Lo que significa el fin del plan DACA para los 'dreamers' como yo
No solo contribuimos a la economía del país: también tenemos sentimientos, relaciones y una vida en un lugar que llamamos hogar.
Cuando escuché que el presidente Donald Trump quería acabar con la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés), me sentí totalmente desprotegida. Los pensamientos comenzaron a agolparse en mi mente cuando el fiscal general Jeff Sessions anunció la noticia. Si pierdo mi permiso de trabajo, ¿cómo voy a poder cuidar de mi hijo? ¿Cómo voy a pagar mi casa y mi coche? ¿Qué ocurrirá si me detienen y me deportan? ¿Qué pasará con mi hermano?
La noticia estaba en todos los medios y los comentaristas debatían continuamente sobre las aportaciones de los inmigrantes a la economía estadounidense, pero yo no podía evitar pensar que no estaban abordando el verdadero problema. Parecía que mi historia y mi vida no formaran parte del debate. Los beneficiarios del DACA no solo contribuimos a la economía del país: también tenemos sentimientos y relaciones sobre las que hemos construido una vida en un lugar que sentimos como nuestro hogar.
Cuando tenía 7 años, mis padres emigraron a Georgia (Estados Unidos), donde vivían los hermanos de mi padre con sus respectivas familias. Un año más tarde, mi hermano de 3 años y yo fuimos para reunirnos con ellos. Aún recuerdo lo preocupada que me sentía antes de irme porque no quería dejar solos a mis abuelos, pero me moría de ganas por abrazar y besar a mis padres. Recuerdo algunas partes del viaje: recuerdo que no podía dormir porque tenía que cuidar de mi hermano pequeño, y recuerdo cuando comí frijoles por primera vez. Cuando llegamos, mis padres estaban muy contentos de vernos. Yo estaba feliz de ser testigo del sitio tan maravilloso en el que vivían mis padres y cómo todo era tan diferente a México.
Durante nuestra infancia, mis padres trabajaban muy duro todos los días y mi hermano y yo íbamos al colegio. Siempre nos instaban a esforzarnos al máximo en los estudios, y el hecho de ser inmigrantes nunca nos limitó en el colegio. Cuando se acercaba el final del instituto, daba por hecho que podría empezar a solicitar el acceso a las universidades y encontrar un trabajo a tiempo parcial para ayudar a mis padres. Pero no tardé en enterarme de que mi estatus me obligaba a volver a México y tratar de regresar a Estados Unidos con un visado para estudiar la universidad. Aun así, me esforcé mucho y obtuve buenas calificaciones. Estaba en la orquesta del colegio, tomaba clases avanzadas y soñaba con ser profesora de inglés.
Cuando se introdujo el programa DACA en 2012, acababa de finalizar mis estudios en el instituto, tenía un bebé y estaba recién casada. Cuando se aprobó mi nuevo estatus por primera vez, encontré un par de trabajos a tiempo parcial para tener algo de experiencia en el currículum y, pasado un tiempo, encontré un trabajo estupendo a tiempo completo. Esto es en lo que se centran la mayoría de los debates en torno al DACA: ¿de qué forma contribuimos a la economía? ¿Cuánto dinero traemos a casa? ¿Estamos quitándoles el trabajo a otras personas? No obstante, para mí, mi estatus significaba que mi hijo no tendría que preocuparse de que su madre llegara a casa cada día; yo sí que tenía ese miedo cuando mi hermano y yo éramos más pequeños y vivíamos con nuestros padres. Al fin podría dejar de sentirme como un peso para los demás, pues siempre había tenido que pedirles a mis amigos y compañeros de trabajo que me llevaran en coche al médico de mi hijo o incluso al parque.
Estando en Georgia, al padre de mi hijo le ofrecieron un trabajo en California. Mudarse significaba dejar atrás a mi familia, y sentí lo que seguramente sintieron mis padres al dejar atrás a sus familias en México para darnos una vida mejor. Ahora estaba casada con un ciudadano estadounidense, pero debido a una serie de problemas en nuestro matrimonio, solicité y me concedieron el divorcio solo unos meses después de mudarnos a California. Yo sabía que esto significaba que me resultaría más complicado obtener la residencia legal o la ciudadanía. También era consciente de que tenía que seguir cuidando de mi hijo. Para mí, su salud y su seguridad siempre han sido mi mayor prioridad. Afortunadamente, mi estatus DACA me daba la oportunidad de permanecer en el país de manera segura y trabajar.
A día de hoy, la posibilidad de perder todo aquello por lo que he luchado es angustiosa. Hay muchos como yo ahí fuera haciendo cosas que nuestra familia nunca tuvo la oportunidad de hacer, por el hecho de no haber nacido aquí. Aunque entendemos que hay que pasar por una serie de procesos legales para entrar en Estados Unidos, cuando tienes una familia que cuidar, harás todo lo necesario para que tengan comida y un techo bajo el que vivir.
Mi familia se enfrenta a una gran incertidumbre ahora. Mi madre, que sigue viviendo en Georgia pasados 17 años, tuvo un accidente de coche hace poco. A pesar de que el culpable fue el otro conductor, a ella la detuvieron por no tener el permiso de conducir y ahora se está enfrentando a procedimientos de deportación. Mi hijo y yo hicimos un viaje para ver a mi familia hace poco, y también para poder despedirnos de mi madre. Fue muy doloroso de por sí, pero más doloroso fue el hecho de qué puede que sea la última vez que mi hijo vea a su "Abita", así es como la llama. No fui capaz de decirle la verdad, solo que su Abita iba a estar fuera por un tiempo. No quiero que mi hijo se sienta como yo me siento ahora.
Mi padre se ha armado de fuerza y sigue yendo a trabajar todos los días, pero sé que no está bien. Hacía poco que habían comprado su casa, habían pagado sus coches por completo y, de repente, todo eso no es más que un recuerdo. Cuando fuimos a visitarla, me preguntó si estaba feliz con mi nueva relación, si voy a mudarme de nuevo, y qué iba a hacer sí se acababa el DACA y no había nada para sustituirlo. Traté de mantener la calma y responder a sus preguntas, pero lo único que quería era despertar de esta horrible pesadilla. Mi madre ha tratado de ser positiva, pero nunca antes había visto sus ojos tan llenos de desesperación y dolor como esta vez, que solo podía hablar con nosotros a través de un cristal. En mi viaje de vuelta a California sentí como gran parte de mi corazón se había quedado con ella en la celda.
Ahora me pregunto qué va a pasarle a mi familia. Mi hijo acaba de cumplir 5 años y ha empezado a ir al colegio, llevo 2 años en una relación con un hombre al que quiero y que me ha ayudado a superar muchos de estos obstáculos. Y sin embargo, cuando caduque mi estatus DACA, me arriesgo a perderlo todo.
DACA no solo ha servido para que tengamos trabajo y podamos conducir sin miedo a que nos detengan, también nos ha dado la libertad y los recursos necesarios para poder dar lo mejor de nosotros. Tengo la esperanza de que pronto salga algo bueno de los debates en torno al DACA. Mi sueño sigue siendo ser profesora en un colegio. No quiero sentir miedo por mi seguridad, por mi futuro o por el de mi hijo. Puede que nuestras familias vinieran a Estados Unidos en busca de oportunidades económicas, pero yo no quiero olvidar que nuestras vidas son mucho más que eso.
*El nombre completo de la autora ha sido omitido para mantener su privacidad.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por María Ginés Grao.