Nos estamos olvidando lecciones que la naturaleza lleva eones enseñando. Que la vida contiene la muerte, y la muerte, la vida, que la salud implica la enfermedad y esta a su hermana. Que somos capaces de adaptarnos a ambas, y sobre todo, que es posible vivir con plenitud más allá de los condicionantes externos e internos.
La repatriación del religioso Miguel Pajares, infectado por el virus Ébola, ha puesto una vez más de manifiesto la improvisación de las actuaciones del gobierno, así como la descoordinación existente entre los responsables del Ministerio de Sanidad y de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid.
Hemos conocidos estos días datos que confirman que el número de efectivos humanos de la Sanidad Pública española en enero de 2014 se sitúa en 476.689 trabajadores, lo que supone una reducción de 28.496 en relación a enero de 2012, recién llegado Rajoy a la Presidencia del Gobierno.
La tuberculosis es un buen ejemplo. Se cura si se trata correctamente, pero de lo contrario, puede derivar en serios problemas de la salud pública. Es una enfermedad que se asocia a la pobreza, a sistemas de salud frágiles o a políticas sanitarias deficientes. Hace unas semanas se conoció el caso de Alpha Pam.
La inhibición de la gestión por parte de los responsables políticos actuales nos llevará a una externalización de la misma a empresas privadas, uno de cuyos axiomas es ser rentables, ganar dinero. A medida que se vayan externalizando más los servicios, la sanidad será más cara y menos inclusiva. La lista de excluidos será mayor.
Existe voluntad de hacer las cosas mejor. Pero esto no es suficiente sin concreción en hechos. Todos deberíamos ayudar a que fuera así, tanto profesionales como ciudadanos. Proponer ideas y señalar aspectos de mejora siempre será más útil que la mera queja. Porque finalmente la valentía y la integridad no es solo exigible al político, todos los demás también estamos invitados.