Del cura Enrique de Castro es muy fácil quedarse con sus declaraciones polémicas. Como cuando dice que para él los gais son iguales que los demás, cuando recomienda el uso del preservativo para prevenir enfermedades o califica de absurdo el celibato. Pero quedarse con esto es tan fácil como injusto. El cura rojo de Entrevías lleva casi cuatro décadas metido de fango hasta el cuello en un Madrid de muertes por la droga, violencia -también policial-, pobreza e injusticias de todo tipo. Y ahí estructuró una iglesia de acción alejada del dogma y de los ritos.