En Como la sombra que se va, que he leído este verano en Lisboa, Muñoz Molina describe el zeitgeist de aquella época que nos impulsaba a querer ser unos eternos adolescentes, que soñaban con convertirse en personajes de una película de Woody Allen, deseosos de vivir en una buhardilla en la Plaza de Ópera, rodeados de libros, comics, músicas, viviendo la noche a tope en Malasaña, entre alcohol, rock, jazz y, quién sabe qué otras drogas.
"Tengo un sueño", dijo el activista Martin Luther King Jr. Pero no es el único que tuvo un sueño: esta semana ha sido la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, la que ha soñado: "Me encantaría que en los bares de Madrid las servilletas no fueran de una empresa sino que fueran del Ayuntamiento, con dibujos de Madrid", expresó en un foro.
El incidente de Ferguson ha puesto al descubierto una herida que continúa sin cicatrizar en el corazón de la república estadounidense. Un corte profundo que sangra abundantemente pese a los esfuerzos del Gobierno federal y resto de instituciones políticas, educativas y económicas por ocultarlo tras las vendas de unos mitos reconciliadores durante los últimos 45 años.
Con Ferguson, han surgido debates valiosos sobre la raza en EE UU. Pero debemos ver si estos asuntos encajan en narrativas más amplias. El tema racial es parte de la historia, pero también las cuestiones económicas y la justicia social. Luther King percibió estas divisiones y se preocupó por ellas.
La justicia económica es necesaria para lograr la igualdad. Obama ha estado demasiado preocupado haciendo la pelota a Wall Street como para convencerme de que vaya a tomar acciones significativas contra ellos. La única forma de cambiar el sistema es desde fuera y a través de la acción colectiva.