Para George Michael, la sociedad británica no paraba de reproducir al dictado unos comportamientos que detestaba, consignas aceptadas que ocultaban exceso de autoridad o la inveterada parálisis emocional de los ingleses. Su personalidad vacilante, confusa y contradictoria frente a la imagen de macho alfa que diseñó en sus primeros discos combatía a duras penas con los demonios interiores que se le adivinaban siempre al acecho.