De respeto y asombro: lo (mucho) que aprendí siendo jurado de EGO
Cada diseñador te habla de telas, te explica cómo rescató un abrigo de los años setenta o cómo su tía estuvo cosiendo horas para lograr ese jersey tan perfecto, y aprendes a apreciar. A diferenciar paja y grano. A que los referentes son compartidos y que copiar o rendir pleitesía no es malo.
Dos chavales de veintipocos años están sentados en primera fila. Uno de ellos viste un ajustado mono de lycra, con pronunciado escote, patas de elefante y estampado en rojo y beis. Su amigo, con el que cuchichea durante cada desfile (y no se pierden uno), lleva un bonito pañuelo atado al cuello y el colorete de un rosa potente. En una conversación entre ambos mientras salen las modelos, que mi acompañante capta a intervalos y me cuenta con una sonrisa, el del mono le dice al del pañuelo: "Ya, si yo sé que soy distinto, que no soy como los demás". Son, parecen, muy distintos. Aquí, sin embargo, apenas llaman la atención entre largas cabelleras blancas, botas de plataforma, labios borgoña que rozan el negro y sombreros de ala ancha.
Esto es el EGO. Un ecosistema en sí mismo. Hombres y mujeres, jóvenes (son mayoría, la verdad) y mayores se dejan ver en IFEMA durante el día más loco de Mercedes-Benz Madrid Fashion Week, la antigua Cibeles, en el que nueve jóvenes elegidos muestran sus propuestas al mundo.
Un bolso transparente de la colección retrofuturista de Xevi Fernández.
Después de cinco años escribiendo de moda (entre muchísimas otras cosas que van desde viviendas okupadas hasta Frozen), reconozco que seguir lo que ocurre en ese mundillo --sin ser una completa insider, es cierto-- me gusta, me interesa. Pero aún así resultó una gran y grata sorpresa que contaran conmigo para ser jurado de Samsung EGO.
En un día muy completo (una larga jornada que se alargó durante 13 horas) conté con tres compañeros de excepción (el diseñador Antonio Alvarado, el redactor de Flash Moda Alejandro Bocanegra y la estilista de la revista L'Officiel Fátima Monjas). Entre los cuatro teníamos que decidir cuál de los nueve aspirantes merecía el premio a la mejor colección de la edición en el certamen llamado Mercedes-Benz Fashion Talent, y por tanto desfilar en la Semana de la Moda de Praga. Y la cosa fue difícil. Mucho. Muchísimo. Pero cuánto aprendimos.
La técnica era la siguiente: mezclar los desfiles que íbamos viendo con pasar al backstage para ver las prendas in situ y hablar con los diseñadores, que nos fueran contando cómo habían creado todo, en quién se inspiraban (desde sus abuelos hasta el explaneta Plutón o Las ciudades invisibles de Italo Calvino), cuántas prendas tenían (había algunos que rozaban las 100), cuánto habían tardado en crear sus colecciones (como mínimo, tres meses; alguna nos dijo que un año). Qué distinto se ve todo desde atrás: tan trabajado, con mucho más sentido (casi siempre), completo. Cuándo desde la organización les anunciaban nuestra llegada, la del siempre muy respetable jurado, empezaban los nervios y las carreras. Parecía un examen.
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Nerviosos y contentos, los chicos (mayoría masculina: seis contra tres chicas) iban mostrando todo: las prendas, los tejidos, el proceso de confección. En pasarela a muchos les parecen mamarrachadas. No es así, yo lo vi. Vi que detrás de una prenda transparente, llena de lunares y con una serpiente acolchada que trepa por los hombros y baja por el pecho, cuajadita de bisutería dorada, hay tres meses de trabajo y de noches sin dormir elaborado cuidadosamente por una asociación de mujeres indias que buscan su integración. Que hay una creatividad detrás que trata de mostrar las referencias culturales compartidas entre los gitanos y el pueblo indio, con referencias a lo barroco, los volantes y las flores de loto. Quizá por eso se entienda mejor por qué esas prendas se aplauden, se venden y se llevan (entre ellas por bastantes cantantes de fama internacional, curiosamente).
En mi paso por Samsung EGO aprendí de tejidos, de búsquedas incesantes en pos de lo mejor con el mínimo presupuesto. Supe de la existencia de la lana filtrada, de lo difícil que es trabajar con el látex (y ponérselo: úntate tú de vaselina o de polvos de talco) y de lo valiente que hay que ser para cortarlo y modelarlo pieza a pieza, de lo que cuesta encontrar telas brocadas (muchos de esos jóvenes viajan al extranjero de vacío para volver cargados de telas de tapicería industrial; cómo deben mirarles cuando facturan en las lowcost). Supe lo que era el tyvek, un papel-tela rarísimo y muy interesante de moldea, o cómo crear un bolso con un tejido que parece césped. Y que además sea bonito.
Después de pasar por esas diminutas salitas compartidas en las que cada diseñador, histérico, te habla de telas, te explica cómo rescató un abrigo de los años setenta de su madre o te cuenta que su tía estuvo cosiendo horas para lograr ese jersey tan perfecto, aprendes a apreciar. A diferenciar paja y grano. También aprendes que los referentes en la moda son compartidos, que todo está inventado (aunque ahí hay debate) y que copiar o rendir pleitesía no es malo. Davidelfín, Comme Des Garçons, Viktor & Rolf o Issey Miyake fueron nombres que se pronunciaron en más de una ocasión en el backstage. Sin pudor ni vergüenza, de forma natural. La inspiración, hasta la copia, no es mala en sí misma.
Bolso imitando una piscina con árboles y césped, de Sheila Pazos.
Aprendí que puedes ser muy joven y coser muy bien, pero que eso tampoco te va a hacer ser el mejor. Aprendí que puedes ser muy joven y tener una creatividad desbordante y un montón de prendas artísticas, pero que tampoco ganarás. Aprendí que puedes ser muy joven y tener pasión, ganas, que puedes invertir tiempo, vender papeletas para hacer crowdfounding, utilizar materiales nobles o baratos, creer mucho o poco en ti, que tu padre te pida un abrazo desde la primera fila cuando vayas a saludar, que tiñas tus propios sombreros, que hagas mantas... pero que ganar es difícil y depende de muchísimos factores. Aunque también está claro que la moda española es asombrosa, y que hay mucho talento, y merece la pena rastrearlo y apoyarlo.
Elegir el triunfador no fue fácil, y reconozco que Ela Fidalgo no partía como favorita para mí. ¿Se pasaría de artista? ¿Entenderían lo que queríamos contarles en Praga, la ciudad a la que va a ir a desfilar? ¿No sería demasiado minimalista, con su blanco y su negro, o maximalista, con tanto volumen?
Libro de inspiración de Ela Fidalgo, con el proceso de creación, los tejidos... de cada prenda.
Su puesta en escena, con los 28 metros de pasarela iluminada solo por enormes círculos de luz, y su dulzura en la elección de la música o de las espardeñas mallorquinas como calzado (elementos que, pese a parecer secundarios, no lo son), convencieron. Pasar por su vestuario y ver cómo usaba una fregona (¡una fregona!) para construir un vestido o un rollo de velcro que encontró en una obra para crear una pieza que es prácticamente arte terminó de posicionarla entre las favoritas. Y tener compañeros del jurado que saben tanto que no necesitan convencerte porque sus argumentos lo hacen por sí solos ya me ayudó la jugada.
Fue difícil, fue duro, fue divertido. Fue arte y moda, fue pura contradicción. Como EGO en sí mismo.