Irse obligado de un trabajo poco difiere de la desvinculación amorosa. Porque dejar de ser imprescindible en un rol siempre nos duele, incluso cuando uno mismo tenga también ganas de dejar tal escenario. Duele porque nos lleva a encontrarnos con un perfil de la muerte: esa idea terrible de que el mundo puede seguir sin nosotros.
Cada diseñador te habla de telas, te explica cómo rescató un abrigo de los años setenta o cómo su tía estuvo cosiendo horas para lograr ese jersey tan perfecto, y aprendes a apreciar. A diferenciar paja y grano. A que los referentes son compartidos y que copiar o rendir pleitesía no es malo.
La obsesión por la identidad personal es como la locura del nacionalismo: una construcción que deja heridos y muertos en el camino. Segrega lo que no le encaja en el ideal, y crea un relato de guerra contra enemigos que le permiten sostener una cohesión imaginaria.
Una duda razonable: dado que hay estudios científicos serios que sugieren que los grandes líderes políticos padecen más problemas de personalidad y enfermedades psíquicas que la población general, ¿no convendría que antes de ejercer sus cargos pasasen por un test de salud mental?
Cuando a la gente se le habla de sí misma o escucha hablar de ella con halago se activan en el cerebro las mismas áreas que se activan ante la expectativa de una relación sexual deseada, se siga o no de su realización física.