No era muy silencioso, ése era su principal defecto; la mayoría del tiempo ni lo sentías, pero de vez en cuando, poseído por una fuerza interior descomunal, arremetía gritando. Y luego estaban esos efluvios que dejaba a su paso. Y con ellos, las moscas. A pesar de todo, era un amigo, y siempre que me veía se acercaba a saludar.