Obama vs Romney, asalto final
En el último debate entre ambos candidatos, Obama describió en tres zarpazos la voluntad de Romney: volver a la política exterior de los años 80 (el republicano había dicho que Rusia es la mayor amenaza para EE.UU.), a las políticas sociales de los 50 (especialmente contra los derechos de las mujeres), y las políticas económicas de la década de los 20 (las que hicieron posible el crac bursátil del 29 y la posterior Gran Depresión).
En las próximas horas, los termómetros van a desplomarse ante la ola de frío que se acerca a la costa Este de EE.UU.; algo habitual en esta época pero que ha desatado todas las alarmas porque el paso del huracán Sandy ha dejado a cerca de 40.000 personas sin vivienda o con ésta gravemente afectada, y con problemas en la distribución de gasolina para alimentar los generadores de los que dependen miles de hogares hasta que se reconstruyan las infraestructuras. Así van votar el martes en Nueva York o Nueva Jersey, en una situación de emergencia. Mitt Romney, que había abogado por suprimir la Agencia Federal de Emergencias (FEMA), ha tenido que dar marcha atrás ante la tozudez de la realidad: hay circunstancias en las que sólo un gobierno puede movilizar los ingentes recursos necesarios para responder con efiacia ante un desastre.
La estela de Sandy (parece una broma de mal gusto: una tormenta tropical seguida de frío polar) persigue a Barack Obama y a Mitt Romney en su frenética actividad horas antes de la cita de los electores con las urnas. De New Hampshire a Florida, de Virginia a Wisconsin, pasando por Iowa y por Ohio, los dos candidatos queman sus últimos cartuchos para convencer a los indecisos en los estados clave; la carrera sigue estando demasiado reñida a pesar de la ligera ventaja que las encuestas dan a Obama. Están en juego también la mayoría demócrata en el Senado y la republicana en el Congreso, donde los dos partidos confían en arañar escaños. Y el poder legislativo en EE.UU. es inmenso: lo hemos comprobado a lo largo de estos últimos dos años, cuando el obstruccionismo de los republicanos ha cortado las alas del presidente.
Ahí radica gran parte de la decepción que quienes, hace cuatro años, votaron a Obama convencidos de que su talante y su visión del mundo iban a convertir su presidencia en algo distinto. Es cierto que la herencia de los ocho años de George W. Bush era envenenada, con una crisis financiera que rápidamente mutó en una crisis económica que dejó sin empleo a cientos de miles de norteamericanos, y con dos guerras imposibles de ganar -Irak y Afganistán- que minaban los presupuestos y la moral del país, mientras Osama Bin Laden seguía en libertad.
¿Qué hubiera pasado si Obama no hubiera inyectado cientos de millones de dólares para recuperar la economía norteamericana? Posiblemente, EE.UU. estaría ahora en recesión y Europa peor aún de lo que ya está. Sus posiblidades de ser reelegido serían casi nulas. Pero describir hipótesis alternativas a lo ocurrido -"hubiera sido peor si..."- es un pésimo argumento electoral, hasta el punto que no pocos analistas han descrito a Obama como el presidente "counterfactual". El término no tiene una traducción directa al español, pero su significado está claro: prevenir un desastre es mucho más inteligente que actuar una vez se ha producido éste, pero resulta imposible demostrar el daño que se ha evitado, y por tanto, resulta poco vendible de cara al electorado. Michael Grunwald, en Time Magazine, se refería en abril de este año a la intervención estadounidense en Libia como un ejemplo de lo complicado que resulta al presidente poner en valor sus decisiones (aunque lo que está ocurriendo en Siria sea revelador), y el editorial de The New Yorker de esta semana en el que apoya a Obama insiste en el mismo argumento: el daño que se evita es un beneficio invisible.
Aunque sea imposible de demostrar ahora, sí es posible entrever qué EE.UU. nos esperan si gana Mitt Romney. Quienes le votan quieren que cumpla su compromiso de reducir el papel del Estado e impulsar los beneficios fiscales para las empresas y las grandes fortunas -como hizo Bush-; esperan que desmonte Obamacare, la gran reforma sanitaria que garantiza, por primera vez en la historia del país, una cobertura médica universal; apuestan por un endurecimiento de las políticas de inmigración, y por devolver a los poderosos lobbies energéticos y armamentísticos su capacidad de influencia política. Quienes voten por Romney pueden contar también con que se retirarán los fondos estatales que garantizan el acceso a la contracepción a las mujeres más desfavorecidas, e incluso una revisión de las leyes sobre el aborto, visto el indigno debate sobre cuándo una violación es legítima, o si el embarazo consiguiente es un mandato divino. Las mujeres también pueden despedirse de una legislación que proteja el principio de a igual trabajo, igual salario.
En el último debate entre ambos candidatos, Obama describió en tres zarpazos la voluntad de Romney: volver a la política exterior de los años 80 (el republicano había dicho que Rusia es la mayor amenaza para EE.UU.), a las políticas sociales de los 50, y las políticas económicas de la década de los 20 (las que hicieron posible el crac bursátil del 29 y la posterior Gran Depresión).
La noche del martes al miércoles saldremos de dudas. Les invito a que sigan en El Huffpost la gran jornada electoral de EE.UU. De madrugada conoceremos si Obama consigue imponerse a quien plantea una marcha atrás social, política y económica que tendría consecuencias en todo el mundo. Un mundo exterior que no tiene dudas: su favorito es Obama, porque a pesar de sus sombras ha demostrado una comprensión de los problemas globales y un talante multilateral más acorde con el siglo XXI.