Las palestinas, en la encrucijada de las violencias
Al resto del mundo parece no importarle porque no hay tanques en juego ni peligra el suministro de energía.
Hace unos días, mientras preparábamos documentación para este artículo, el llanto de una vecina en el municipo de Ramallah, en Cisjordania, traspasó las paredes. Un familiar acababa de ser acribillado a tiros en el campo de refugiados de Yenín por soldados israelíes durante una incursión. Fue una de las seis víctimas mortales. Desde entonces, ha habido otras tres muertes en Cisjordania. El balance llega a los 81 palestinos desde que comenzó el año, de ellos, casi una veintena de menores. Muertos con balas, porque de las otras víctimas que causa el bloqueo, por enfermedades mal atendidas, desastres como inundaciones de las que nadie se ocupa o, sencillamente, pobreza, no se sabe nada.
Los territorios ocupados palestinos son un agujero en el mapa del mundo por donde sangra la solidaridad internacional. Un crimen como el de Yenín, en la jornada previa al Día Internacional de la Mujer, daba al traste con la vida entera de las familias afectadas directamente, y de las que saben que en cualquier momento pueden ser las siguientes. No hay un estado libre mientras se está bajo ocupación militar, con fuerzas armadas que entran en una casa cualquiera o toman prisioneros, como ocurrió con tres hermanos en Nablus, sin más explicaciones que la de las armas. Y, aún peor, sin que al resto del mundo parezca importarle demasiado porque ahí no es Europa, y no hay comercio de tanques en juego y no peligra el suministro de energía.
La situación quedaba muy bien retratada esta semana en un seminario internacional organizado por Alianza por la Solidalidad-ActionAid en el que participaban mujeres palestinas activistas, refugiadas, políticas, de la abogacía y del consejo legislativo. Juntas analizaban la catastrófica situación que se vive bajo la ocupación israelí y la impunidad con la que son recibidas las agresiones que sufren.
En Palestina, más del 50% de la población tiene depresión (hasta el 71% en Gaza) porque cada día la esperanza da un paso atrás. Sólo en enero pasado, 1.926 permisos para que pacientes pudieran ser tratados en hospitales de Israel no fueron aprobados a tiempo, y lo mismo pasó con otros 3.040 permisos para acompañantes. ¿Cuántas de estas personas acabaron falleciendo y cuántas lo harán por no recibir sus diagnósticos y tratamientos a tiempo? Todo ello mientras los cortes de carreteras y los continuos ‘check point’ impiden el traslado del personal médico de un lugar a otro tanto de médicos locales como de los de las ONG que tratan de apoyar a una población en estrés existencial permanente.
Ahí tenemos el caso de Fatmeh, que necesitaba ir a una clínica por un tratamiento y tuvo que posponer la visita dos veces porque el ejercito Israelí estaba atacando el campo de refugiados donde vive. Cuando los soldados se fueron, la clínica estaba cerrada y tuvo que repetir todo el proceso desde el principio.
Otra vecina nos cuenta detalles de cómo funciona ese boicot cotidiano. “Ahora mis hijos trabajan en una fábrica. Antes teníamos una tierra que cultivábamos, pero cuando la cosecha estaba lista para vender, el ejército israelí no nos permitía sacarla y se pudría. No podíamos vivir. Ahora van cada día al otro lado y cuando cierran el punto de chequeo y no pueden pasar, pierden esa jornada de trabajo”.
Estas situaciones a se suman al agobio de la subida de los precios de los alimentos más básicos generada por la guerra de Ucrania, muy por encima de la media que en otros lugares. Sólo en Gaza, según datos del Ministerio de Economía palestino, en los últimos meses la harina ha subido un 22,7 %, el azúcar un 24,5 %, el aceite un 11,1 %, los huevos un 27%... Hasta la energía solar se ha incrementado un 12,7 % en una pequeña franja con una tasa de desempleo que alcanza a casi la mitad de una población. Y de los que trabajan, sólo uno de cada 10 llega a percibir el salario mínimo. Mientras Israel sigue bombardeando sus infraestructuras, su industria, sus explotaciones agrícolas, la mayoría de los hogares dependen de una ayuda humanitaria internacional que no aumenta, sino todo lo contrario, porque ahora hay otras prioridades.
Ya lo advirtió en enero la UNRWA, la agencia de la ONU para refugiados palestinos. Entonces hizo un llamamiento urgente porque se necesitaban para este año 1.600 millones de dólares en ayuda de los donantes para poder hacer frente a la situación. Hace escasos días, Philippe Lazzarini, su máximo responsable, apelaba a la Liga Árabe a aumentar su compromiso con los casi seis millones de refugiados y refugiadas de este país que no acaba de ser reconocido. La respuesta tarda en llegar.
No olvidemos que el régimen israelí ya ha demolido más de 28.000 viviendas palestinas, a la vez que ha generado más de 200 asentamientos y puestos de avanzada en Cisjordania y Jerusalén Este, en los que residen ya entre 600.000-750.000 colonos judíos. Y la tendencia va en aumento, con continuos ataques en estos últimos meses. En Ramallah, se siente miedo continuamente. Incluso cuando hay que salir a comprar comida, se va con el temor de que llegue el ejercito Israelí y no se pueda escapar a sus disparos, que no se pueda correr. Como nunca se sabe cuando ocurrirá, se compra lo imprescindible para volver pronto a casa y no tropezarse con ellos. Una tensión continua difícilmente soportable.
Por si fuera poco el bloqueo, los ataques y las invasiones de colonos, hablamos también de zonas muy afectadas por fenómenos de gran impacto como es el cambio climático, hasta el punto de que la UNRWA ha detectado ya más de 21.000 casas, en las que habitan unas 148.000 personas, que están en áreas susceptibles de sufrir inundaciones en estos meses, contaminándose sus fuentes de agua potable y dejándolas en situación aún más precaria si cabe.
Ante estas circunstancias, y con el Parlamento de Cisjordania suspendido y Gaza bajo opresión, las otras violencias, las de género, pasan a un segundo plano del que no es fácil salir. Los proyectos de leyes de protección para ellas, con avances sociales en busca de la igualdad, no llegan a aprobarse, a la vez que aumentan los matrimonios de adolescentes menores y no consentidos. La pobreza y el conflicto arramblan con unos derechos en los que no se avanza.
Alianza por la Solidaridad-ActionAid continúa en ese complejo contexto trabajando con organizaciones locales que proporcionan apoyo legal, psicológico y de salud sexual y reproductiva a las víctimas de violencia en sus hogares. Desde la ONG española se promueve que participen en la política y se les ayuda a poner en marcha pequeñas iniciativas empresariales que no sólo les proporcionen ingresos sino que les empoderen para salir adelante en estas complicadas circunstancias. Por ejemplo, se colabora con organizaciones socias en al-Khaleel (Hebrón) para su formación en campañas y la demanda sobre los derechos de las mujeres, los jóvenes y las supervivientes de violencia. En los próximos meses, hasta 18 organizaciones locales palestinas habrán lanzado sus campañas. Desde la organización subrayan “llevamos décadas en estos territorios y allí seguiremos trabajando”.