Elecciones UE: primeras impresiones
Cualquier mediano entendedor comprenderá que unas elecciones tan complejas como las celebradas estos días pasados y que concluyeron anoche, con el cierre de los colegios italianos, requieren una mínima digestión para el análisis, dada la complejidad, la profusión de datos y la variedad de aspectos que encierra el acontecimiento, vital en la construcción de Europa pero también la vida política interna de los 27 socios que han elegido el Europarlamento, una gigantesca maquinaria legislativa de 720 miembros que será vital en el porvenir vacilante de la Europa unida. Una visión general de lo ocurrido indica de entrada que la cámara europea varía poco, que el ascenso de la extrema derecha es digerible y no dramático, que centro-derecha y centro-izquierda mantienen su clara hegemonía y que los verdes están en delicado retroceso.
El dato más relevante que no arrojado a las urnas estaba ya previsto en todos los estudios de más conflictos: la extrema derecha europea ha mantenido la línea levemente ascendente que viene registrando desde hace años y que ya le permite una presencia activa en la superestructura política de la unión. En el conjunto, los partidos ultra están ya en el gobierno de media docena de los 27 estados: Croacia, República Checa, Finlandia, Hungría, Italia y Eslovaquia. En otros, como España, participan en instituciones representativas y gobiernos regionales y locales. En Suecia, un partido ultra apoya a una coalición conservadora a cambio de concesiones políticas en inmigración de orden público. En Holanda, el partido de Geert Wilders, libertad, ha conseguido ya un pacto para ingresar en el próximo gobierno. En Austria, será por hecho que tras las elecciones de otoño gobernará una coalición encabezada por el ultraderechista FPÖ. En Francia, la agrupación nacional (RN) de Marine el Pen es el primer partido del país, en tanto Alternativa para Alemania (AfD), a pesar del escándalo organizado por su candidato al mostrarse comprensivo con las SS hitlerianas, ya es el segundo partido alemán, por delante del socialdemócrata DPD y de los Verdes. Antes de conocer el recuento definitivo, Macron convocaba elecciones legislativas, pero ello no indica que Le Pen vaya a ser la primera ministra si se mantiene, como es probable, el cordón sanitario en las preceptivas elecciones a dos vueltas. En Bélgica, ha dimitido el primer ministro, el liberal De Croo, tras el avance ultra.
Grosso modo, los partidos ultra ocupan la quinta parte del Europarlamento, una fuerza claramente insuficiente para marcar las pautas de la institución. Sin embargo, su papel se fortalece porque, de un lado, el eje francoalemán queda ideológicamente comprometido y, de otro lado, se relaja la inflexibilidad que aislaba a la extrema derecha e impedía determinadas claudicaciones democráticas, de manera que empiezan a aceptarse las degradantes reclamaciones racistas, homófobas, xenófobas, misóginas, autoritarias de los neofascistas. Al mismo tiempo, una parte de la extrema derecha trata de mostrar un rostro más amable, en un indecente pero eficaz ejercicio de hipocresía; el caso más patente es el italiano, ya que Meloni, la lideresa de Fratelli d’Italia y primera ministra, trata de parecer moderada, pese a que en los mítines utiliza el ideario tradicional de los ultras. Algo parecido ha hecho Le Pen.
A juicio de muchos analistas —véase por ejemplo al corresponsal en Europa de The Guardian, Jon Henley, que ha utilizado argumentos de Alberto Alemanno, catedrático de derecho de la UE en HEC de Paris y el Colegio de Europa— esta última posición es la más peligrosa. Henley pone en boca de un diplomático de la UE este diagnóstico: “Partes de la extrema derecha apuntan claramente a maximizar su influencia colaborando, en lugar de luchando. Y, claramente, partes de la corriente conservadora están muy abiertas a eso”.
El siguiente paso será ahora el nombramiento de la Comisión Europea. Ursula von der Leyen, que no se ha presentado a las elecciones y que celebraba ayer los resultados, aspira al cargo, y podría contar con los grupos conservador, socialista y liberal, como en la legislatura pasada, que le proporcionarían una mayoría ajustada. Von der Leyen aspirará, probablemente, a ampliar su base, como se desprende de los tanteos que ha realizado. Sería muy peligroso que Bruselas se abriera a la ultraderecha italiana, y en cambio resultaría enriquecedor que la asociación mayoritaria integrase a los verdes, en inquietante retroceso en las urnas, lo que acentuaría la vertiente ecologista de la UE, que necesita un refuerzo (el cambio climático avanza inclemente mientras se debilitan los esfuerzos para combatirlo).
En definitiva, no hay razones para pensar que estamos perdiendo la batalla frente a los ultras. No estamos a merced de quienes quieren desmontar la UE ni de los que, aviesamente, pretenden reformarla desde dentro en el peor de los sentidos posible.
Las europeas en España
En España, el PP, la principal oposición, ha ganado las elecciones por un discreto margen (22 escaños frente a 20, cuatro puntos porcentuales), como suele ser habitual en los sistemas parlamentarios en que los gobiernos sufren un voto de advertencia, de castigo, que se sabe innocuo, en esta clase de elecciones que no tienen consecuencias nacionales. Feijóo, que había hablado de aplastar a Sánchez en las urnas y que ha mantenido una beligerancia impropia y enfermiza durante la campaña electoral, se ha quedado casi en el empate técnico y ahora tendrá que dar a los suyos —y a la opinión púbica en general— explicaciones de una estrategia que le ha llevado nuevamente al fracaso: su único éxito ha sido la absorción de Ciudadanos, y para este viaje no hacían falta alforjas. Lo más grave de la posición del PP es que su potencia sigue siendo irrelevante si no se adosa a VOX, a quien necesita para cualquier designio, y quién sabe si también a la formación de Alvise, que asombrosamente ha conseguido tres escaños. Y en tanto la situación sea esta, es muy probable que los ciudadanos le nieguen el apoyo, como en julio pasado, para evitar que los energúmenos de Abascal lleguen al poder. Ya hemos experimentado los efectos perniciosos de la ultraderecha en los gobiernos autonómicos, y está ciudadanía no consentirá que el experimento llegue también a la gobernación del Estado.
Feijóo ha apostado fuerte y ha perdido. Ni las estratagemas, ni los asedios y los bulos, ni la presión sobre el poder judicial han tenido efecto electoral suficiente. A lo mejor, la cúpula del PP decide cambiar de caballo para ver si con otra estrategia más inteligente crecen las opciones del centro-derecha para conseguir la alternancia.
Tiempo habrá de depurar estas primeras impresiones, que marcan la andadura vacilante de este país en el inmediato futuro.