez. Pedimos el traslado a una prisión en Catalunya puesto que es un derecho. Eso, por lo menos, facilita las cosas a las familias. No cambia para nada nuestra situación de prisión y evita un mayor castigo a las familias. Me pregunto, visto lo visto, si toda esta situación no denota una voluntad de castigo y si no hay implícito en ello una condena.
Insisto en hablar de valores con mis adversarios políticos. Por ejemplo, en ningún caso la violencia es la mejor manera de tratar a la gente, a gente que se manifiesta pacíficamente. Y tampoco es esa la mejor manera de solucionar nada, a golpes, por mucho que esos golpes los justifique el Gobierno español en nombre de la ley. Imponer la ley a golpe de porra parece la receta preferida del PP y sus aliados para atajar la relación con muchísimos ciudadanos de Catalunya. Como aquel viejo dicho, la letra con sangre entra. Insisto también en el diálogo.
Pero parece que el único diálogo posible es entre el PSOE y el PP o con la derecha del PP. Puesto que aunque el PP es una derecha de rancio abolengo, luego están los que se sitúan aún más a su derecha, con apego cada día mayor a una regresión democrática. Y parece que en lo único que están en desacuerdo es en el grado de beligerancia con el que hay que tratarnos. Hace unos días, el candidato del PSC se atrevió a hablar de un posible indulto, dando por hecha una condena. Inmediatamente se le echaron al cuello y el PSOE le obligó a rectificar. Y rectificó, claro. Triste epitafio para todos los que desearían estrechar complicidades en vez de agrandar las discrepancias.
Nos encontramos a las puertas de unas elecciones, el próximo 21 de Diciembre, ese día vamos a volver a votar. Y pese a que es una obviedad que no concurrimos en igualdad de condiciones. Aunque parezca mentira, es oportuno insistir en el compromiso previo de todos de aceptar el resultado. Y eso no está ocurriendo. No hay una aceptación de buena fe si se acompaña de amenazas. O si sólo es una aceptación formal pero no real. Por eso reitero que se acepte el resultado, que se respete e implemente de mutuo acuerdo. Sin porrazos, por favor. Sea cuál sea ese resultado. Y pido, también, encarecidamente, que no se permitan ni un día más las agresiones de la extrema derecha, todas ellas impunes pese a los múltiples testigos gráficos de ellas.
Siempre será mucho mejor resolver las diferencias dialogando, con respeto y reconocimiento mutuo, con los votos, que a porrazos. Por lo menos así lo he creído yo siempre. Me gustaría que todo el mundo lo viese así. Hay que sembrar la concordia y desterrar las palabras gruesas Ahí radica un valor de convivencia universal que no me parece menor. Porque al final se trata de vivir y convivir, de progreso económico y social, y cuando alguien recurre a la violencia para imponer sus tesis, golpea las bases de esa convivencia y de una prosperidad que, pese a todo, sigue dando sus frutos –con datos económicos muy positivos los dos últimos años- gracias al esfuerzo de una sociedad catalana que sigue haciendo gala de un espíritu emprendedor encomiable.