Los milagros de Fátima
Vamos a dejarnos de monsergas y de bipolaridades diseñadas para engañar
Las cosas se encuentran donde se dejan. Así pude hallar fácilmente una carta que me envió Fátima Báñez, ministra de Empleo y Seguridad Social con Mariano Rajoy el 2 de enero de 2017. ‘Estimado pensionista’, me decía, “el esfuerzo de todos los españoles ha motivado que 2016 haya finalizado con el crecimiento económico y la creación de empleo como importantes logros colectivos”. Y por estos motivos me informaba que “por ello, un año más, en 2017 se incrementará la cuantía de todas las pensiones públicas en un 0,25%.....”.
Muy atenta se despedía “en la seguridad de que compartes conmigo este compromiso con la Seguridad Social, me permito trasladarte mi mayor reconocimiento y afecto”. Acompañaba a esta carta una nómina firmada por María Eugenia Martín, directora general, que se ‘complace’ en informarme de cómo queda la percepción tras la retención IRPF del 19,62 %, etc.
Pero, naturalmente, como suelo repetir, una cosa piensa Agamenón y otra su porquero. El IPC acumulado a final de 2016 fue de un 1,6%, según Datosmacro. O sea, que el reconocimiento y el afecto se referían a aumentar la mensualidad menos de una quinta parte de lo que amentó el índice de precios al consumo. Y en un momento en que ya iban quedando atrás las consecuencia de una crisis desatada, no hay que olvidarlo, por una desarretada codicia encarnada como ideología nata del neoliberalismo de las nuevas derechas que canibalizaron primero a la democracia cristiana y después a los propios Estados. El asalto a lo Piratas del Caribe no cesa, como estamos viendo, con su teoría religiosa ortodoxa del Estado mínimo y las multinacionales máximas.
El santo y seña de la desregulación, sobre todo tras los desastrosos ensayos de Reagan y Thatcher, han sido la placenta de un trumpismo que, en realidad, es una nueva forma de los viejísimos jinetes del Apocalipsis. Cada vez que uno triunfa y se desata, hay una tragedia.
Pero ¿qué dice la Constitución al respecto, considerando que ya el país crecía y dejaba atrás los momentos más críticos, en los que el presidente Zapatero tuvo, incluso, que congelar pensiones y reducir sueldos, incluyendo para dar ejemplo los de su Gobierno y Administración, para afrontar la ola del fuerte tsunami mundial que golpeó especialmente a España? Porque, entre otras razones, España había quedado como un huevo sin yema por el festival de desquiciadas privatizaciones low cost de Aznar (‘a mayores’, Endesa envió en 2014 a su matriz italiana, la empresa pública ENEL, propietaria del 92% de sus acciones, unos 14.605 millones de euros) y por la suma diabólica de una burbuja inmobiliaria aliada con créditos hipotecarios suicidas que escondían un reloj temporizador para el estallido.
Pues el artículo 50 de la Constitución Española dice: “Los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad. Asimismo, y con independencia de las obligaciones familiares, promoverán su bienestar mediante un sistema de servicios sociales que atenderán sus problemas específicos de salud, vivienda, cultura y ocio”. No sé si recuerdan ustedes que la derecha no solo vació la ‘hucha’ de las pensiones, sino que dejó colgadas de la brocha o del BOE a las leyes de la dependencia de Zapatero, más necesarias que nunca en una crisis y después de una crisis.
Cuando Feijóo, acostumbrado a sus trolas gallegas, a discursos modelo globos de feria inflados con helio para que vuelen, quiso ‘moldear’ la realidad y engatusar a los españoles en La Hora de la 1 de TVE, la entrevistadora Silvia Intxaurrondo lo dejó en ridículo, utilizando en su entrevista los elementos que el Tribunal Constitucional y el Supremo consideran vertebrales para la veracidad y la deontología profesional del periodista, entre ellos el contraste y la confirmación, me acordé de una de las ‘historias del señor Keuner’ de Bertolt Brech.
“En qué trabaja usted?, le preguntaron al señor Keuner, y el respondió:
-Hago grandes esfuerzos preparando mi próximo error”.
Pues eso. Y como guinda al respecto de estos ‘matices’ o ‘inexactitudes’ – el PP huye de los términos ‘engaño’ o ‘mentira’- conviene que los ‘instructores’ y redactores de argumentarios de los partidos tengan en cuenta un gravísimo efecto secundario de estos catecismos. Decía el irónico, vitriólico a veces, irlandés John Arbuthnot (muerto en 1735, por cierto) que “los partidos políticos mueren al final por tragar sus propias mentiras”. Y si gracias a las redes sociales y al troleo constante de desinformación y propaganda no mueren, sí que enferman gravemente en el campo de la credibilidad y el respeto. Algunos dirigentes, incluso, fallecen por un efecto secundario al principio invisible e indoloro: el ridículo.
Vamos a dejarnos de monsergas y de bipolaridades diseñadas para engañar, como ese reiterativo ofrecimiento de Feijóo para que gobierne la lista más votada cuando el PP hace justo lo contrario en ayuntamientos, diputaciones y gobiernos regionales: desalojar, gracias a su contubernio con VOX, a muchos candidatos más votados.
Vayamos aclarando las cosas, quitando la hojarasca, o disipando la espesa cortina de humo. Si el gobierno en que estaba la ministra Báñez y sus milagritos imposibles no subió más las pensiones, cuando podía hacerse sin peligro de hecatombe ni pecado mortal de avaricia colectiva fue, y a los hechos probados (y a algunos robados) me remito para desviar esos fondos hacia el sector privado.
Algún día, antes de que se borre la memoria y se implante la desmemoria de estos acontecimientos, alguien hará un cronograma o, mejor, una escala doble logarítmica, donde se crucen las líneas de las decisiones tomadas y de las consecuencias prácticas. Las matemáticas desnudan a los demagogos y charlatanes vendedores de crecepelos.
Por ejemplo, si aumentaron las okupaciones en Madrid cuando se vendieron a fondos buitre más de 5.000 viviendas sociales, aparte de si eso es o no es una indecencia y una insolente burla a la Constitución, a pesar de los golpes de pecho con muñecas decoradas con unos colores a los que humillan y avergüenzan; o si se dispararon las pensiones privadas cuando se congelaron las públicas al 0.25%; o si amentaron ‘ipso facto’ y vertiginosamente los seguros privados cuando se congeló y empezó el descuartizamiento de la sanidad pública, de calidad, igualitaria, universal y gratuita; si aumentó la enseñanza privada cuando se sometió a dieta suicida a la estatal; si aumentaron los índices de delincuencia y la demanda de la seguridad privada cuando en el mandato de Rajoy se redujeron 12.400 plazas de policías y guardias civiles, y lo mismo en la aparición agresiva de los negacionistas del cambio climático, cínicos defensores de que la vida siga igual con sus humos, sus enfermedades, y el camino hacia el abismo global, histórico caldo de cultivo del autoritarismo aristocrático-populista- mesiánico- zumbado con su tralarí tralará.
Y en qué momento algunos partidos, sindicatos y patronales, y entronizados cronistas y analistas y columnistas de corte (y confección) empezaron a necesitar tortillas, o albóndigas, de ‘Fósforo Ferrero’, aquél medicamento que presuntamente mejoraba la memoria y las notas de los estudiantes en los años 60 del siglo XX, normalmente complementado con una buena tunda.
Todos estos recortes, y otros muchos, tuvieron un efecto perverso: disminuyeron el consumo, y por lo tanto, los beneficios de las pequeñas y medianas empresas, y de las industrias, en fin, y de los ingresos tributarios que necesita el Estado de Bienestar.
En aquella crisis que explotó hace ya 15 años, provocada por los mismos que se aprovecharon de ella, los beneficios extraordinarios verdaderamente caídos del cielo de las grandes compañías y de los ricos muy ricos se disolvieron en la nube de las finanzas especulativas transnacionales, en los bancos y chiringuitos para la evasión fiscal, en acciones pasivas y en el divertimento de Bolsa y, sí, en el lujo indecoroso de unos pocos. Muchos tuvieron en el pecado la penitencia: llevados del delirio se arruinaron.
Sin embargo, la pandemia, ¿se acuerdan?, la guerra de Ucrania, el volcán de La Palma, el tiempo loco… a pesar de ser terribles, separados y sobre todo solapados, no han tenido las mismas consecuencias que el crack financiero del 2007-2008 y su arrastre. En la actual coyuntura dramática, Bruselas se ha cambiado el chip con esa especie de ‘plan Marshall’ que son los fondos Next Generation, y con los presupuestos sociales, subida del SMI, con la ‘excepción ibérica’ en el gas, y con un amplio, abanico de imaginativas y eficaces medidas de contención en España los pensionistas y trabajadores se han convertido en motores de riqueza y sostén del ‘Estado Social’ que establece la Constitución.
Así, que menos cuentos de la lechera.