‘Elektra’, un diálogo de besugas a la griega
En la cartelera de Nave 73, uno de los teatros alternativos más activos de Madrid.
Con la K que la obra Elektra tiene en su título y estando programada en Nave 73, uno de los teatros alternativos más activos de Madrid, puede que muchos piensen que se trata de una obra de okupación y movimientos de resistencia
Algo hay de eso, pero no en el sentido literal. Puesto que Lucía Trentini, autora y directora de esta obra y una de las dos intérpretes junto a Gloria Albalate, ocupa un lugar en el teatro y pretende resistir en el mismo con esta tragedia convertida en una comedia musical electrizante.
Para ello recurre a los clásicos, a la tragedia griega, que anda que no le gusta al público un buen dramón. Un drama, que al igual que hiciera Fernanda Orazi recientemente con esta obra, lo tunea con mucho humor. A lo que añade bastante música. De tal manera que lo presenta como una opereta, aunque parece más bien una zarzuela. Lo que se dice sin descrédito para la obra, sino todo lo contrario.
Para aquellas personas que no lo recuerden, Electra es una chica joven que va por todo el reino de Micenas lamentándose de su desgracia. ¿Qué de qué desgracia? Pues esas cosas griegas de madres que matan a maridos para quedarse disfrutando con sus amantes. Ese tipo de historia truculenta de la que desde entonces está la ficción llena. Incluso la que se hace hoy mismo, baste recordar la reciente y exitosa serie El cuerpo en llamas de Netflix. Un asesinato que ella opina que no se puede quedar sin castigo, que clama venganza.
Sin embargo, lo de vengarse no se le debe dar tan bien como lo de lamentarse. Y mientras desespera, espera a su hermano Orestes para que haga justicia y vengue la muerte de su padre matando a la madre. Que muerto el perro, la perra en este caso, se le acabará la rabia.
¿Qué cómo pretende la madre hacer que su hija cambie de opinión? Mediante el diálogo. Un diálogo infructuoso, como el que tienen las madres con sus hijas o viceversa. Un diálogo de besugas, que no acaba produciéndose y en el que es muy probable que el público, ya sea padre o adolescente, se identifique con ellos.
Unos diálogos que se presentan en formato de asaltos de boxeo, con su timbre para marcar el comienzo y el final. Que tienen su tiempo pautado por un metrónomo que se usa en escena. En el que el cuadrilátero ha sido sustituido por una cocina con un suelo en damero, de baldosas negras y blancas, donde la madre tratará de hacer una tarta para su hija, que cumple años. Pues las peleas madres e hijas, como en general, las de los hijos con sus padres se suelen producir en los ambientes más íntimos, ambientes domésticos. De ahí que esta sea una comedia doméstica.
Una madre que no entiende a su hija y viceversa. A la que la madre reclama un poquito de sororidad, por favor. Que su padre Agamenón la tomo a ella, Clitemnestra, como un trofeo de guerra del que abusar a placer cuando invadió Micenas; que mató a Ifigenia, su hija y hermana de Electra, porque los dioses le pidieron un sacrificio y él prefirió matar a una hija que a un hijo; que luego se fue a la Guerra de Troya para volver diez años más tarde con una amante, fruto también de la rapiña de los vencedores de la guerra, y sentársela a su mesa, a la de la madre.
Vamos, que dice ella, Clitemnestra/Albalate, la madre, que un poquito de comprensión no le vendría mal. Más, teniendo en cuenta el currículo amoroso de Elektra/Trentini. A la que su amiga Gloria le recuerda a aquellos hombres que la ningunearon y chalanearon, sobre todo aquel que la llamaba “sudaquita mía”. Un recurso metateatral, el de salirse de sus personajes para pasar a ser las actrices que los interpretan, inserto de vez en cuando con naturalidad, que permite aligerar la cosa cuando parece que la dramaturgia se está yendo de madre.
Sin embargo, Elektra, de 37 años, se comporta como una caprichosa adolescente y ni le da carrete ni cuartelillo a una madre que le da de comer, le paga la casa, y hasta el psicólogo. Porque Electra es lo que hace unos años se llamaba ni-nis, es decir que ni oficio ni beneficio tiene. Solo se lamenta. Recordando los versos de Rubén Darío, parece que su autora se pregunta “la princesa está triste/¿qué tendrá la princesa?”
Frente a esa languidez enlutada, a la que la Trentini es capaz de darle forma de joven de hoy en día, con su traje y sus botas negras y una desesperación melancólica de gótica en la cara, se alza Clitemnestra/Albalate. Una fuerza natural, un torbellino disfrutón, cuyo personaje va a lo concreto, a las cosas del comer y del beber, llamando al pan, pan, y al vino, vino. Algo que hace con espíritu de cómica clásica española, su puntito de zarzuela y de manchega almodovariana universal, algo que le vendrá de la tierra ya que es de allí.
Así, la tragedia griega y sus mitos machistas y heteropatriarcales, para usar conceptos muy actuales mientras no lleguen gobernantes que los combatan y los cambien, se convierte en una tragicomedia musical de chicas de hoy en día y suficientemente preparadas. Que supera géneros como duelos de divas, o de pareja cómica, con gracia, música y sabio manejo del medio teatral.
Sin olvidar que lo que cuentan, la imposibilidad de dialogo, de entenderse, que los políticos escenifican siempre que se les pone un micrófono por delante, y padres, madres y adolescentes viven de manera cotidiana en sus carnes, es una verdadera tragedia. Y que para combatirla, hace falta un poquito de por favor, por poquito que sea, si se prefiere que la vida en vez de tragedia sea una comedia. Aunque sea una comedia griega.