No es -solo- por la mujer, estúpidos
Es impensable creer que se puede avanzar en la lucha contra la pobreza o las desigualdades si no se actúa de manera directa para atajar la discriminación que sufren millones de niñas y mujeres en todo el mundo. No, no es sólo por las mujeres. Es porque a través de ellas el trabajo, la educación, la salud se diseminan por toda la comunidad. Es el mismo principio por el cual las sociedades más equitativas, aquellas en las que la distribución de la riqueza es menos desigual, son las más prósperas.
Hace ahora 20 años, en Pekín (Beijing), 198 países decidieron dejar de silbar y de mirar de reojo los problemas que afectan de manera más acuciante a las mujeres. En una declaración sin precedentes, se comprometieron a trabajar en doce objetivos estratégicos que abarcan desde la pobreza, la educación, la salud o la violencia hasta la plena incorporación de la mujer en los centros de decisión políticos y económicos.
Había en el texto final una palabra clave que resultaba intraducible en español: el empoderamiento. Poco a poco, el palabro se llenó de significado: facilitar que las mujeres ejerzan de manera efectiva sus derechos y tengan el control de los mecanismos sociales, políticos y económicos que les permitan desempeñar su papel en el mundo.
Un sencillo ejemplo de empoderamiento: en Casamance, una región al norte de Guinea Bissau, más de 300 mujeres han obtenido el título de propiedad de las tierras que cultivan, a las que no tenían acceso ya que de manera tradicional se heredaban entre hombres. La ONG española Alianza por la Solidaridad y su socia local, Aprodel, han sido el vehículo que ha permitido este pequeño/gran cambio, al que han contribuido muchos donantes españoles a través de la campaña Dona Tierras. Conozco bien el proyecto -que incluye paneles solares para activar el sistema de riego - porque soy patrona de esta organización, y porque me parece un claro ejemplo de cómo se engrasa en el siglo XXI la maquinaria de ayuda al desarrollo: trabajando con organizaciones locales, promoviendo el cambio desde las propias comunidades hasta las esferas políticas, y con la contribución de una sociedad comprometida no sólo con nuestros problemas internos.
Por pequeños que parezcan los pasos que se han dado desde Beijing 1995, es imprescindible resaltarlos porque la lista de incumplimientos es desmoralizante. En los últimos meses, cada país ha tenido que elaborar un informe exhaustivo sobre qué objetivos ha cumplido cuales no en estas dos décadas, para presentarse al examen que hará la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de Naciones Unidas en los próximos días. Cuando se leen cifras como la que escupe el último informe del World Economic Forum, según la cual, y a este ritmo, tardaremos 81 años en cerrar la brecha de la desigualdad de género en el mundo laboral y político, es fácil indignarse o rendirse ante un status quo rocoso contra el que se estrellan las mejores iniciativas.
Pero este 2015 puede ser un año decisivo. Asida a las dos grandes citas globales - la Cumbre sobre Desarrollo Sostenible en septiembre en Nueva York, y dos meses después, en París, la Cumbre del Clima- la agenda para hacer avanzar la igualdad de las mujeres y acelerar la traslación del papel a los hechos puede recibir un nuevo impulso. En torno a esta oportunidad han unido sus fuerzas 1.200 organizaciones de 125 países, una iniciativa inédita -Action/2015- para movilizar la opinión pública global. Nuestros líderes tienen que acudir a esas cumbres sintiendo sobre su cuello el aliento de quienes creen en y trabajan por un mundo mejor.
Porque es impensable creer que se puede avanzar en la lucha contra la pobreza o las desigualdades si no se actúa de manera directa para atajar la discriminación que sufren millones de niñas y mujeres en todo el mundo. De ahí el título de este artículo, inspirado en el estratega electoral de Bill Clinton, James Carville, cuando le aconsejó que se centrara en los asuntos económicos que preocupaban a los ciudadanos en vez de jugar la partida en el terreno internacional en el que su contendiente, George Bush (padre), se movía como pez en el agua: "It´s the economy, stupid!".
No, no es sólo por las mujeres. Es porque a través de ellas el trabajo, la educación, la salud se diseminan por toda la comunidad. Es el mismo principio por el cual las sociedades más equitativas, aquellas en las que la distribución de la riqueza es menos desigual, son las más prósperas.
La llamada a la acción es tan global como local. Aquí en España, el zarpazo de la crisis ha puesto en evidencia cómo las mujeres siguen siendo el eslabón más débil de la cadena, las más vulnerables: no pierdan de vista el demoledor informe de Cruz Roja de esta semana, que debería hacer sonrojar de vergüenza a quienes gritan "¡populismo!" cada vez que oyen la palabra exclusión o pobreza.
Y no, no tenemos que esperar al año 2095. Naciones Unidas está convencida de que un mundo paritario es posible mucho antes, en 2030, si seguimos avanzando. Paso a paso, o a zancadas: que días como este 8 de marzo nos sirvan para coger impulso.