París ocupado de nuevo

París ocupado de nuevo

"Cuando la democracia muere es porque se ha olvidado de la gente, de los trabajadores".

Marine Le Pen y Jordan Bardella, en noviembre de 2022, tras el ascenso del joven a presidente de la AN, en París.Chesnot / Getty Images

A unos días del octogésimo aniversario de la liberación de París en agosto de 1944, Francia está al borde de entregar el poder a los herederos del mariscal Pétain, el felón que firmó un armisticio con el gobierno alemán después de que la Wermacht invadiera Francia, y gobernó, bajo la tutela de Berlín, bajo la ocupación durante el dramático desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Al término del conflicto, en julio de 1945, Petain fue juzgado en Francia, acusado de alta traición y condenado a muerte; la pena le fue conmutada por prisión perpetua por su avanzada edad.

En octubre de 1972, en una Francia impactada por su derrota colonial en Argelia y por los acuerdos de Evian de 1962 que supusieron la independencia de la excolonia, Juan Marie Le Pen fundó el Frente Nacional (FN) con los mimbres de la extrema derecha, antiguos nazis y nostálgicos del fascismo. Rápidamente, las fuerzas democráticas francesas de derecha y de izquierda formaron un cordón sanitario que aislaba a esa extrema derecha, y que consistía en negarse a cualquier pacto con ella. Como el sistema electoral francés es mayoritario a dos vueltas, aquel grupo extremista tuvo prácticamente nula representación en las instituciones, pero su crecimiento ha sido constante y pertinaz: en las presidenciales francesas de 2002, Jean Marie Pen quedó en segundo lugar en las primarias (16,86% de los votos), por detrás de Jacques Chirac (19,88%), desplazando aquel al socialista Lionel Jospin (16,18%). El cordón sanitario actuó entonces y en segunda vuelta Chirac arrasó con el 82,21% de los votos, en tanto el FN apenas consiguió el 17, 79%. En 2011, Marine Le Pen, la hija del patriarca, tomó las riendas del partido, cambió su nombre por Ressemblemente National (RN), y comenzó un proceso de moderación y lavado de imagen -la desdemonización- que le ha dado frutos, como es evidente. Los Republicanos, la derecha tradicional heredera del general De Gaulle y de los partidos conservadores RPR y UDF, ha naturalizado ya a RN, creando un cisma interno pero avanzando en una dirección decadente y destructiva que muchos franceses consideran inexorable.

Al finalizar el recuento de la primera vuelta en estas legislativas (la segunda vuelta tendrá lugar el próximo domingo), RN queda a la cabeza con el 33,1% de los votos; el Nuevo Frente Popular, la unión de izquierdas, obtiene el 28%, y Ensemble, la coalición presidencial, el 20%. Los republicanos, no alineados con el RN, han obtenido el 6,7% de los votos.

La proyección apunta a que el grupo que lideran Marine Le Pen y su pupilo y candidato primer ministro Jordan Bardella podría lograr entre 260 y 310 escaños, lo que implica una posible mayoría absoluta y la formación de un gobierno monocolor en una Asamblea Nacional que cuenta con 577 escaños (la mayoría absoluta está así en los 289 diputados). Y ello a pesar de que tanto la izquierda como el centro derecha están dispuestos a retirar su candidatura en segunda vuelta en las circunscripciones en que tal maniobra sea posible para sumar fuerzas democráticas contra RN.

Los más viejos del lugar, escasos supervivientes de las grandes tribulaciones francesas del siglo pasado, habrán rememorado sin duda los tiempos de la humillante derrota de Francia a manos del autoritarismo del Eje, que años después tuvo sin embargo el desquite gozoso de la ulterior liberación. No acaba de entenderse que los partidos democráticos que renacieron potentes tras el salvamento, presididos por el héroe gigantesco De Gaulle, quien salvó el honor de la nación, hayan fracasado hasta tal punto que ahora regresen, de la mano de los electores, fuerzas que ven con simpatía a los energúmenos que causaron la mayor matanza de la historia. El viejo Le Pen negaba escandalosamente el Holocausto, y ahora su hija, con las mismas ideas paternas reblandecidas y edulcoradas, está a punto de recuperar Francia para la causa indigna del pisoteo de los valores y derechos humanos.

Cuando la democracia muere es porque se ha olvidado de la gente, de los trabajadores. Es una frase con varios padres que estos días adquiere todo su significado. Y quizá ni siquiera haya tiempo de rectificar. Pero conviene que al menos tengamos conciencia de lo que está ocurriendo, que es extremadamente grave.