Nos hemos acostumbrado a las vallas. Como en Melilla, cuya valla cumple 20 años, acumula más de 40 millones de euros en gastos y, aun así, no evitó que 18 subsaharianos la saltasen el pasado seis de febrero; o en Hungría, cuyo Gobierno planea añadir una segunda valla a su frontera sur para mantener alejados a los refugiados procedentes de Serbia y cuyo coste se sumará a los 227 millones de euros que acumula la primera.