Pedro Sánchez y la sonrisa del destino
"No han entendido la envergadura del cambio político en el que estamos", decía Pedro Sánchez esta misma semana sobre Felipe González, Rubalcaba, Zapatero y los líderes territoriales que renegaban de él. Las primarias han demostrado que no entendieron ni el cambio político, ni -lo que es más grave- el cambio en su propio partido: era de tal envergadura que la militancia ha hecho un corte de mangas épico a su establishment y está preparada para afrontar una etapa sin popes, ni papas, ni barones, ni sultanas, ni tutelas, ni tutías. Los jarrones chinos del PSOE han quedado hechos añicos.
Pedro Sánchez es ya el nuevo Secretario General del PSOE gracias a la confianza nítida -el 50% de los votos- que le ha otorgado una militancia despegada de sus dirigentes, rebelde ante la tesis de la resignación frente al PP, y cabreada porque sea Podemos quien lleve la voz cantante en la oposición. Frente a la visión de los mayores del partido, renuentes a compartir su hegemonía en el espacio progresista, la mayoría de los afiliados han entendido, con Sánchez, que si el PSOE vuelve al poder sólo será posible junto a otras fuerzas de izquierda.
Esta victoria del madrileño es muy distinta a la que obtuvo cuando se impuso en 2014 frente a Eduardo Madina y Jose Antonio Pérez Tapias. Entonces contó con el apoyo del aparato, que en el último momento dejó tirado a Madina. Era un hombre de paja, un contratado temporal mientras Susana Díaz afianzaba su liderazgo en Andalucía. "Este chico no vale, pero nos vale", dicen que dijo Díaz tras una reunión secreta en junio de 2014 con Zapatero, Tomás Gómez y Ximo Puig: lo cuenta Jesús Maraña, director de Infolibre, en Al fondo a la izquierda, un libro imprescindible para entender cómo el PSOE llegó al psicodrama del 1 de octubre. El 'chico' ha demostrado un valor mayor que el de tantos otros compañeros que le superan en experiencia de partido y de gobierno: el de comprender la orfandad y la rabia que creció en el ánimo de la militancia socialista tras la abstención que permitió que Rajoy siga gobernando, acrecentada por los nuevos casos de corrupción del PP y la constatación de que el PSOE no era imprescindible para la estabilidad del país: los presupuestos se aprobarán en los próximos días sin su voto.
Después de tanto sobar la palabra unidad en estas primarias, ¿será Pedro Sánchez capaz de reconstruir un partido dividido y enfrentado? Los socialistas tiene hoy un nuevo secretario general, pero no necesariamente un nuevo líder. Tendrá que hilar muy fino para construir una ejecutiva que sea aprobada en el próximo Congreso, previsto para junio, y allí se verá si tanta promesa de unidad tras el cainita proceso de primarias es factible. Depende tanto de la actitud del ganador como de la que tomen los perdedores: y recordemos que detrás de Susana Díaz, cuya estrella política fuera de Andalucía se apaga, está la gran mayoría del poder orgánico del partido, del que fue y del que es.
"He cambiado, soy otro", ha repetido hasta la saciedad Sánchez en las últimas semanas. ¿Qué Pedro Sánchez va a liderar ahora el PSOE? ¿El rebelde frente al aparato? ¿El garante de las esencias de la izquierda? ¿El que llegó a un acuerdo con Ciudadanos para su fallida investidura? ¿El que defenestró a un Tomás Gómez elegido por la militancia como líder de los socialistas madrileños? ¿El que incorporó a Irene Lozano recién salida de UPyD en las listas del 20-D? Si la coherencia total es improbable para la inmensa mayoría de la humanidad, más complicada resulta aún para un político, obligado a llegar a acuerdos con amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido."Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos", decía Alfred Adler. Y a partir de ahora tendrá que reconstruir una nueva imagen, porque el relato -eficacísimo- de Pedro el mártir, enfrentado a la intelligentzia de su partido, a los poderes económicos y fácticos de este país, no le servirá en esta nueva etapa.
Sánchez renunció a su acta de diputado, por lo que el líder de la oposición no tendrá escaño en el congreso de los diputados: tampoco lo habría tenido Susana Díaz de haber ganado. Bien es cierto que en estos tiempos de redes sociales, la tribuna del parlamento no es imprescindible para lanzar sus mensajes, pero sí es importante un grupo parlamentario cohesionado y Sánchez no lo tiene. La salida de Antonio Hernando, que ha dimitido antes de ser cesado, es sólo el principio del cambio.
En enero del pasado año, mientras Sánchez despachaba con el rey, un Pablo Iglesias lleno de chulería se ofreció a formar gobierno con él clavándole un aguijón: era "la sonrisa del destino", una vuelta de tuerca inesperada, la que había propiciado que pudiera optar a la presidencia del gobierno. Es verdad que el destino ha sonreído a Sánchez en no pocas ocasiones: cuando consiguió escaño en el congreso -en dos ocasiones- por la renuncia de sus compañeros, cuando fue aupado a la secretaría general por el apoyo de los barones y de la baronesa, o cuando la inesperada espantada de Rajoy le permitió soñar con ser presidente. Su humillante defenestración en el comité del 1 de octubre de 2015 fue el reverso de tanta buena fortuna. Pero hay que reconocerle que este triunfo en las primarias del PSOE no ha sido cuestión suerte. Fue su audacia y su instinto al plantar cara al aparato de su propio partido el que le dado esta nueva oportunidad. Que esa nueva madurez que dice haber adquirido ahora ahora le acompañe: este país necesita un partido socialista fuerte y renovado, que seduzca a los votantes... y no sólo a su militancia. Esa es su principal tarea: no lo conseguirá si no consigue cicatrizar la tremenda herida abierta en su partido.