La trampa del odio fragmentado
Todo forma parte de la identidad machista y del rechazo a quien la propia cultura sitúa como diferente y como inferior. El atentado en Orlando contra gays y lesbianas fue un crimen machista, como lo ha sido el asesinato de la diputada laborista Jo Cox, y como lo son otros tantos bajo los dictados de ese machismo hecho cultura.
Foto: EFE
Fragmentar el odio es una razón más para que continúe.
La necesidad de conocer a veces choca con la necesidad de creer, y con frecuencia, ante un conflicto entre la creencia y el conocimiento, se tiende a dar prioridad a la creencia, puesto que esos sentimientos y valores impregnan la propia vida y la identidad de quien se enfrenta a la elección y, en consecuencia, su posicionamiento ante la realidad.
El conocimiento, por su parte, sitúa a la persona ante el escenario habitual con algunos elementos nuevos producto de ese saber, como si se hubiera enfocado mejor la lente con que se mira, pero sin cuestionar a la persona. Tan sólo a ese entorno a partir de los nuevos elementos adquiridos.
La manera de evitar gran parte de los conflictos y de no tener que posicionarse ante cada situación es adoptar una especie de automatismos a partir de la experiencia individual y las referencias sociales y asociar determinados elementos independientes como parte de una sola realidad que la cultura presenta como adecuada, correcta o armónica con los valores que defiende. A la postre, las personas incorporan una especie de packs o elementos comunes según su posicionamiento ante determinadas cuestiones, como si fuera una especie de lista cerrada en la que los márgenes de elección en la práctica se reducen bastante.
En teoría, cualquier asociación es válida y hay libertad para hacerla, pero en la práctica, resulta muy difícil. Primero, porque la referencia social y cultural no presenta como adecuadas o correctas determinadas combinaciones, y en segundo lugar, porque si se realizan sin esa aprobación social se produce una crítica por parte del entorno, cuando no un rechazo directo.
Y sucede con los aspectos más superficiales y más nucleares. Con frecuencia, nada más ver a una persona y escuchar cómo se posiciona ante uno tema como la inmigración, los desahucios, el matrimonio homosexual... ya se puede deducir cuál será su posición sobre el resto de ellos. Sus principios e ideas están reforzados por una serie de valores y referencias culturales, y con frecuencia, apoyadas por las religiones que defienden ese mismo orden. De ahí ese posicionamiento encadenado frente a temas diversos.
Todo ello es consecuencia en gran medida de la ideología. Es decir, de la forma en que las personas organizan las ideas y valores sobre cómo debe organizarse la sociedad; una ideología teóricamente propia que cuenta con un componente externo basado en la identificación con otras personas, ideas y valores que comparten una misma forma de ver y entender la realidad.
Lo que define a las ideologías es la estructuración de las ideas sobre lo que es su modelo de organización social, los elementos comunes con otras personas, ideas y valores, el grado de tolerancia hacia otras ideologías y el grado de compromiso emocional que se espera y exige a quien se identifica con ellas. Como muy bien sabemos, no todas las ideologías son iguales en sus ideas, valores, tolerancia y compromiso exigido.
El machismo es la ideología de las ideologías, es la propia cultura que lo impregna todo, desde la identidad hasta las referencias que condicionan la realidad y permiten darle un significado u otro según interese. El machismo no es una cuestión entre hombres y mujeres, ahí es donde se manifiesta con especial intensidad por ser el origen de esa cultura y por haber organizado la sociedad tomando su modelo de familia como núcleo, pero va mucho más allá. Y siempre, con el hombre y lo masculino como referencia y en posesión del poder para influir, premiar y castigar según el grado de ajuste al modelo.
Y todo ello exige una identidad masculina basada en la heterosexualidad, para de ese modo estar cerca y dominar a las mujeres, garantizar su unión en familias tradicionales y mantener el control sobre el sometimiento a las referencias culturales y el uso de la violencia en caso de que se aparten de ellas.
El machismo impone la identidad masculina sobre esas referencias de poder, y la heterosexualidad es una parte nuclear de la misma. Actúa como un doble referente simbólico que da fuerza a la construcción social y a la individual de cada uno de esos hombres: el hombre como reproductor del machismo, y el machismo como ese hombre modelo. Y ese diseño tiene sus recompensas, pues la propia organización social basada en el machismo establece una estructura jerarquizada con una serie de características en términos de privilegios, beneficios y ventajas. Entre ellos, por ejemplo, ser hombre tiene más valor que ser mujer, ser heterosexual más que ser homosexual o cualquier otra opción dentro de la diversidad sexual. Ser del grupo étnico mayoritario, más que ser de otro grupo, ser nacional, más que ser extranjero, compartir la ideología dominante (machista), más que no compartirla, profesar la religión predominante, más que no hacerlo... y así podríamos continuar.
Y mientras que algunas de esas características son circunstanciales, y por tanto modificables, como ocurre con ser extranjero, de una determinada religión, incluso de un determinado grupo de población..., y podrían cambiar sólo con trasladarse a otro país, otras forman parte de la esencia y de la identidad de los hombres construida por la cultura machista, y no varían en ningún lugar. Estos elementos esenciales son la posición de superioridad de los hombres respecto a las mujeres y la heterosexualidad, pues representan el pilar sobre el que se ha levantado la cultura patriarcal. De ahí que también nos podamos referir a la cultura patriarcal como "heteropatriarcado".
Cuando se es machista, se comparten el resto de los elementos culturales que vinculan la ideología a la condición de "ser machista", algo que incide especialmente en los hombres por su papel simbólico y guardián. Por lo tanto, desde el punto de vista práctico, el machista es homófobo y muestra su odio al resto de las diferentes opciones de la diversidad sexual (LGTTIBQ), es racista, es xenófobo..., y así con el resto de elementos asociados a una identidad distinta a la suya. Porque el machista no sólo los considera diferentes, sino que además, y sobre todo, los considera inferiores. Otra cosa es cómo cada machista manifiesta esos rechazos según su experiencia, contexto, oportunidad, redes, relaciones...
El machismo y su cultura han creado ese odio común hacia todos los que no se ajusten a sus referencias en cada contexto social concreto. Mientras que ellos son sólo uno con su cultura homogeneizada, el resto son "muchos y pocos" al mismo tiempo. Los presentan como muchos al hablar de amenaza y pocos al dividirlos en grupos separados e inconexos (mujeres, homosexuales, extranjeros, de otro grupo étnico, con otras creencias...) para que no se perciba la crítica común al machismo. Es parte de su "divide y vencerás".
No podemos caer en su estrategia cuando fragmentan el odio como si fueran cuestiones independientes y a cargo de personas distintas en su ideología, cuando en realidad todas tienen en común la ideología del machismo.
¿Ustedes creen que el hombre que maltrata a su mujer respeta a un homosexual, creen que quien odia a los negros acepta la igualdad entre hombres y mujeres, creen que quien ataca a otras religiones respeta a las mujeres que su religión discrimina y a los homosexuales que no acepta?
Todo forma parte de la identidad machista y del rechazo a quien la propia cultura sitúa como diferente y como inferior. El atentado en Orlando contra gays y lesbianas fue un crimen machista, como lo ha sido el asesinato de la diputada laborista Jo Cox, y como lo son otros tantos bajo los dictados de ese machismo hecho cultura.
No debemos caer en la trampa de la fragmentación ni dejarnos atrapar por los argumentos que tienden a contextualizar y dividir las expresiones del odio, para así ocultar los elementos comunes de una cultura que está en todos ellos. Y no debemos hacerlo en una época en la que dos de los elementos de las ideologías se están acentuando de manera interesada por parte del poder que nace de la cultura patriarcal. Por un lado, el grado de rechazo a otras ideologías. Y por otro, el nivel de compromiso emocional e implicación exigido a quienes forman parte de la ideología machista. Ambos elementos están aumentando a través de las palabras y de los hechos, y su consecuencia es clara y directa: un incremento del odio y la violencia.
Si caemos en la trampa y fragmentamos el odio común (machismo) en sus diferentes formas de expresión (misoginia, homofobia, racismo, xenofobia...), el odio continuará y la cultura machista con él.
Este post fue publicado originalmente en el blog del autor