Palabra de Dios
A los hombres siempre les han dado lo mismo los problemas que generan otros hombres. Da igual que sean crímenes, engaños o amenazas, ninguno de ellos viene a cuestionar su identidad ni su modelo de sociedad; en cambio, la palabra de las mujeres sí cuestiona la construcción de la desigualdad que ha situado su espacio natural en lo doméstico y la familia. Por ello resulta tan importante quitarles la voz y restarles credibilidad cuando hablan, para que no puedan relatar lo que sucede tras las paredes del hogar.
Foto: ISTOCK
La palabra de dios habita entre nosotros porque los hombres habitan entre nosotros. No es de extrañar que la fuerza de las religiones se base en la palabra y que sean los hombres sus portavoces en este mundo terrenal. De ese modo se produce la simbiosis entre lo divino y lo humano sobre un mismo pivote: el hombre. Es una especie de pacto, dios se hace hombre y los hombres se hacen dioses, y la forma de sellarlo es la palabra, pues con ella se hacen los milagros más increíbles.
Por ejemplo, un hombre dice que su mujer se puso una pistola en el pecho y que sonó un disparo, tras lo cual perdió el conocimiento. Luego resulta que el disparo de la mujer fue en la cabeza y que él también se intentó suicidar, pero de repente obra el milagro de la inocencia para pasar la responsabilidad a la mujer, que había manifestado la intención de "acabar con su vida". Da igual que las noticias e informaciones del día de los hechos (24-4-13) dijeran que los vecinos habían manifestado que las "discusiones eran habituales", y que el propio autor estuviera en posesión ilegal de armas. (Un hombre de 75 años mata a su mujer) Su relato es suficiente dada la naturaleza divina de sus palabras.
El resultado es lo de menos. El peso de la palabra de un hombre tiene más valor que la propia realidad. Imagino que quienes han intervenido en la valoración del imputado y de lo ocurrido habrán encontrado elementos que demuestren algunas características de los hechos, pero resulta complicado explicar los antecedentes de las "discusiones", la tenencia ilícita de armas y el intento de suicidio por parte del acusado. Como también sorprende que en esas circunstancias el "carácter difícil" de la mujer se utilice para justificar un suicidio y no un homicidio, a pesar de los elementos y antecedentes referidos.
La palabra de los hombres es la voz de la conciencia del machismo, y el machismo es la cultura de cada día. Por eso se la bendice con la razón. La palabra de las mujeres, por el contrario, es la voz de una maldad capaz de generar el caos con una sola sílaba y derrumbar la construcción más sólida con un simple silencio. De ahí que los hombres, responsables de la mayoría de los crímenes, autores de corrupciones de todo tipo y de los engaños más traidores, hablen de honor y palabra para cuestionar con su moral las palabras de las mujeres. Y no es casualidad.
A los hombres siempre les han dado lo mismo los problemas que generan otros hombres. Da igual que sean crímenes, engaños o amenazas, ninguno de ellos viene a cuestionar su identidad ni su modelo de sociedad; en cambio, la palabra de las mujeres sí cuestiona la construcción de la desigualdad que ha situado su espacio natural en lo doméstico y la familia. Por ello resulta tan importante quitarles la voz y restarles credibilidad cuando hablan, para que no puedan relatar lo que sucede tras las paredes del hogar, y para que sus demandas de Igualdad sean interpretadas como una especie de ataque hacia ellos y su orden social. De ese modo, con las mujeres sin espacio y sin voz, se garantizan su control absoluto y el de las relaciones establecidas sobre la desigualdad.
Por lo tanto, hablar de Igualdad y de violencia de género no es hacerlo sólo sobre algunas de sus consecuencias: el machismo lo sabe. De ahí que reaccione de forma tan beligerante ante los avances conseguidos y trate de impedirlos insistiendo en la rebeldía de las mujeres y en la maldad de sus palabras con argumentos como el de las "denuncias falsas"; da igual que la Fiscalía General del Estado y el CGPJ insistan en que representan menos del 1%. De nuevo la palabra de los hombres obra el milagro y de repente pasan a ser el 80%.
Actuar de ese modo garantiza un doble objetivo. Por un lado, se cuestiona la realidad de la violencia de género. Y por otro, se refuerza el mito de la perversidad de las mujeres, de la mentira y la maldad, de manera que la propia realidad de la violencia de género es utilizada como argumento de su falsedad al ser presentada como una perversión femenina. 700.000 mujeres maltratadas y 60-70 mujeres asesinadas cada año no son suficientes para creer a quienes denuncian. En cambio, la sola palabra de los hombres ante indicios y evidencias manifiestas de violencia es suficiente para negarla.
Es lo que ocurrió en Galicia: un hombre agrede a su mujer y la deja en coma. Cuando llega la Guardia Civil, les dice que alguien entró a robar y, a pesar de que no había ninguna puerta ni ventana forzada ni faltaba nada del domicilio, lo creen. La mujer es ingresada en el hospital de Ourense, y un mes después, el propio marido acude a la habitación donde estaba hospitalizada y la acuchilla hasta matarla.
Los hombres son inocentes incluso después de probarse los hechos y ser condenados. Lo vemos todos los días en voz del posmachismo. En cambio, para el machismo violento, las mujeres son culpables de nacimiento. Por eso primero buscan el cuerpo a cuerpo con la violencia y luego el palabra contra palabra como defensa, porque se saben victoriosos en los dos escenarios.
La sociedad no puede continuar alimentando con su pasividad y neutralidad esta construcción violenta e injusta. Las palabras de los agresores someten más que los golpes, y el silencio nunca es razón. Necesitamos creer en la Igualdad y hacer creíbles cada una de las palabras que se pronuncien en su nombre.
Este post fue publicado originalmente en el blog del autor