OTAN no, Trump tampoco, Putin menos
Si tengo que apoyar a alguien solo se me ocurre Melody o Pedro Sánchez.

A ver, no me líen. Soy un ciudadano ejemplar cuyas opiniones sobre geopolítica mundial a la más alta escala se rigen por un solo bit de información y por las tres leyes básicas de la lógica que estudiamos en la escuela. Recordémoslas.
Reflexiva: A está a favor de A. Simétrica: si A está a favor de B, B está a favor de A; si A está en contra de B, B está en contra de A. Transitiva: si A está a favor de B y B está a favor de C, A está a favor de C; si A está en contra de B y B está en contra de C, A está a favor de C. Con estas simples herramientas me he movido siempre por la vida. Ningún problema. Charlaba con mis amigos sobre Ucrania. Apoyaba o criticaba a los tertulianos de la tele. Silbaba despreocupado. Saber qué está bien y qué está mal es muy fácil cuando tienes un 0, un 1 y unas relaciones de equivalencia.
No hace falta más. O, al menos, eso es lo que creía yo. Hasta que hace aproximadamente un mes me desperté una mañana después de un sueño intranquilo convertido en un monstruoso insecto. Algo había ocurrido en la Casa Blanca entre Donald Trump y Volodimir Zelenski. Creo que habían discutido. Las imágenes abrían todos los informativos.
No pasa nada si los que discuten son Montoya y Anita en La Isla de las Tentaciones. Pero una bronca entre el líder estadounidense y el líder ucraniano hizo que, por primera vez, A estuviera en contra de B pero B estuviera a favor de A. Como una presa, la lógica igualmente se resquebraja por entero una vez que se le abre una pequeña grieta. No hay forma de detener el derrumbe cuando es la estructura básica del mundo la que se viene abajo.
Todo se ha vuelto confuso. La izquierda que decía “OTAN no, bases fuera” dice ahora “OTAN sí, bases fuera”. La ultraderecha que decía “OTAN sí, bases dentro” dice ahora “OTAN no, bases dentro”. O al revés, que no me queda claro. Núñez Feijoo dice “OTAN sí, bases dentro”. Yolanda Díaz dice “OTAN no, bases fuera”.
Toda combinación es posible. Se puede defender a Putin y a Trump a la vez, u oponerse a ambos, o defender a uno de los dos. Y en cualquiera de estos casos se puede defender o atacar a Zelenski. ¿Qué mundo desilvanado, desasosegado es este en el que a partir de la postura de alguien hacia un líder geopolítico mundial, no podemos deducir con total seguridad cuál será la postura de ese alguien hacia el resto de los líderes?
Nos llevan a la locura. Glenn Gruenhagen, senador republicano de Minnesota, ha propuesto esta semana —y les juro que no bromeo— incluir en la lista de enfermedades mentales el TDS, siglas de Trump Derangement Syndrome, algo así como Síndrome de Trastorno Mental ante Trump.
Insisto en que, como todo el mundo, soy una persona simple que confunde pensar con asentir. Tengo una neurona, un bit de información y un pensamiento unidimensional que tiene al blanco en un extremo, al negro en el otro, y un gigante agujero gris en el medio. No entiendo las ecuaciones de más de una variable. Aplicando los restos del naufragio de la lógica no me queda más remedio que proclamar “OTAN no, Trump tampoco, Putin menos”, pero si tengo que apoyar a alguien solo se me ocurre Melody o Pedro Sánchez.