El vino bueno (no) es caro
Tal vez recuerden el mantra publicitario con el que una gran cadena de supermercados nos trataba de convencer de que "la calidad no es cara". La calidad no es cara ni barata. La calidad en un vino, a mi humilde entender, está íntimamente ligada a su elaboración, y por tanto el precio está relacionado con lo que al productor le cuesta hacer ese vino y le permite vivir de ello con cierta dignidad.
Tal vez recuerden el mantra publicitario con el que una gran cadena de supermercados nos trataba de convencer de que "la calidad no es cara".
Un buen amigo, que escribe bastante mejor que yo sobre vino y sobre otras cosas, dijo al respecto que la calidad no es cara ni barata. La calidad en un vino, a mi humilde entender, está íntimamente ligada a su elaboración, y por tanto el precio está relacionado con lo que al productor le cuesta hacer ese vino y le permite vivir de ello con cierta dignidad.
Cuestión distinta es el disfrute que proporciona el vino, que es subjetivo; y que por tanto no tiene sentido dilucidar, por más que se empeñen las guías repartiendo puntuaciones que como mucho servirán para sugestionar al personal y que los "afortunados" vendan más.
Quiero decir que si un vino le produce a alguien un placer enorme y cuesta 30 euros, puede ser considerado un vino barato, y personalmente considero caro un vino que tras pagar por él 5 euros tengo que tirarlo por el fregadero.
Como esto no es extrapolable a nadie más que a mí mismo y a quien comparta mis gustos, yo prefiero hablar de calidad, y en ese sentido coincido con el supermercado de marras: la calidad no es cara, pero sí algo difícil de encontrar. ¿Cómo definir la calidad en un vino? Complicado.
John Ruskin dijo que la calidad nunca es un accidente; es siempre el resultado de un esfuerzo inteligente y quizás el quid de la cuestión no ande lejos. Esfuerzo a la hora de hacer vino supone intentar transmitir lo que una planta como la vid transmite en un determinado territorio y en una determinada cosecha a través del zumo fermentado de sus uvas.
Esto, dicho así, supone un duro trabajo de artesanía que exige atención, dedicación, trabajo físico y devoción; y que, con los conocimientos necesarios, conduce generalmente a un buen vino si el tiempo acompaña. ¿Qué no es calidad? Prescindir de esos esfuerzos mediante atajos en bodega o en laboratorio que con los aditivos adecuados permiten realizar un producto agradable al paladar e idéntico año tras año. No digo que estos vinos sean de mala calidad, pero sí conviene decir que son productos en cierta medida adulterados con químicos que la ley permite emplear. Ni más ni menos calidad que la de un buen refresco de cola.
Estos productos son los más abundantes de los lineales del supermercado (salvando gloriosas excepciones) y se corresponden con las mayores producciones, las únicas que pueden permitirse abastecerles a bajos precios, y que necesitan recurrir a las correcciones para sacar al mercado un producto homogéneo año tras año.
No busquen esos ingredientes en la etiqueta de un vino porque no laos encontrarán. ¿Cómo encontrar entonces un buen vino a buen precio? Pues miren, antes de probarlo, es difícil de saber. Aunque puedo darles algunas pistas.
La primera es que hay un umbral por debajo del cual no es posible encontrar calidad, por una mera cuestión de lo que es sostenible. Si tuviera que decir una cifra, me atrevería a afirmar que no es posible encontrar un vino bueno y honesto, sin atajos ni demasiados químicos, a un precio de venta al público inferior a 3 euros, sencillamente porque los costes de producción, la botella, la etiqueta, el corcho y los márgenes de los intermediarios que llevan el producto hasta el lineal son superiores.
Es decir, que el coste de haber producido el líquido que hay dentro de la botella tendría que ser inferior a cero. No digo que lo que compren por ese precio tenga que ser desagradable al paladar, pero salvo que alguien se muera de hambre en el proceso, no puede ser un buen vino. Yo tengo esperanzas a partir de los 5 euros, y rara vez más abajo.
A sensu contrario, existe un umbral de precio en el que lo que cuesta una botella no viene determinado por el coste que tiene producir lo que hay dentro (viñedos propios de bajo rendimiento, trabajos manuales, sensibilidad a plagas por no usar pesticidas, uso de depósitos, corchos, botellas... etc de gran calidad) y mantener dignamente una bodega, sino que superado este, el precio lo determinan el marketing y la ley de la oferta y la demanda... o, en muchos casos, la soberbia del productor.
Quiero decir que no existe una razón que justifique que un vino cueste 18.000, 3.000 o 200 euros, más allá de que exista mucha gente dispuesta a pagarlo. Existen casos como Chateau Petrús en Francia, o Pingus en España en los que el vino se vende pese a su precio desorbitado. Pero también hay casos de verdaderos castañazos empresariales por querer sacar un vino a 90 euros en su primer año. Para resumir mojándome, yo les diría que a partir de 50 euros la botella, la mayor parte del precio es simplemente pagar la marca, como quien paga un bolso de Prada.
Acotados los precios, la cuestión de la calidad se vuelve más sutil, y reside en la historia que hay detrás del vino. Esto implica tres noticias, una mala y dos buenas.
La noticia mala es que esa calidad no siempre es fácil de reconocer y de encontrar. La primera buena es que hay mucha gente dispuesta a facilitar ese trabajo, sumilleres y tenderos de vino. Ellos no son capaces de competir con supermercados capaces de comprar millares de botellas, ni tienen interés en hacerlo, por eso buscarán productos diferentes, esas pequeñas producciones de las que hablamos y en las que está el quid de la cuestión, ¡la tipicidad diferenciadora de cada zona!
Normalmente (al contrario que en el supermercado) quien nos atienda en la vinoteca habrá probado la mayoría de los vinos y, en función de nuestros gustos, nos podrá recomendar una u otra zona o productor. Rara vez no hay calidad en la recomendación de un profesional experimentado y con inquietudes.
La segunda buena noticia es que en esas vinotecas, frente a la idea de productos caros y elitistas que impide a muchos pasar más allá del escaparate, encontraremos vinos artesanos a precios excelentes. Y es que les aseguro que pocos productores viven de vender sus vinos a 50 o 100 euros la botella, por el contrario, esos vinos suelen ser sus "top de gama" en el mejor de los casos que, con poca producción, encarnan un viñedo o parcela, y suelen contar con gamas más económicas procedentes de sus viñas más jóvenes o de acuerdos con otros viticultores, pero en los que vuelcan el mismo buen hacer a la hora de elaborar.
Dicen en Borgoña que a los buenos productores se les conoce por sus básicos ¡y vaya si es cierto! Les diré además que si preguntan, los vendedores de vino estarán encantados de mostrarles estas joyas, porque su propósito no es pegarles un sablazo, sino que vuelvan.
Existen lugares magníficos en los que comprar vino con absoluta confianza en el tendero, tales como Barolo, Reserva y Cata o La Tintorería en Madrid, Monviníc en Barcelona, Coalla Gourmet en Asturias, Juncal Alimentación en Pontevedra o Majuelos Singulares en Valladolid entre otros muchos. Sólo hay que pensar qué nos apetece beber, preparar diez euros y dejarse llevar.
El mensaje definitivo, por tanto, es que confíen en el criterio propio, y también en el de estas personas. Porque si les quedan ganas de volver, tengan por seguro que habrán encontrado calidad y el camino que tienen por delante es francamente apasionante.