No hacemos lo bastante contra el odio

No hacemos lo bastante contra el odio

"Como si no hubiera habido Holocausto, aquí se vincula alegremente raza y política, inmigración y delincuencia, sin que haya razones objetivas para ello".

Olaf ScholzChristian Marquardt

Es muy inquietante comprobar cómo la derecha democrática española se apropia del discurso de la extrema derecha con respecto a la inmigración. Como si no hubiera habido Holocausto, aquí se vincula alegremente raza y política, inmigración y delincuencia, sin que haya razones objetivas para ello, y se lanza solapadamente la pertinaz idea de que las influencias culturales exteriores son perniciosas porque lo cabal es mantener las añejas esencias que incluyen la pureza de raza, el anclaje a la contrarreforma y la nostalgia del Antiguo Régimen. La obsesión del PP por el control de fronteras, por impedir la inmigración irregular (generalmente de gente paupérrima que se juega la vida en la aventura), etc., canaliza directamente a muchos miles de electores hacia VOX, que es el partido que gestiona mejor el miedo atávico de los españoles hacia el diferente.

Este miércoles, Shada Islam, prestigiosa comentarista sobre asuntos de la UE, publicaba en The Guardian un trabajo «Los disturbios en Gran Bretaña pueden dejar una lección para la UE: hay que hacer más para prevenir el odio y la división, o se desatará la violencia». La columnista recordaba en su análisis que hace pocos días hubo graves disturbios en numerosas localidades de Inglaterra y en Belfast, en Irlanda del Norte, en el peor brote de desórdenes en Gran Bretaña en trece años. Los disturbios fueron provocados por la ultraderecha contra la población extranjera tras el asesinato de tres niñas en Southport, en el noroeste de Inglaterra, en un apuñalamiento que se atribuyó maliciosamente a un musulmán.

Un hecho parecido acaba de inflamar los ánimos en Alemania, donde la extrema derecha ha registrado unos resultados espectaculares en las recientes elecciones europeas: el apuñalamiento de la semana pasada en Solingen por un presunto miembro del Estado Islámico ha aumentado la presión sobre la ya inestable coalición del canciller alemán Olaf Scholz, que podría colapsar en las elecciones estatales de este fin de semana en Sajonia y Turingia, dos landers de la antigua RDA en que los ultras de Alternativa para Alemania (AfD) están cerca de la hegemonía. Scholz ha reaccionado con comprensible indignación ante el atentado pero su reacción, la promesa de intensificar las deportaciones y los controles fronterizos y de endurecer las normas sobre armas, estigmatiza colectivamente a todos los inmigrantes y refugiados como potenciales “terroristas”. En democracia, ambos grupos, inmigrantes y refugiados, son víctimas y no verdugos.

Hasta ahora, la extrema derecha alemana ha sido minoritaria, pero ahora se ve con claridad la posibilidad de que adquiera poder institucional. Y si esto ocurre, las defensas antifascistas y antinazis de la UE podrían empezar a derrumbarse, con consecuencias imprevisibles.

Úrsula von der Layen ha sido blanda en estas materias, y su intención de construir una Europa verdaderamente abierta e inclusiva racialmente ha quedado difusa en los últimos programas electorales. En la práctica, explica Shada Islam, mantiene los atroces acuerdos de dinero por inmigrantes con los autócratas del este y reforzará la fuerza de control fronterizo de la UE, Frontex, acusada de expulsiones ilegales de migrantes; con todo ello, Bruselas se afirma en el camino de construir una aislada Fortaleza Europea.

La inmigración que presiona a Europa por el sur y por el este es consecuencia de muchas décadas de eurocentrismo, colonialismo, aislamiento del opulento Norte e indiferencia frente a la geopolítica mundial. El Viejo Continente necesita sin embargo importante flujos de inmigración —un millón de personas al año, al menos— para mantener unas tasas demográficas aceptables y para contrarrestar los desequilibrios generados por el envejecimiento poblacional autóctono. El problema no ha de ser tanto, pues, controlar las fronteras cuanto integrar a los ingresados, que solo se asimilarán y dejarán de ser conflictivos cuando hayan recibido la atención y la ayuda inicial de quienes los acogen.

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En el caso español, la sociedad española no es xenófoba en su inmensa mayoría, pero el conflicto que aquí se genera es más grave que en el resto de la Unión Europea porque no solo es la minoría ultra de VOX la que exhibe sin pudor el racismo rampante: también el PP, que fue una derecha democrática, toma prestado el discurso del odio al diferente para no perder los votos neofascistas de quienes quedaron anclados en el más turbio de nuestros pasados.