El mundo necesita un espacio humanitario
El oficio humanitario es peligroso. Los incidentes son numerosos y demuestran cómo la violación de los principios humanitarios son cada vez más frecuentes y se producen desde todas las partes. De los grupos armados y terroristas, pero también por parte de los propios Estados.
Han pasado casi siete años desde aquel fatídico 4 de agosto de 2006 en el que 17 trabajadores cingaleses de Acción contra el Hambre fueron sacados a la fuerza de nuestras oficinas en Muttur (Sri Lanka), puestos en fila de rodillas y asesinados de un tiro en la cabeza. Casi siete años para que por fin se haya aprobado, en el seno del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, la investigación internacional e independiente de este brutal crimen. Una decisión que no nos va a devolver las vidas de nuestros compañeros ni a reparar el dolor de sus familias, pero que podría hacernos reflexionar y reaccionar sobre un hecho enormemente preocupante: el mundo se está quedando sin espacio humanitario. En Siria, en Sahel, en Somalia, en Cáucaso... los trabajadores humanitarios se han convertido en diana de los grupos armados (terroristas, rebeldes y a veces también gubernamentales): se nos ataca por lo que representamos en un empeño sin precedentes por derrumbar los principios del derecho humanitario internacional en particular y los valores humanitarios en general, aquellos en los que se fundamenta la ayuda entre unos hombres y otros solo por el hecho de ser hombres.
Humanitarios nacionales, doblemente expuestos
La matanza de Muttur nos recuerda con dolor cómo todas las precauciones son pocas para asegurar la protección de nuestros equipos. La naturaleza del trabajo humanitario conlleva una exposición a innumerables riesgos y las organizaciones, que no podemos eliminarlos, tenemos que aprender a gestionarlos. En este contexto, el personal nacional de las organizaciones humanitarias está doblemente expuesto: por humanitario y por local. Ser extranjero puede ser una fuerza o una debilidad en función de los escenarios de trabajo. El cooperante expatriado tiene siempre, sin embargo, la posibilidad de salir del contexto, una opción que no tienen los trabajadores nacionales que trabajan en sus propios países, atrapados por sus propias fronteras. Los riesgos de los trabajadores nacionales son muchos más difíciles de identificar porque suponen una compleja combinación de elementos sociales, culturales y políticos. El cooperante internacional puede revindicar una cierta neutralidad por ser extranjero, lo que es casi imposible para los trabajadores nacionales. La trágica lección de Muttur nos recuerda que la percepción de las organizaciones humanitarias y de sus empleados nacionales por parte de las fuerzas armadas oficiales, de los grupos armados y por parte del propio estado, no está nunca asegurada.
Diálogo, la mejor forma de gestionar el riesgo
El diálogo continuo (sobre nuestras actuaciones, nuestros desplazamientos y, sobre todo, sobre nuestras intenciones) con todas las partes presentes allí donde es necesaria la ayuda humanitaria es la única forma eficaz de garantizar la seguridad de la acción humanitaria. Esta estrategia del diálogo, que es la base de la política de Acción contra el Hambre, solo es posible si la organización es verdaderamente neutral y no apoya a ninguna de las partes enfrentadas. Y la neutralidad, conviene recordar, no es la falta de opinión política sino la decisión, a veces muy difícil de respetar, de no tomar partido y de no influir en el contexto donde interviene la organización.
Zonas en conflicto, veda para la ayuda humanitaria
El oficio humanitario es, en definitiva, peligroso. Los incidentes son numerosos y demuestran cómo la violación de los principios humanitarios son cada vez más frecuentes. Las violaciones, todo hay que decirlo, se producen desde todas las partes. Por parte de los grupos armados y terroristas, pero también por parte de los propios Estados. De hecho, los Estados de derecho occidentales han hecho mucho daño desde el 11-S al utilizar la excusa humanitaria para justificar sus operaciones militares. Hoy pagamos en todo el mundo los grandes errores de los aliados en Afganistán, en Irak o en los Balcanes, que ha disfrazado sus operaciones militares de operaciones humanitarias. En Afganistán y en Irak, se llegó incluso a formar unidades de combate con soldados y enfermeros: mientras los primeros se hacían con los pueblos rebeldes, los enfermeros militares entraban para auscultar, curar o vacunar a la población. Este tipo de actuación ha generado una confusión terrible, tanto para los militares, que han visto su misión tradicional muy afectada por esta forma de actuación, como para los humanitarios, que han sido asociados y confundidos con estos militares. Confusión que no solo acaba con la vida de trabajadores humanitarios (como las enfermeras responsables de vacunaciones en Pakistán al ser percibidas como "enemigas"), sino que reduce el alcance de la ayuda humanitaria. Cada vez es más difícil que esta llegue a las zonas de conflicto, contraviniendo lo acordado por 194 países en 1949 en los Convenios de Ginebra.
Cuando algo inimaginable, como el asesinato a sangre fría de 17 cooperantes se produce, la organización humanitaria debe concentrar su energía sobre el esclarecimiento de la verdad. Así lo hemos hecho en los últimos siete años, en una incasable labor de memoria con las víctimas. La lección de Muttur es importante. La perseverancia de la Red Internacional Acción contra el Hambre ha sido fundamental para conseguir remover un tema muy político en Sri Lanka. Más allá de la resolución recién firmada en Ginebra, que llega por fin, aunque tarde, hemos estado en cada momento al lado de las familias, como no podría ser de otra forma, y hemos seguido pidiendo explicaciones y responsabilidad. Esta insistencia no pretende, ni mucho menos, impedir el proceso de reconciliación en el país. Solo queremos arrojar luz sobre las responsabilidades, individuales y colectivas, de los actores de los conflictos. Un proceso fundamental para reconquistar el espacio humanitario. Y para construir la paz.