Las armas en EEUU: la asignatura pendiente de Obama
Obama acaba de ganar sus últimas elecciones y por tanto tiene la legitimidad y la capacidad para cambiar la ley y poner fin esta incongruencia. Defender en pleno siglo XXI el derecho de cualquier norteamericano a comprar en una tienda armas automáticas y semiautomáticas, capaces de provocar matanzas como la de hoy en Connecticut, es una imprudencia temeraria, imposible de entender en un país civilizado.
Ninguna ley puede impedir a un psicópata decidido a matar que lo haga. Pero sí puede prohibir la venta de armas, y por tanto limitar el acceso a ellas de cualquier salvaje dispuesto a utilizarlas de manera indiscriminada.
Mientras escribo estas líneas, y tras varias informaciones contradictorias, empezamos a conocer los primeros detalles de la identidad del jovencísimo asesino que este viernes por la mañana entró en la escuela elemental de Newtown, en Connecticut, y abrió fuego contra una clase llena de críos de entre 5 y 10 años que comenzaban su jornada escolar.
Lo que sí sabemos es que más del 80% de las muertes por armas de fuego en los 23 países más ricos se producen en EE.UU. Lo recordaba recientemente en este blog Michael Moore, autor del documental Bowling for Columbine, a raiz del enésimo episodio: el tiroteo el pasado mes de julio en Colorado, cuando James Holmes entró en los cines de la localidad de Aurora, disparó y mató a 12 personas. Holmes tenía 24 años y no había nada su corta historia -antecedentes penales, historial psiquiátrico- que permitiera a las autoridades denegarle una licencia de armas, como posiblemente sea el caso del pistolero que hoy ha matado a 20 niños y ocho adultos, entre ellos, su propia madre.
Desde Columbine, que abrió un gran debate social dentro y fuera de EEUU, se han vivido otros 31 tiroteos en escuelas estadounidenses: el doble que en el resto del mundo.
Es cierto que la posesión de armas en Estados Unidos es una vieja tradición, anclada en la historia y en la propia génesis del país. Pero no es menos cierto que defender en pleno siglo XXI el derecho de cualquier norteamericano a comprar en una tienda armas automáticas y semiautomáticas, capaces de provocar matanzas como la de hoy en Connecticut, es una imprudencia temeraria, imposible de entender en un país civilizado.
El presidente Barack Obama acaba de ganar unas elecciones -el control de armas ni siquiera fue un asunto destacado en la campaña frente a Romney-, afronta su último mandato y por tanto, tiene la legitimidad suficiente y la capacidad -tres años por delante- de cambiar la ley y poner fin a esta incongruencia, por mucho poder, dinero e influencia que tenga el lobby de la Asociación Nacional del Rifle. Las lágrimas que ha derramado en su discurso de esta noche son tan comprensibles como inconcebible sería que no aproveche la conmoción general para impulsar una legislación que ponga fin a esta situación, aunque sea necesario enmendar la Consitución.
"Hemos pasado por esto demasiadas veces", ha dicho hoy Obama, "y es hora de pasar a la acción para prevenir más tragedias como ésta".
El momento es ahora. Como dice Moore: "sabemos que son las armas, pero todos sabemos que, en realidad, no son las armas" .