Grecia y la reducción de la jornada laboral

Grecia y la reducción de la jornada laboral

"Necesitamos a los inmigrantes y hemos de darles una acogida realista y digna. A menos que estemos dispuestos los autóctonos a recuperar la jornada de 48 horas"

Protestas para mejorar las condiciones laborales en AtenasNikolas Kokovlis

España se ha sumado al conjunto de economías desarrolladas que están planteando una reducción de la jornada laboral, desde las 40 horas actuales, la cifra que se ha mantenido vigente desde hace muchas décadas y que por un tiempo pareció una gran conquista social…, que empieza a quedarse corta. Hasta el momento, Bélgica, Singapur y el Reino Unido han anunciado ya semanas más cortas, y en ese camino están también, además de España, Alemania, Japón, Irlanda, Sudáfrica, etc. Este proceso, que parece estar claramente en alza, muestra sin embarco una extraña particularidad: Grecia, un país moderno, miembro de la UE, repuesto ya de la gravísima crisis financiera que estalló en 2010 (fue sin duda el más perjudicado por el crash mundial), ha anunciado que legalizará nuevamente la jornada de seis días a la semana, es decir, de 48 horas.

Ni se han vuelto locos los griegos, ni son victimas de una iluminación reaccionaria: simplemente, afrontan de modo peculiar un problema que está extendido en toda Europa pero que en Grecia tiene una gravedad especial: falta mano de obra, entre otras razones porque, además de compartir las características demográficas europeas (bajas tasas de natalidad y alargamiento de la esperanza vida), unos 500.000 griegos, el 10% de la población actual, se fueron del país durante la etapa negra del rescate. Y si se piensa bien, la solución griega no es tan exótica puesto que incrementar la jornada laboral equivale en cierto modo a retrasar la edad de jubilación, un objetivo razonable (hasta cierto punto) que barajan muchos países occidentales (Dinamarca, Francia, Alemania...).

Pinelopi "Penny" Koujianou Goldberg es una economista griego-estadounidense que fue economista jefe del Banco Mundial desde 2018 hasta 2020 y que es catedrática de Economía en la Universidad de Yale. Y acaba de publicar un trabajo sobre esta singularidad griega, que admite por la razón apuntada pero que tiene sin duda mejores alternativas. En un artículo recién aparecido, sugiere tres posibles actuaciones que podrían resolver el problema griego con igual o mayor acierto. Una primera es realizar un esfuerzo tecnológico excepcional, mediante una inversión mayor que la actual, de forma que se incremente la productividad de los actuales trabajadores y se reduzca por tanto la demanda de mano de obra. Es muy probable que la Inteligencia Artificial facilite a corto plazo esta opción.

Una segunda opción sería incrementar el salario de los trabajadores actuales, permitiendo la espontaneidad del mercado sin objeciones ni límites, y elevando también los sueldos de los trabajadores públicos; sin embargo, esta fórmula generaría indeseables tendencias inflacionistas y mermaría la competitividad de la economía abierta griega.

La tercera opción, que parece ser la mejor para Koujianou, es incrementar la oferta de mano de obra mediante la correcta organización de una inmigración controlada y legalizada, es decir, bien diseñada. Los efectos benéficos de los flujos exteriores se han demostrado en los Estados Unidos, que sin embargo tiene problemas con la inmigración desordenada e ilegal. En este tipo de asuntos no tiene sentido proponer utopías irrealizables, pero sí parece sensato orientar los esfuerzos, no a reprimir duramente y con métodos onerosos toda la inmigración, sino a procurar una inmigración razonablemente controlada, negociada con los países de origen y manejable en todos los tramos de su ejecución.

Si se acepta con realismo la evidencia, se llegará a la conclusión de que este es el camino adecuado para que toda la UE consiga estabilizar la edad promedio -detener el envejecimiento- y proveerse de mano de obra suficiente para equilibrar el sistema socioeconómico. La fórmula requiere un gran despliegue diplomático para que los emigrantes se adecúen en lo posible a la demanda de los países de destino, asó como la implementación de instituciones encargadas de integrar a los inmigrados, tanto en cuestiones lingüísticas y culturales, cuanto en su instalación material y su integración social.

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Determinados fracasos de este proceso integrador, como los que por ejemplo experimenta París con la no asimilación de la banlieue -el arrabal-, se deben al fracaso del proceso de integración, que es el más delicado. Por esto produce desconsuelo asistir aquí a las querellas políticas insolubles que los grandes partidos mantienen en torno a este asunto. Necesitamos a los inmigrantes y hemos de darles una acogida realista y digna. A menos que estemos dispuestos los autóctonos a recuperar la jornada de 48 horas… O a empobrecernos sin remedio.