Temporada de coleccionistas
Hoy en día mi ilusión por llenar el álbum sigue intacta. El resto todo ha cambiado. Ahora con una aplicación en mi móvil puedo llevar las cuentas exactas de las monas que tenemos, las repetidas y las que nos faltan. Yo disfruto observando los tratos y convenios de los demás coleccionistas.
Estamos en temporada de coleccionistas de cromos, monas o figuritas, les nombramos según nuestro país de origen. Completar el álbum de láminas de fotografías de los jugadores de la selección nacional de fútbol de los países que compiten por la Copa del mundo es una tradición familiar. Y es un privilegio que se experimenta sólo cada cuatro años.
Recuerdo que en mi niñez me sentaba durante horas con mis padres y mi hermano a descubrir juntos a los ídolos del fútbol. Gozábamos clasificando cada paquete que contenía las monas como les decimos en Colombia. Así como gritábamos de júbilo por una cara nueva, era igual de fácil expresar un lamento por las que salían repetidas. El mismo jugador dos veces significaba no sólo el retraso para conseguir nuestro objetivo final sino lo que había que seguir invirtiendo para lograrlo. Era un reto, una promesa hecha a no sé quién, pero terminar con las páginas completas era nuestra obsesión. Para ello se necesitaban ganas, paciencia y constancia. Pero sobre todo trabajo en equipo.
Juntos compartíamos una emoción increíble con los nombres de perfectos desconocidos que a no ser por el álbum nunca hubieran tenido su momento de gloria. Y es que aparecer el álbum Panini no es un tema menor. Instantáneamente convierte a los futbolistas en estrellas de rock del deporte que pasarán a la historia. Las nacionalidades que más me suenan de aquella época eran de Brasil, Alemania, Argentina y alguno que otro de Holanda. Tiempo después vendría mi selección: Colombia.
Cada uno de nosotros llevaba en su billetera una lista con los números de los cromos en perfecto orden. Cuando el mundial acababa el papel terminaba desgastado de tantas dobleces y tachones con lápiz de color negro que indicaban con qué ejemplares contábamos. La organización y comunicación entre los miembros de la familia era fundamental para evitar equivocaciones o repeticiones durante las jornadas de intercambio. Negociábamos cara a cara con vecinos, amigos del colegio, compañeros de oficina de mi padre, hasta desconocidos que compraban los paquetes en el mismo expendio y espontáneamente ofrecían los jugadores que estaban en oferta. Los goleadores de cada equipo eran los de mayor demanda aunque los porteros no se quedaban atrás.
Hoy en día mi ilusión por llenar el álbum sigue intacta. El resto todo ha cambiado. Ahora con una aplicación en mi móvil puedo llevar las cuentas exactas de las monas que tenemos, las repetidas y las que nos faltan. Sin papel ni tachones lo tenemos resuelto. Mi hijas de 12 y 6 años son quienes dominan la situación y por supuesto el álbum. Yo soy la que paga los cromos y los pega sin salirse del recuadro establecido mientras ellas negocian los jugadores vía chat con su compañeros del colegio. Ellas lo solucionan rápido y simple. Yo disfruto observando los tratos y convenios de los demás coleccionistas.
Mas allá del fútbol me doy cuenta que cuando era niña todo radicaba en estar juntos. Afortunadamente en 2014 también. Al igual que antes, ahora perseguimos el mismo objetivo reunidos en la mesa. Parece sencillo. No lo es. La vida tiene para cada miembro de la familia una historia diferente y no siempre se comparten los ideales como en las tardes de infancia. Eso es lo que intento transmitir a mis hijas. Por eso atesoro los recuerdos y el presente que vivimos porque son el ejemplo de la complicidad que como hijos, hermanos y padres podemos disfrutar de momentos con encanto simple. Los vivo ahora como madre y esposa con el mismo entusiasmo que cuando era pequeña. Si antes fue especial hoy me hace feliz decir que lo sigue siendo.