'La colección', a la búsqueda de viejóvenes

'La colección', a la búsqueda de viejóvenes

No, esta obra no habla nada en abstracto. Ni es un debate filosófico o de salón, en el que por desgracia casi siempre se clasifica al dialógico Mayorga como autor.

José Sacristán y Ana Marzoa en 'La colección'Javier Naval (Teatro de la Abadía)

En la postdictadura española surgieron obras sobre qué podían hacer los hijos con la herencia recibida. Sebastián Junyent, ahora olvidado, se posicionó muy bien en el olimpo teatral con Hay que deshacer la casa. Pues bien, aquellos que deshacían la casa ya se han vuelto ancianos, y ahora se plantean a quién dejar lo que ellos hicieron con los muebles, metafóricamente hablando, de sus padres.

Es en esa transición de casi cincuenta años que se ha producido en la que se debería encuadrar La colección, la última obra de Juan Mayorga que ya ha agotado entradas para todas sus representaciones en el Teatro de la Abadía. La combinación de este autor con la del actor José Sacristán se ha mostrado imbatible.

Aquellos hijos, que fueron movilizados por Almodóvar, Alaska y compañía, peinan canas, han viajado, se han globalizado como el mercado del arte, y han atesorado recuerdos en forma de piezas artísticas y el archivo que recoge dónde y cómo fueron conseguidas. Y para conseguirlas, hicieron de las suyas, donde la burla sexual, a la manera de la que se cuenta en los clásicos del Siglo de Oro, no faltan. Todo valió para obtener lo que tienen y tanto aprecian.

Como muchas personas influyentes, se niegan a que ese esfuerzo, esa colección de recuerdos y modus operandi, quede en manos de cualquiera. Se entiende por cualquiera, cualquier persona que no sepa apreciar lo que consiguieron. Que vengan con sus nuevas formas y maneras.

Zaira Montes en 'La colección'Javier Naval (Teatro de la Abadía)

Esas dos personas mayores, que todavía no son ancianos, pero intuyen el próximo deterioro de la edad, buscan a sus iguales, pero con menos años. A personas que compartan formas y maneras de pensar y de actuar. A viejóvenes. ¿Conocen eso de cambiar algo para que nada cambie?

De atender a lo que se dice en las crónicas, en la comunicación sobre la obra y en las críticas, no parece que sea esto lo que quería contar el autor. Un texto que se ha descrito como oscuro por las referencias filosóficas y literarias no explícitas que esconde y que todo el mundo se lanzado a buscar y encontrar. Eso dicen, pero los aficionados al thriller, un género bien popular, están acostumbrados a que los textos sean oscuros, pero las intenciones claras.

Y las peligrosas intenciones de estos dos ancianos son claras. Posicionar a gente más jóvenes que ellos, pero con su mismo espíritu, que mantenga viva a su única hija, su colección de arte y el archivo que la acompaña, más allá de sus días en la tierra. Que los resultados de su esfuerzo, de sus traiciones, de sus chanchullos, no caigan en el olvido o, lo que es peor, en el descrédito. Despedazado por otros humanos que se tirarían sobre ellos como perros. Que permitan entender y comprender el resultado de su vida en común. Que impidan el olvido de lo que hicieron.

José Sacristán y Ana Marzoa en 'La colección'Javier Naval (Teatro de la Abadía)

Así que no, esta obra no habla nada en abstracto. Ni es un debate filosófico o de salón, en el que por desgracia casi siempre se clasifica al dialógico Mayorga como autor. Él, que entiende el teatro como una conversación, habla de nuestro mundo. Del día a día. De lo que se ve en los periódicos, la televisión, X y TikTok.

Donde, por ejemplo, y por hablar de lugares algo más alejados, no se permiten candidatos a las elecciones por debajo de los setenta y cinco años. O ya, más cerca, los mayores critican las locas ideas de un presidente de gobierno que empezó a gobernar con menos de cincuenta. Incluso en este teatro, se destituyó al director artístico que vino cargado de juventud y sus mayores vieron peligrar su colección de grandes momentos, que fueran llevados a la irrelevancia por y para lo nuevo. Olvidados por los jóvenes desmemoriados que llegaban con su furia y su ruido.

Todo esto se presenta en La colección con un lirismo de otro tiempo. Aparte de la palabra, no hay apenas banda sonora. Y cuando suena es tan sutil que a veces ni se escucha. La sensación de silencio y recogimiento, como en un convento, es importante. Un lirismo conventual que es apoyado con la calidad de la iluminación de Cornejo, la caótica y eficiente escenografía de Meloni que aprovecha los hermosos ventanales de la Sala Juan de la Cruz del teatro, y el vestuario ocre pero, a la vez, alegre de los personajes creado por Vanessa Actif.

Y unos actores que están sembrados. Con la recuperación del gran José Sacristán, el de antaño. El que ha dejado atrás el amaneramiento sacristiano en el que se había instalado. Y la recuperación de Ana Marzoa, que hace preguntarse por qué ha tenido tan poca y mala visibilidad en los últimos años. Y dos jóvenes actores, que ya tienen bastante con salir bien de actuar al lado de estos dos monstruos de la escena.

Es imposible no simpatizar ni empatizar gracias a ellos con sus personajes. Resultan agradables en lo que hacen y en cómo lo hacen. Como, también consiguen que el público, sobre todo el público fiel de la Abadía, se ponga en sus zapatos y en su piel. Quizás, para algunos, sobre todo los que tienen la edad de los personajes, haya sido un objetivo ser y vivir como la pareja protagonista.

Es esta simpatía y empatía que provocan, junto con la despojada e ingenua dirección de escena del propio Mayorga, bien ejemplificada por la salida final de los dos jóvenes personajes del escenario, la que permite la reflexión anterior.

Porque cada persona es los momentos intensos que ha vivido. Momentos que tienen fechas concretas en una línea temporal. Momentos que cambian en intensidad con relación a otros momentos que les sigan y que ganan o pierden en significado vital con respecto a estos. Y que siempre son relativos a lo que se ama, por muy pequeño o grande que sea lo que reclama ese amor.

Eso es el arte, el arte de vivir. Una colección de momentos banales que cambian de significado, de interés, incluso, algunos, llegan a olvidarse, como si no hubieran sucedido. Como si se los hubiera vendido o cedido a otras personas que siguen atesorándolos.

Ignacio Jiménez y Zaira Montes en 'La colección'Javier Naval (Teatro de la Abadía)

Sin embargo, ¿qué derecho tienen los más mayores a buscar, elegir e imponer criterios, formas, maneras de estar en el mundo? ¿Y de vivirlo? ¿No es ese miedo a desaparecer y desvanecerse “como lágrimas en la lluvia” el que está provocando tantas tensiones? ¿No es esa insistencia de los mayores por buscar sus iguales, en formas de pensar y actuar, en lo que aprecian y cómo lo aprecian, pero con menos años, lo que están impidiendo los cambios que los retos actuales necesitan? ¿Es tan importante preservar la colección de esos mayores? ¿Y será importante preservar la colección de los actualmente jóvenes cuando sean ellos los mayores?

Muchas preguntas. Preguntas que merecen un debate y tomar decisiones. No basta con hacérselas. Es difícil creer que a Mayorga, tanto al dramaturgo y como al director de escena, le gustase que La colección se quedase solo en los interrogantes. Solo en preguntas.

Titania
Titania
Santander

Tal vez, él responda con esta obra. Y su apuesta sea por los viejóvenes. Pero por su trayectoria, no resultaría extraño que esté esperando una respuesta a esa propuesta. Lo tiene fácil, ahora que es director artístico de la Abadía. Solo tiene que dar oportunidades a que le respondan en ese teatro, volver a dar la oportunidad a los que ya estuvieron en la época de Aladro.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.