Macron revienta la UE
La decisión del presidente francés supone en la práctica una violación del cordón sanitario.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, jugó muy fuerte al convocar elecciones parlamentarias anticipadas para finales de junio tras la contundente derrota de su partido y de las demás fuerzas democráticas ante su rival Marine Le Pen en las elecciones al Parlamento Europeo del 8 y 9 de junio. La fuerza de extrema derecha de Le Pen (Ressemblement Nacional, Agrupación Nacional) alcanzó el 31,4% de los votos, mientras la coalición liberal de Macron (Renaissance, Renacimiento), se quedó en un 14,6 % y los socialdemócratas en el 13,8%.
Ante el riesgo de que la ultraderecha se convirtiera en la principal fuerza de la Asamblea legislativa, las formaciones de izquierdas consiguieron la proeza de aglutinarse en un Nuevo Frente Popular, cuyo principal impulsor fue Mélenchon, el líder de La France Insoumise, y en el que irrumpió con renovadas energías el Partido Socialista, que había quedado muy debilitado tras el mandato de Hollande en la presidencia de Francia. Y gracias a ello, la izquierda heterogénea consiguió 182 escaños, en tanto las formaciones de Macron lograron 167 y la Agrupación Nacional de Le Pen 143. La derecha clásica, agrupada en Los Republicanos, apenas obtuvo 46 escaños. En la primera vuelta, había ganado la extrema derecha (29,25% de los votos), seguida por el Nuevo Frente Popular (27,99%) y por el bloque centrista de Macron (20,04%).
La formación ultraderechista Agrupación Nacional, antiguo Frente Nacional, fundada por el neonazi Jean Marie Le Pen en 1977, es hoy el gran referente europeo de la extrema derecha, felizmente aherrojado por los partidos democráticos franceses que han mantenido siempre un estricto cordón sanitario que les impedía pactar con él. Gracias a este criterio firme y saludable, el sistema electoral a doble vuelta que se utiliza en Francia ha permitido impedir que el antiguo FN, ahora RN, ocupase cuotas de poder estatal o territorial. Este codón sanitario, que también existe felizmente en Alemania, es —¿era?— la única garantía de que no regresarán los autoritarismos que arrasaron Europa y provocaron el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Como se sabe, en el régimen semipresidencialista francés, el presidente de la República ha debido proponer al jefe del Gobierno, que deberá ser ratificado por el Parlamento. Y resulta que la decisión de Macron, quien ha propuesto como primer ministro al veterano conservador Michel Barnier, procedente de las filas gaullistas, supone en la práctica una violación del cordón sanitario, una traición a los demócratas que consideran que quienes no repudien el fascismo ni acaten los códigos de derechos humanos ni abominen de la xenofobia y el racismo han de quedar extramuros de la ceremonia democrática.
Macron, que tendrá vivir una nueva etapa de cohabitación como las tres que ya han tenido lugar en Francia —esta singularidad se dio entre 1986–1988, 1993–1995 y 1997–2002—, ubicado en un centro que ya no es autosuficiente, tenía dos opciones teóricamente posibles: elegir para encabezar al gobierno a un progresista o a un conservador, es decir, por dar juego a babor o a estribor. Lo más democrático hubiera sido aliarse con el Nuevo Frente Popular, porque ha ganado las elecciones y porque se trata de una organización impecablemente democrática a pesar de las estridencias de Mélenchon. La otra opción, la de elegir a un candidato conservador, da juego a la extrema derecha, que ya ha condescendido con el nombramiento aunque en teoría no se le haya levantado el cordón sanitario.
Barnier necesitará a Rassemblement National para ser ratificado en el cargo y para sacar adelante las decisiones parlamentarias. Es decir, ya no tendrá efecto la exclusión de la extrema derecha, que quedará tácitamente integrada. Como ha dicho Le Point, “Marine Le Pen decide, Emmanuel Macron ejecuta”. Así, Macron ha traicionado abiertamente una norma que prestigiaba al Eje Franco Alemán y ha dado entrada a los herederos del nazismo y del fascismo en los lugares más estratégicos del Estado francés. En estas circunstancias, normalizada la formación ultra de Le Pen, ya no se le puede pedir ala gente integridad democrática por lo que puede decirse que estamos en puertas de que el próximo presidente/a francés sea de extrema derecha. Cuando esto suceda, la Unión Europea saltará por los aires.