Romper el techo de cristal norteamericano
"Necesitamos más mujeres en los espacios de poder. Mujeres que acompañen y empoderen, mujeres que con sus manos, que con su aliento, tejan redes y practiquen la sororidad".
Mi hija Nora me pregunta muchas veces cuántas mujeres presidentas conozco o he conocido. No se cansa de preguntar, pero yo a menudo sí me canso de responder que ninguna.
Según ONU Mujeres, en la actualidad sólo 18 países (de un total de 151) están presididos por una jefa de estado, y 15 países (de un total de 193) tienen una jefa de gobierno. El 11,92% y el 7,7%, respectivamente. Es decir, siendo generosas, 10 de cada 100 jefes de estado o de gobierno son mujeres. La política es un mundo todavía masculino. No es de extrañar que algunas de las pocas que llegan, como Jacinda Ardern o Nicola Sturgeon, abandonen pronto. Algo que no les sucede a ellos, como hemos podido observar en la carrera presidencial norteamericana.
Al presidente Biden le costó retirarse de la reelección a la presidencia de Estados Unidos. Finalmente, el pasado 21 de julio, después de semanas de presiones por parte de sus propias filas, el octogenario presidente cedía el relevo a su número dos, Kamala Harris, una mujer que está dando la vuelta a las encuestas de manera contundente y enérgica. Con fuerza, como se debe combatir al fascismo y al machismo, o lo que es lo mismo, al trumpismo. Ante los ataques constantes de Trump, quien trata de ridiculizarla y empequeñecerla, ella responde clara y contundente: “Say it to my face”.
Y así, de esa forma transparente y sin tapujos, muestra Harris su agenda. Una agenda que es completamente opuesta a la de su adversario, Donald Trump. Y es que Harris representa todo lo que odia Trump: mujer, negra, defensora de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y de los derechos LGTBI; cree en la educación como instrumento que facilita la ascensión social y promueve la igualdad de oportunidades. Por eso, no es casual que haya escogido al profesor y progresista Tim Walz como su número dos.
Harris y Walz están dispuestos a que la campaña americana se centre en la política de las pequeñas cosas, (en realidad, la verdadera política). La política cotidiana, la política que transforma y mejora la vida de la ciudadanía. Ambos tratan de alejarse del ruido y de las fake news para hablar de políticas transformadoras que impactan en el bien común. El proyecto de ley que proporciona desayuno y almuerzo escolar gratuito para todos los estudiantes de Minnesota es, sin duda, toda una declaración de intenciones, un halo de esperanza. Y por todas y todos es sabido que la esperanza es más poderosa que el odio. No, no es casualidad. Desde que Kamala Harris ha aparecido en la escena como la protagonista principal, las fanfarronerías del líder republicano se viralizan menos (esperemos que como sus adeptos). La última, en la que cuestionaba la identidad racial de su adversaria, roza, como es habitual en él, lo esperpéntico.
Kamala Harris ha llegado para hacer historia. Para ser ejemplo, modelo, inspiración para todas las mujeres que están dispuestas a ponerse en juego para construir un mundo mejor. El próximo 5 de noviembre Harris puede romper definitivamente el techo de cristal norteamericano que ya habían conseguido resquebrajar sus predecesoras. Mujeres como Hillary Clinton que antes que ella llegaron y sintieron la soledad. Y de eso se trata también, de dejar de sentir esa soledad.
La victoria de Kamala Harris apenas variará en algunas centésimas los porcentajes que dábamos al inicio de este artículo. Los logros individuales no computan en una lucha que para ser transformadora debe ser colectiva. Necesitamos más mujeres en los espacios de poder. Mujeres que acompañen y empoderen, mujeres que con sus manos, que con su aliento, tejan redes y practiquen la sororidad. Mujeres tan grandes que, como hemos visto estos días en los Juegos Olímpicos, sean conscientes de que reconocer a la otra no solo no las empequeñece a ellas, sino que nos engrandece a todas. Esa es la única forma en la que conseguiremos avanzar realmente en la igualdad efectiva entre mujeres y hombres, y que nos permitirá cambiar la respuesta para que, dentro de unas décadas, cuando una niña pregunte a su madre sobre la presencia de las mujeres en la primera línea política, esta le pueda responder: “uy, cariño, hay muchas”.
Sonia Guerra es diputada del PSOE