La necesaria seguridad de Europa
En este ‘nuevo mundo’ hostil, Europa tendrá que aprender a avanzar sin el báculo norteamericano permanente que acabó convirtiéndose en un sobreentendido.

No tiene mucho sentido especular sobre la influencia de la historia en el presente y en el futuro, pero para examinar la situación actual de Europa parece necesario basarnos en la tormentosa historia del siglo XX, que fue el más violento de la humanidad desde sus orígenes remotos.
Como es bien sabido, Europa saltó por lo aires dos veces durante el periodo. En la Primera Guerra Mundial,1914-1918, que costó unos diez millones de vidas, las potencias centrales combatieron contra los aliados… que para vencer necesitaron la ayuda de los Estados Unidos.
La herida provocada por aquel conflicto no cicatrizó y después de un periodo de entreguerras frívolo y con dudosas expectativas, la Segunda Guerra Mundial, 1939-1945, estalló por el apetito irrefrenable de un fanático nacionalista alemán que quería movilizar a toda la raza aria para sojuzgar al mundo. Aquella brutal confrontación, que causó entre 50 y 70 millones de muertos, corría una suerte indecisa cuando, después del bombardeo de Pearl Harbour por los japoneses en diciembre de 1941, los Estados Unidos decidieron entrar en guerra. Es muy probable que si la ya gran potencia americana se hubiese abstenido, el desenlace de aquel brutal conflicto hubiera sido todavía más oneroso y letal.
Después de la Primera Guerra Mundial se creó la Sociedad de Naciones, que no fue capaz de preservar la paz, seguramente porque se cometieron muchos errores al imponer a los alemanes el sobreactuado Tratado de Versalles. Después de la Segunda Guerra Mundial se creó la ONU, que no es un dechado de eficacia pero que ha sido una apelación a la cordura, y la OTAN, la gran alianza militar encabezada por los Estados Unidos, que fue el invencible contrapeso del Pacto de Varsovia estructurado en torno la URSS. Y de nuevo hay que presumir que si los Estados Unidos no hubieran entrado en guerra,.
Lo que se ha descrito en los dos párrafos anteriores no es cuestionable y ayuda a entender la zozobra de Europa Occidental ante la evidencia de que “el amigo americano”, que ya no tiene que demostrar su hegemonía frente a Rusia, ha dejado de estar dispuesto a resolver filantrópicamente los problemas de Europa. Durante la guerra fría, las dos grandes potencias competían y los Estados Unidos se apoyaba en sus aliados para inclinar a su favor el equilibrio. Hoy este planteamiento ha periclitado, y la brutal franqueza de Trump —un indeseable pero también pragmático personaje— nos lo recuerda: si Europa quiere protegerse de la voracidad territorial de una Rusia en manos de otro fanático dictador nacionalista sin escrúpulos como es Putin, tendrá que financiarse su propia seguridad.
Lo fastidioso de este planteamiento urdido por Washington es que no existe opción alternativa. Si Europa —la Unión Europea menos Hungría y más el Reino Unido— no se rearma, el conflicto ya abierto con Moscú en el territorio de Ucrania puede inflamar todo el Viejo Continente.
Los tiempos han cambiado, y no nos habíamos dado cuenta de ello. Los Estados Unidos, abandonados a su pura espontaneidad, nos han obsequiado con la alocada reelección de Trump, un fatuo y arrogante líder recluido en la política interior y sin el menor interés en hacer amigos fuera. China, que es evidentemente una dictadura de partido único, produce mucho menos rechazo a medida que los EE.UU. se totalitarizan, abdican de su magisterio liberal y democrático que han ejercido durante sus dos siglos y medio de vida, y abandonan a su suerte a sus antiguos aliados, hoy asediados por los residuos aún calientes de la URSS, en manos de un caudillo criminal. En definitiva, si el mundo era un escenario bipolar en la posguerra de la II Guerra Mundial, hoy es ya un peligroso e incontrolable escenario multipolar, en el que hay varios actores que compiten económicamente entre sí y que se han vuelto ideológicamente escépticos.
En este ‘nuevo mundo’ hostil, Europa tendrá que aprender a avanzar sin el báculo norteamericano permanente que acabó convirtiéndose en un sobreentendido. Europa, que se sepa, no tiene apetitos territoriales ni hegemónicos, por lo que su seguridad ha de ser estrictamente defensiva. Pero el logro de la misma pasa por un replanteamiento militar estratégico nuevo, capaz de autogestionarse. Dicho más llanamente, Europa debe organizar y financiar su propia seguridad cualquiera que sea el vocabulario que quiera utilizarse. Se trata de un designio pasivo, en absoluto agresivo, que la izquierda no tiene por qué rechazar. Y los verdaderos demócratas, que repudiamos a Trump por totalitario, por arbitrario y por carecer de principios, no podemos caer en la trampa del pacifismo, que nos dejaría postrados ante una extrema derecha que quisiera que nos viéramos sometidos a los abusos de un sátrapa que ha recurrido a las malas artes para engatusar al pueblo americano.