'Orange is The New Black' te encierra y no te deja salir

'Orange is The New Black' te encierra y no te deja salir

No ha sido hasta que Kohan entró en escena cuando la gente empezó a decir 'binge-watching' como si fuera el nuevo maratonear. Y, si eres capaz de hacer que los seriéfilos usen un extranjerismo, es que has tocado muchas fibras, o te has presentado con la ficción del verano... o del año.

Cuando una de esas gripes cabronas en conjura con ventiladores y aires acondicionados me pillan (como todos los años) en pleno verano, pocas opciones me quedan más que acudir a los sobres de Frenadol e ingerir cantidades indecentes de kiwis y, sobre todo, de zumo de naranja. Así estaba a mediados de julio, esperando el día en que iba a cambiar por fin de fruta, cuando llegó Netflix con un nuevo cargamento de naranjas y no sólo alargó la dieta sino que me volvió adicta y, encima, me obligó a recomendarlas. Orange is The New Black se llama la variedad diabólica cultivada por Jenji Kohan, persona que de producir vicios sabe mucho ya que también es la responsable de la MILF, esa clase de maría más conocida por su título oficial: Weeds.

  5c8b713a2300003000e8349f

Imagen promocional de Orange isThe New Black. Foto: Netflix.

Eso sí, Showtime nunca fue un distribuidor tan agresivo como Netflix, que gusta de colocar toda su mercancía en el escaparate y allá que se las arregle el espectador como señoras jubiladas en plenas rebajas. El famoso servicio de vídeo bajo demanda ya colgó sendos trece episodios de House of Cards, Hemlock Grove y del comentado regreso de Arrested Development para que cada uno decidiera cómo organizar su visionado, ya sea siguiendo la disciplina habitual de un capítulo por semana/día, o maratonear como si no hubiera mañana. La libertad absoluta dentro de la legalidad. Pero no ha sido hasta que Kohan entró en escena con Orange is The New Blackcuando la gente empezó a decir binge-watching como si fuera el nuevo maratonear. Y, si eres capaz de hacer que los seriéfilos usen un extranjerismo en lugar de una de las pocas palabras castizas que no pierden fuerza en la traducción, es que has tocado muchas fibras, o te has presentado con la ficción del verano... o del año.

Como las naranjas, Orange is The New Black puede resultar ácida y dulce a partes iguales. Así lo dicta su naturaleza de exquisita dramedia y las particularidades de su argumento, basado en las memorias carcelarias de Piper Kerman, ejemplo de joven WASP educada en un centro exclusivo que acabó con sus huesos en chirona durante quince meses por un delito de tráfico de drogas que cometió diez años antes. Al igual que su álter ego en la vida real, la rubia y neoyorquina Piper Chapman (Taylor Schilling, Mercy) ve cómo su combo perfecto de prometido fiel, por un lado, y negocio ecofriendly de jabones con mejor amiga, por otro, se pone en suspenso a consecuencia de su vida anterior; días trufados de crisis postuniversitaria y búsqueda constante de adrenalina que le llevaron a liarse con la traficante de un cartel internacional de nombre Alex Vause con la que viajó por todo el mundo a cuerpo de reina. Aquí se puede decir que acaban los parecidos entre el viaje de Kerman y el de Chapman.

  5c8b713b24000093024d7d93

Imagen del episodio Tit Punch (1x02). Foto: Netflix.

La prisión federal de Litchfield (NY) se convierte en un auténtico universo secreto en el que Kohan despliega con absoluta maestría la mejor paleta de personajes femeninos que se puede ver actualmente en televisión. Mujeres de todos los orígenes, alturas, razas, orientaciones sexuales y géneros (Shonda Rhimes, esto sí es saber hacer personajes cuota, no lo tuyo), cada una con su particular historia de malas decisiones que las puso entrerrejas, pero no por ello con menos cualidades redentoras. Mujeres de carne y hueso, con ilusiones, con días en los que caen simpáticas, y otros en los que no, y no se disculpan por ello. Si bien el centro de gravedad de la serie se encuentra en Chapman, que aprende a marchas forzadas el código de su nuevo hogar, cada capítulo revisita la vida precárcel de una de las reclusas a golpe de breves pero efectivos flashbacks que hacen que se nos quede grabado quiénes son a pesar del efecto uniformador del mono beige y del generoso número de personajes de los que estamos hablando. Incluso los vigilantes de la prisión, hombres en su mayoría, están cuidados al detalle ya que cuentan con vergüenzas propias que los humanizan y acercan a aquellas a las que están custodiando, si bien el retrato roza la caricatura en algunos momentos como ocurre en el caso George Pornstasche Méndez (Pablo Schrieber, The Wire, Weeds), un villano de tebeo hasta que deja de serlo. No caben los prejuicios en Orange is The New Black, y si los hay, se esfuman con las misma facilidad con la que Red (Kate Mulgrew, Star Trek: Voyager), la dura encargada de cocina rusa, deja sin plato a Chapman.

El guión desgrana, sin remilgos y con un humor macarra a ritmo de incontables frases para el recuerdo ("Tiré mi tarta por ti" -"I threw my pie for you"-) y referencias cuturales ("Esto no es Oz" -"This isn't Oz"-), los típicos tópicos carcelarios oscilando de lo crudo y aterrador a lo conmovedor y patéticamente divertido en cuestión de segundos. La cárcel es un lugar hostil, pero en el que al mismo tiempo se pueden encontrar fugaces instantes de felicidad, y también de apoyo. Porque de eso van en el fondo las tribus raciales que Poussey (Samira Wiley) señala el episodio piloto; de tener a alguien que te defienda cuando lo necesitas y de tener un hombro en el que llorar las penas. Sin el grupo, nadie es nadie ahí adentro, y en ciertos casos tampoco lo es fuera. En este sentido, la sólida amistad de Poussey y Taystee (Danielle Brooks) destaca sobre la gran variedad de vínculos (sexuales, de protección, de familia) establecidos entre las internas, ya que refleja como nada esa realidad para muchos exconvictos en la que los muros dejan de ser sinónimo de opresión para convertirse en la única salida posible.

Chapman ingresa en Litchfield con su mentalidad de niña bien, pensando que si se mantiene al margen, podrá volver a su vida de catálogo como si tal cosa, pero no podrá evitar verse arrastrada por sus nuevas circunstancias. Es un auténtico regalo ver cómo el personaje sufre una evolución hacia atrás, que no involución. La cárcel la obliga a enfrentarse y reconciliarse con su pasado, con esa parte de sí misma mucho menos prefabricada, que ella cree haber cortado de raíz pero que ahora vuelve para tentarla. Los ataques de egoísmo y las huidas hacia delante de Piper no son más que el resultado de su propio miedo a no ser ella misma ahí dentro y, a la vez, serlo, como confiesa en el sensacional episodio Bora, Bora (1x10) que sirve de coda al punto de inflexión de Fucksgiving (1x09).

Larry Bloom, el prometido, y Alex, la traficante lesbiana caída en desgracia, se perfilan como las víctimas inmediatas de los caprichos de Piper, aunque con matices. El primero, interpretado por un Jason Biggs incapaz de dejar atrás American Pie (es más, hay un par de referencias a Jim Levenstein dentro de la propia serie) es un dechado de mohínes y pucheros que supuestamente debería servir de fuerte bisagra entre Piper y el mundo real, pero pasa por la serie sin crear ningún dilema al espectador y, lo que es más importante, empatía o hasta pena. Supongo que el hecho de que sea un escritor mantenido por sus padres tampoco ayuda... No sé hasta que punto los guionistas buscaban a conciencia el contraste con Alex, ese volcán de carisma y presencia arrolladores al que Laura Pepron (la Donna de That '70s Show) aporta voz y altura, pero con Larry se han pasado de frenada en lo que quizá sea el punto más claramente criticable de la serie. La chica mala sólo tiene que ajustarse las gafas de pasta para mostrar su lado vulnerable y hacer que nos olvidemos de que también es una perra manipuladora, mientras que Larry, el chico bueno, resulta ser un badanas quejica el 99% del tiempo que aparece en pantalla.

Tal y como ya pasaba en los mejores años de Weeds, Orange is The New Black no podía cerrar su magnífica temporada de debut sin el correspondiente cliffhanger de desquiciadas proporciones que le viene a dar la puntilla a unos episodios que cuesta no comer a bocados y que te roban la capacidad de ver otra cosa. En Netflix ya sabían que la fruta era de calidad y por eso se afanaron en encargar una segunda remesa de naranjas incluso antes de que la primera se estrenara. Y en ésas nos hemos quedado: con doce meses por delante para saciar la sed como sea. Y con Regina Spektor.

Este artículo fue publicado originalmente en el blog de la autora Series a la parrilla.