'Prima facie', en el momento oportuno
Viendo esta obra, parece que en nuestras sociedades la verdad jurídica va contra la verdad y las necesidades humanas.
Si no fuera porque los procesos de escritura y producción de una obra son largos, la llegada de Prima facie de Suzie Miller a los Teatros del Canal parecería pensada como respuesta al beso que Rubiales le dio a Jenni Hermoso sin el consentimiento de esta cuando España ganó el mundial de futbol. Aunque el tema que trata este espectáculo es algo de lo que se viene hablando y mucho en las sociedades, al menos en las occidentales. En cualquier caso, como dice esa máxima del pop, esta obra aparece en el momento oportuno y se encuentra con la audiencia oportuna para que sea uno de los grandes éxitos de la temporada.
Hay que aclarar que la obra no va de fútbol, ni de fútbol femenino. Y eso que en poco tiempo ha habido muchas obras en los que hay futbolistas femeninas. Como en Verano en diciembre de Carolina África que produjo La Belloch. O que tratan directamente la vida de equipos femeninos, como Play-off de Marta Buchaca que produjo La Joven o Ladies Footbal Club de Steffano Massini dirigida por Sergio Peris-Mencheta.
No, la cosa va de abogados. En este caso de una abogada exitosa en Reino Unido. Triunfadora. Más si se tiene en cuenta que proviene de una clase trabajadora con pocos recursos, de un suburbio londinense, de madre limpiadora de oficinas y hermano hooligan.
Esta mujer que en ese mundo tan competitivo ha conseguido ser una eficiente abogada defensora de acosadores o abusadores sexuales, con un alto registro de conseguir que se vayan de rositas. Que, tal y como ha sido formada, sabe que su trabajo no va ni de verdad, ni de justicia. Sino de verdad jurídica, de acuerdo con la ley. Y de que su valor o valía en el competitivo mercado de Londres depende antes que nada del número de casos ganados.
Una pura sangre del derecho, metáfora que usa el personaje desde el principio de la obra, y que describe los casos como si fueran carreras de caballos. Una yegua por la que tanto el bufete en el que trabaja como sus clientes apostaran pues suele llegar la primera. Apostar a yegua ganadora.
En ese entorno profesional comienza lo que ella piensa que podría llegar a ser una relación amorosa con un compañero de trabajo. Un tonteo en unos drinks after work. Un polvo rápido, y más que agradable, en la oficina cuando todo el mundo se ha ido. Una cita, una cena, mucho vino y mucho más en casa de ella.
Un vino que le sienta fatal por lo que, tras una primera relación sexual placentera, se pone malísima. Vomita. Siente que no puede levantarse de la taza del wáter. Y él, que la recoge del suelo y se la lleva a la cama. Y en esa escena de película romántica, de príncipe salvando a la princesa, se la vuelve a tirar a la fuerza y sin que ella consienta, pues sabe que no está en condiciones ni de tener una relación sexual ni de disfrutarla. Una violación que denuncia y ahí empieza su calvario.
¿Cómo se ve la cosa cuando se está del otro lado? Es decir, cuando se es la víctima y se pasa por todo el proceso. Cometiendo los errores que como abogada sabe que no se deben cometer. No debe lavarse, pues con el lavado se pueden ir los restos que necesitará el forense para hacer su informe. No debe deambular sin rumbo, sino ir directamente a la comisaría y denunciar. Y durante la denuncia buscar garantías y empatía, antes que tratar de que aquello pase lo antes posible.
Cosas que como experta en verdad jurídica sabe. Y que, sin embargo, olvida como verdadera víctima. ¿Cómo no hacerlo cuando todo lo que ha sucedido es tan desagradable? ¿Cuándo una se siente desorientada, perdida, sucia y, lo peor, de alguna manera culpable? Es difícil mantener la cabeza fría en estas situaciones. Lo habitual es que por mucho que se sepa, se acabe haciendo lo contrario o lo que no favorece la verdad jurídica. Las necesidades en ese momento no son jurídicas, son físicas y emocionales. Necesidad de sentirse limpia y de calmarse. Necesidad de no autoculparse.
Viendo esta obra, parece que en nuestras sociedades la verdad jurídica va contra la verdad y las necesidades humanas. Como que son cosas diferentes cuando no deberían serlo. Sino que el derecho debería estar al servicio de los seres humanos y de proporcionarles justicia.
Hasta aquí el planteamiento de la obra. El que permite entender que es lo que está pasando con el beso que Rubiales ha dado sin serle consentido. Luego viene la puesta en escena de la obra. Desde el texto que no parece tan bueno como para haber recibido un Pulitzer, aunque esta percepción puede estar lastrada por la traducción y el desconocimiento del sistema jurídico inglés. Como que la protagonista, la víctima, no está en situación de igualdad con el compañero violador.
Ella proviene de una situación tan desfavorable económicamente que parte de una desigualdad importante, más allá de la desigualdad entre hombres y mujeres. Él pertenece a las clases y las familias de abogados tradicionales de la clasista sociedad británica y, más, la londinense, donde esas diferencias se palpan. Por tanto, las posibilidades de defenderse, de conseguir los apoyos necesarios para su causa, están bastante mermadas porque no puede pagárselo o comprarlas. Sus posibilidades de plantar batalla por su causa con las mismas herramientas que él, en igualdad de condiciones, están mermadas de base y más allá del género. Y de alguna manera juega a la contra de la historia y sus argumentos al añadir demasiados retos.
Tampoco funciona la escenografía. Excesiva con sus puertas de armario de cocina, y su iluminación cenital. Ni la dirección, que hace a la actriz accionar en exceso. Un exceso en el que el cambio de conciencia de una pura sangre invulnerable al de una yegua que llevan al matadero se dice más que se hace. Lo mismo que la pérdida de confianza en un sistema insuficiente para poder defenderse. Un sistema que ella, hasta ese momento, veía como una liberación dentro del sistema capitalista, en el que tanto ganas, tanto crédito económico, profesional y social tienes.
Las razones anteriores dificultan la credibilidad tanto de la propuesta, y más cuando el personaje protagonista se presenta como lo hace al inicio. Hay que tener en cuenta que esta historia la cuenta a posteriori, una vez que ya ha pasado. Habrá quién salga en su defensa diciendo que es una abogada y que, hay una estrategia de tipo legal o del tipo que usan los abogados para ganarse a los jueces y a los jurados para su causa, de ganarse a la audiencia para que hagan un juicio favorable. De convertirse en una yegua ganadora. Puede ¿pero no se estaría reforzando el sistema ideológico y las formas de actuar, al recurrir al mismo sistema y código del sistema imperante, en vez de cambiarlo como hay una mayoría de la población que quiere hacerlo?
En todo esto Vicky Luengo, la actriz que la protagoniza, transita bien. Sin embargo, no tan bien como en otras obras. Y muy lejos de lo que hizo en Golem de Mayorga bajo la dirección de Sanzol. Posiblemente, porque se deja llevar por la emocionalidad de la obra, lo que siente, más que por todo lo que sabe de interpretación.
Y se entiende que se deje llevar por dicha emocionalidad. Es difícil no hacerlo, ante el abuso de quien trata a otras personas como objetos de sus necesidades y deseos, y no como sujetos. Tratarlos de esta última manera es considerarlos iguales. Tratar las relaciones como adultos que tienen necesidades, entre las que se encuentran las emocionales y las sexuales, pero también responsabilidades, entre las que se encuentran la manera responsable de satisfacer esas necesidades y deseos. Una responsabilidad que permita el mantenimiento sostenible de las relaciones humanas, en la que quererse los unos a los otros, la parte afectiva, es importante.